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Celebración con telón cerrado

Notimex

Fernando de Ita

Por primera vez en la Historia del teatro no hay teatro en los teatros.

El drama, la tragedia y la comedia involuntarios están en los hospitales, las calles, las casas, los discursos políticos, los medios de comunicación y las redes sociales. Se ha divulgado el ejemplo de la epidemia de Londres que cerró los teatros y puso en cuarentena a Shakespeare para escribir Rey Lear.

Hoy, todos los dramaturgos del mundo están guardados porque la realidad superó nuevamente a la ficción y un virus recorre la tierra montado en las ancas de uno de los jinetes del Apocalipsis: el Miedo.

En la era virtual los jóvenes infectados por el virus del teatro buscan la forma de no parar la función, y acaso esta emergencia termine con la última singularidad del género dramático: la proximidad del prójimo. El teatro ha sobrevivido a la radio, el cine, el Internet y la imagen en todas sus formas porque es un acto irrepetible y presencial en el que dos seres humanos se miran y se reconocen. Por eso Peter Brook ha dicho que para hacer teatro basta que un ser humano cruce el escenario mientras otro ser humano lo contempla.

En griego, théatron viene de la palabra “mirar”, “contemplar”. Eso hacemos en todo tipo de pantallas y el riesgo está en que esa reproducción del mundo sustituya la visión original de los hombres, las mujeres y las cosas. Para los infantes del siglo XXI la realidad está en su Smartphone. Aun así, el “teatro fijo” pierde su naturaleza, que, como el sexo, está hecha de instantes físicos y mentales, de estímulos sensoriales e intelectuales, de esa fusión de cuerpo, tiempo y espacio habitados por el deseo. En el cine un acto sexual se puede repetir literalmente cien veces para fijarlo, en el teatro sólo hay una oportunidad, pero si se logra jamás la olvidaremos.

El cierre mundial de los teatros nos permite reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro del teatro como forma artística y medio de vida. Con un pasado glorioso, el presente del teatro estaba poniendo en tela de juicio su inmovilidad artística y social en aras de una expansión que busca desmitificar la creación artística como obra de “seres elevados”, para ponerla a nivel de calle, de barrio, de conflicto vecinal o de grupos específicos. Como sea, también este teatro requiere de la proximidad del otro, de la empatía, del contacto físico, intelectual, emocional, político. De ahí que el futuro de la acción dramática sea incierto, porque si la pandemia pone a ver teatro grabado a quienes nunca han ido al teatro (que son 100 millones de mexicanos) lo van a odiar porque sin la presencia real del actor, del oficiante, del hipócrita, es muy aburrido.

Quedan las acciones performativas que pueden ser muy atractivas porque se presta a la improvisación y el escándalo. Ya hay un canal underground en el que un señor se tatúa el pene y una señora muestra la flexibilidad de su vagina introduciendo cosas imposibles de alojar ahí. Aunque hasta hoy no se ven los resultados, hay propuestas formales que valdrá la pena seguir, como los monólogos que Mariana Hartasánchez escribió para un número limitado de actores, textos que se tomará en cuenta la situación en la que son escritos y representados. El Teatro Helénico también lanzó una iniciativa para la “dramaturga de confinamiento”, que ya tiene respuesta. El dramaturgo Luis Mario Moncada puso en la red el experimento que llevó a cabo hace diez años, cuando sin confinación obligatoria hizo el ejercicio virtual diseñado para el MUAC sobre El fin de la amistad. La Compañía Nacional de Teatro ha puesto a disposición del público su repertorio, pero grabado como teatro, a ver quién lo resiste, y no porque las obras sean malas sino por lo ya expuesto sobre la naturaleza del teatro.

Para no hacer bilis mejor no hablamos de las acciones tomadas por la Secretaría de Cultura federal, que dispondrá de un millón de pesos para apoyar la ya de por sí precaria economía de los artistas nacionales. Da para 32,000 pesos por estado. De pena ajena. El hecho es que hoy, Día Mundial del Teatro, no hay teatro en los teatros, y esa sí que es una tragedia de nuestro tiempo.

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