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“El Principito”, ritual de iniciación

Óscar Wong

Ciudad de México

(Segunda y última parte)

Si leemos con ojos incisivos, se advierte que el entorno donde se desarrolla la historia es cruel, terrible. El desierto, per se, corresponde a un sitio inseguro. El páramo, la sequedad, lo contrario a la fértil condición, está presente en la historia. Y la avería del aeroplano, que lleva al Principito a descender en dicho lugar, responde a otro aspecto indispensable en este ritual prácticamente iniciático.

Evocación, memoria: elementos que funcionan de manera correcta para adentrarse al difícil ceremonial de iniciación que de hecho corresponde al núcleo de la trama: el dolor es parte de la existencia y prevalece en todos los órdenes. Por eso el recuerdo de la rosa que se anhela, los diferentes mundos que recorre el personaje principal, el amor explícito, en momentos presentado con sencillez e ingenuidad, todo ello demostrativo de aquella vieja enseñanza pitagórica: “Comienza por lo imposible”.

Aunque mi lectura parte de la Estética, esa tercera rama de la Filosofía, combinada con los mitos y elementos alegóricos, emblemáticos -la serpiente como sabiduría, por supuesto, así como la mágica experiencia lingüística que persiste a lo largo del texto-, revelan que “El Principito” simboliza el triunfo de la imaginación y la fantasía, sobre la realidad.

Desde esta perspectiva hay que adentrarse a la obra de Saint-Exupéry y recoger sus sagrados frutos: la magia, la poesía que expresa el pensamiento y la sabiduría. Vacuidad y abundancia, sí, como eje alquímico, revelador, develando los misterios para alcanzar la Aletheia, desde luego, y salir del letargo en que el individuo se encuentra. He aquí, desde mi perspectiva particular, la enseñanza de “El Principito”.

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