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Laguna de Yal Ku en Akumal, Quintana Roo: hipnotizante lugar

Héctor Trejo S.

Ciudad de México

Ouch!!! Malditas hormigas, ya me picaron dos veces en los pies, las sandalias no protegen mucho que digamos, ojalá que valga la pena tanto sacrificio, sin clima en el auto, con tanto bochorno por la lluvia de la noche anterior y esta sed que apenas una cervecita comienza a apaciguar.

El camino fue bastante bueno desde Playa del Carmen hasta la entrada de Akumal, pero ya está la brechita de Akumal para acá, bastante complicada para los autos comunes, mucho lodo, muchos hoyos y muchos moscos, pero dicen que nos quedaremos con la boca abierta cuando lleguemos a Yal Ku.

Por fin llegamos, pero tanto mosco parece que no me dejará disfrutar de este viajecito, porque con ese letrero de no usar repelente, ya me cohibieron, aunque debemos hacer conciencia de que es una belleza natural que debemos mantener.

La entrada al estacionamiento está bien rústica, con nubes de moscos, pero ya urge entrar al agua para refrescarnos, porque ahora, en automático, por el calor y la experiencia con las hormigas, volteo a ver si hay insectos en el piso, ya me han comido bastante como para darles chance de seguirme fastidiando, aunque parece que soy el único al que han fastidiado, Kary viene muy sonriente y con grandes expectativas.

Una estatua llama nuestra atención en la veredita que andamos, se trata de Gonzalo Guerrero, considerado como el padre del mestizaje en México. De acuerdo con las clases de historia del bachillerato, este español llegó en busca de la gloria y vaya que la encontró, cuando el navío en el que viajaba se destruyó y se tuvo que quedar en la Península a vivir, consiguió mujer, casa y un buen estatus, que posteriormente le dio los apremios para luchar contra la invasión española en su momento.

Luego de la reseña histórica, caminamos a la entrada, donde las regaderas llaman a la mirada. Agua fresca para quitar este sudor acumulado de 50 minutos de viaje desde el Centro de Playa del Carmen, pero al acercarse la mirada se llena de formas, con estatuillas labradas en cobre en medio de la vegetación. Figuras de indígenas mayas decorando los pasillos de arena que nos conducen a la laguna.

Luego del cerrado follaje decorado con pequeñas estatuas, la joya oculta de Akumal: la laguna de Yal Ku. El agua, como en casi todo el Caribe, tiene un color turquesa, que acrecentado por la iluminación del sol se vuelve un tono que invita a palpar y sin duda, incita a tirarse un clavado.

A la orilla de la laguna, se observa a todo mundo colocándose sus aletas, visores y snorkels para apreciar la hermosa fauna marina del lugar, que desde la superficie se puede identificar sin tanto esfuerzo, aunque lo estimulante del lugar es poder mirar a los peces de todos colores y tamaños, tan cerca como sea posible.

El primer chapuzón es inevitable y ayuda a uno para refrescarse, pero también para empezar a observar a los peces y en cuanto sumergimos la cabeza en el agua, apoyados por el snorkel para respirar, el encanto se apodera de la mente y nos olvidamos de todo cuanto hay afuera de la laguna.

Es un festín visual impresionante: a la derecha un pez negro con amarillo, a la izquierda otro azul con naranja, de frente una mantarraya, al fondo peces negros más pequeños, pero cuidado con los demás nadadores, porque están encantados también con lo que miran.

Salíamos solamente a beber agua y volvíamos a sumergirnos en el impactante turquesa del agua, salir de ahí no iba a ser fácil y efectivamente no lo fue, cual niños pequeños estábamos enfadados por tener que salir y partir del hermoso lugar, no queremos irnos, los peces nos siguen maravillando, pero es preciso salir y cortar el cordón umbilical que nos ha creado Yal Ku.

Ahora sí, un baño de agua dulce para tirar la sal de la laguna y una nueva cerveza, son el regenerador ideal para emprender el camino de vuelta; pero a unos cuantos minutos, encontramos la hermosa playa de Akumal, donde podemos comer un “tentempié”, que nos dé chance de llegar a Playa del Carmen para comer en un buen restaurante.

El mar azul, con ese color tan maravilloso que hipnotiza a propios y extraños, nos invita a quedarnos un ratito más, a beber una cerveza en sus finas arenas, cual talco de bebé, para contemplar la inmensidad del Caribe en todo su esplendor. Nos refugiamos a la sombra de una palmerita, que cortésmente nos brinda su amparo, ante el intenso sol de la región.

La tentación de darse un chapuzón en las aguas tibias de esta hermosa playa es imposible de ignorar; aunque ya nos habíamos duchado, las inigualables tonalidades -a las que las fotografías nunca hacen justicia, por más fieles que sean las capturas- nos invitan a meter los pies y luego el cuerpo completo. Karina me toma de la mano para que no salga, hasta que el hambre nos obliga a caminar hacia la orilla para emprender el regreso.

Es cierto que se trata de un lugar difícil de acceder si no se tiene un auto; sin embargo, bien vale la pena el esfuerzo.

Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y le dejo mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia: trejohector@gmail.com

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