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Lázaro Pérez Padilla; una escultura que camina y se descubre

Karla Gómez

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

Sentado bajo un árbol, Lázaro Pérez Padilla escribe en hojas blancas. Dice que todos tenemos un poco de poetas y locos. Ordena las hojas sueltas. El viento arremete contra ellas y las riega por la calle. Él corre detrás de estas, pero el viento las deja por varios puntos. Algunas personas que se encuentran en el Parque Santo Domingo se apresuran para levantarlas. Así sin más, le regresan las palabras.

Da las gracias por la ayuda recibida. Guarda las hojas en una carpeta. “Escribir es una actividad que hago recientemente”, dice, un poco apenado por la situación que ha pasado. Delante de él, sobre una mesa mediana, se encuentran piezas de esculturas que ha hecho. Deja ver la producción que ha realizado como escultor.

Sus piezas transmiten emociones, son gestuales, dramáticas, tienen en el semblante la seña del miedo o la tristeza; la herencia de la cultura, los mitos, la cosmovisión; a los pueblos de Chiapas, que aún sobreviven entre marginación y olvido; a la raíz de los antepasados.

Otras más tratan de evidenciar todos los elementos que integran una cultura, como la Fiesta Grande de Chiapa de Corzo, una pieza tallada en madera, en donde están presentes todos los personajes que forman parte de una de las celebraciones más grandes de la República Mexicana. Con esa pieza ganó el segundo lugar en tallado en madera, en el Concurso de Escultura que organizó el Ex Convento de Santo Domingo en enero del 2020.

A pesar de ello, tiene como tema a los lacandones, con quienes convivió por más de 15 años. A ellos les impartió talleres de pintura y escultura; en cambio, recibió de esta comunidad la vivencia de sus rituales y su cosmovisión. Por tal razón, es un tema referente en su creación, que es encontrado en la madera y transporta a la selva, al canto del quetzal, al grito de un mono, al silencio de la noche.

Lázaro dice que hay maderas que ya traen por sí solas la figura o la forma que representa, que es cuestión de pulirlas aunque a algunas les hace bocetos. Otras más hay que descubrirlas, quitarles lo que les sobra, pues la madera es muy noble. “Siento satisfacción de ver lo que hay adentro”, menciona. 

Sin embargo, esta actividad no podría hacerla sin sus manos, extremidades del cuerpo que considera valiosas: “Mis manos son una parte de mí, que me ayudan a crear lo que me inspira, como a la etnia lacandona”.

Lázaro calla por un momento. Trae a sus recuerdos las visitas que realizaba en el Panteón municipal, donde jugaba con la tierra a hacer figurillas con cascajo, actividad que descubrió años después que descifró como un guiño para su vocación. Dibuja a través de la palabra a sus primeras piezas pequeñas que mostraba en la tienda de abarrotes que tenía y regalaba a quien le preguntaba por las figuras.

Se trae así mismo, como su propia escultura que camina y se descubre. Él, de profesión Contador, dejó los números para dedicarse al arte, en donde ha encontrado satisfacción. Pero este hecho le nació cuando conoció al escultor Pedro Jiménez. Tres horas le bastó para verlo trabajar, para sentir esa necesidad de dedicarse a este oficio. “Me di cuenta que tenía esa habilidad y me satisfizo”, agrega.

Luego se animó a mostrar su trabajo. Se dirigió a la Casa de las Artesanías y ofreció una pieza para que la compraran. No obtuvo buena respuesta, al contrario: le sugirieron que la postulara para participar en un concurso de artesanía. Siguiendo el consejo, acudió a inscribirse y días después obtuvo un premio, mismo que lo incitó a seguir haciendo arte.

Desde hace 20 años trabaja el modelado, la piedra, la madera, así también pinta retratos de culturas en un estilo cubista, lleno de coloridos. A la par retoma el fisicoculturismo, práctica deportiva que realizó en la juventud.

Parado bajo un árbol, vestido con pantalón de mezclilla y sudadera azul, habla de manera discreta sobre su paso en la lucha libre, deporte que practicó y ejerció durante 10 años. De niño tuvo un ídolo: El Santo, el Enmascarado de Plata. Por ese personaje popular, él subió al ring y se nombró Orión. Le pregunto si piensa trabajar esa etapa en la escultura, queda pensativo, sus manos se mueven, luego contesta: “Es una buena idea”.

Este hombre quizá logre copiar su sombra en una escultura, mientras nos trae todas las sombras que sus ojos ven o crean o surgen entre el pensamiento y la creatividad. Sombras de diferentes tamaños, puestas en madera, para que las veamos y sintamos.

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