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Los Corazones, Oaxaca, un viaje absolutamente memorable

Héctor Trejo S.

Ciudad de México

Usualmente, la amistad es un valor que se construye poco a poco, que se riega y se ve crecer, aunque hay amistades que nacen en un viaje, que se consolidan y mantienen para siempre. La crónica de hoy, es una conmemoración a la amistad, teniendo como pretexto, un viaje al Ejido Los Corazones, Oaxaca, que resultó absolutamente memorable.

Los instantes previos no eran de nerviosismo sino de impaciencia. La llegada, prácticamente de madrugada a la famosa Central de Autobuses TAPO, permitiría llegar muy de madrugada a la ciudad de Arriaga, en Chiapas, municipio y estado colindantes con nuestro destino. El viaje fue de prácticamente 14 horas en autobús de línea, que por cierto, tenía unos cómodos asientos.

La noche nos recibió en ese hermoso estado sureño, con un frescor muy peculiar, plagado de agradable humedad templada, sin frío ni calor. La terminal de Arriaga estaba vacía, solo estábamos el amigo Ricardo y yo, viendo cómo los trabajadores de la central de autobuses, embellecían el lugar para los usuarios que llegarían más tarde.

Un café de máquina nos pedía a gritos que fuéramos por él para mitigar los efectos de haber dormido poco durante el trayecto, pues a las 5 de la madrugada, el cuerpo requiere de una descarga de cafeína para poder arrancar con sus actividades.

Dos horas de espera se pasaron rápido, entre cabezazos cual boxeador en contienda, y breves charlas incongruentes y simplonas de somnolientos apresurando al padre Cronos para que amaneciera lo más pronto posible y poder empezar en forma con las vacaciones, cual se debía.

En punto de las 7 de la mañana llegaron por nosotros, el primo de mi amigo Alexander fácilmente nos reconoció: “¿Tú eres Héctor, verdad? Porque tienes un lunar al lado del ojo”.

Entre risas aceptamos la curiosa descripción y partimos con él a desayunar. Un manjar de solteros y una deliciosa ballenita, fue con lo que mitigamos el hambre. El manjar contaba con bistec y frijolitos refritos, muy ricos, con su respectiva salsa picosita y… las ballenitas ¿qué era eso?

Confiados en que era una bebida pequeña, nos atrevimos a pedir un par cada uno y resultó ser una cerveza de litro, por lo que cada cual desayunó dos litros de extracto de cebada, para marcar el arranque formal de las vacaciones entre universitarios.

Un par de horas de convivencia y dos ballenitas más (quizá más tiempo y más ballenitas), partimos con destino al hermoso Ejido “Los Corazones”, ubicado del lado oaxaqueño del país, aunque colindante con el estado de Chiapas. El calor era devastador. El short, la playera y los lentes ayudaban a relajarnos, y la cerveza bien fría, nos refrescaba. Pasamos un retén militar y llegamos a un pueblito bello, verde por todos lados, llamado Los Corazones, donde nos dio la bienvenida un amigo Alexander, súper molesto por no avisar y llegar tan tarde y en condiciones de alegría bastantes notorias.

La presentación con la familia aligeró el ambiente y lo volvió nuevamente festivo. Los tíos, sonrientes, las tías sonrientes, los primos sonrientes y la gente sonriente, contagiaron su sonrisa a todo el grupo de universitarios que los visitábamos y nos envolvieron en una atmósfera de familiaridad sumamente agradable… ya éramos parte de la familia Sánchez, de Oaxaca, sin siquiera pasar por la vereda de la amistad.

Todos juntos comenzamos a salir a todos lados. Numerosas visitas familiares nos fueron agendadas, con todos comimos verdaderas delicias locales y muy caseras, que sabían a provincia y a naturalidad, ese fue nuestro alimento durante prácticamente 7 días, que pasamos en un paraíso poco conocido.

Las visitas al mar fueron verdaderos momentos memorables, la risa y las cervezas iban y venían de un lado a otro, sólo entrábamos al agua para refrescarnos, pues el clima era tan benévolo, que nos permitía estar sentados sobre una arenilla con pequeñas conchas (motivo por el que las playas son llamadas Conchales y Conchalitos) arropados por la sombra de arbustos pequeños.

El color del mar era azul, bastante claro y cristalino, las olas llegaban ligeras, aletargantes para quien se dedicaba a mirarlas con detenimiento. Un lugar relajado, muy tranquilo, digno de paz y confort.

La tranquilidad estaba presente en el ambiente; sin embargo, las bromas y buen humor, rompían con la cotidianidad del lugar. Estábamos prácticamente solos, de vez en vez veíamos a un pescador que pasaba y saludaba.

Los tíos Sánchez vagaron con nosotros durante los 7 días, interrumpiendo su vida por una semana y deteniendo el tiempo, para convivir con los amigos de su sobrino Alexander, sin esperar nada a cambio, salvo brindarnos atención.

Un viaje absolutamente memorable, de esos que se quedan guardados en el corazón y conservados en las fotografías.

Recuerde que viajar es un deleite y más cuando se hace en compañía. Lo espero en la próxima Crónica Turística y le dejo mi correo electrónico para cualquier comentario o sugerencia: trejohector@gmail.com

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