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Editorial

 

¡Ya basta!

 

Pareciera que los reclamos por violencia de género nos entran por un oído y nos salen por el otro. Cada día nos enteramos de otra mujer que es abusada, de una estudiante acosada por su maestro, de una niña que sufre maltratos por su padrastro, de otro feminicidio, y no pasa nada. ¿Hasta cuándo?

Hace poco fue el asesinato de Victoria Salazar, la mujer salvadoreña que buscando ayuda lo que encontró fue la muerte en manos de policías municipales de Tulum. Ahora es el caso de una candidata que fue lascivamente tocada en público por otro candidato de su mismo partido, y de una maestra de preparatoria que fue maltratada mientras daba su clase virtual por quien se presume es su pareja sentimental.

¿Qué nos está pasando? Cuando después de tantas manifestaciones contra los feminicidios, realización de foros y simposios que buscan hacer conciencia sobre las causas y consecuencias de la violencia de género y tras el endurecimiento de las sanciones contra delitos a las mujeres, nada ha cambiado en nuestro país.

Por el contrario, pareciera que cada vez se hacen más evidentes los abusos hacia la población femenina y se sube un peldaño más en la escala de violencia. Si de por sí ya es condenable que una mujer sufra golpes e insultos, luego vienen los ataques con saña, como en el caso de Ingrid Escamilla, a la que su pareja no se conformó con matarla, sino despedazó su cuerpo y lo arrojó al drenaje como si se tratara de inmundicia.

Por si eso fuera poco, hay que sumarle la humillación. Ahí están los episodios de mujeres dejadas sin vida en la calle, en predios baldíos, al lado de la carretera, muchas veces desnudas o semidesnudas, como muestra de falta de respeto por la víctima, que es despojada no sólo de su vida sino también de su dignidad.

Incluso, lo que antes creíamos que sólo sucedía en el interior de las casas ahora lo vemos también en la calle, frente a la gente y sin el temor de que sean sorprendidos golpeando a una dama, insultándola o tocándola en sus partes íntimas.

Lo que sucedió con la maestra de inglés de la preparatoria número 5, de la Universidad Autónoma del Estado de México, es uno de esos casos que viene a confirmar la estadística de que 70% de las agresiones que se dan contra mujeres proviene de su círculo cercano.

Ella estaba impartiendo su clase cuando de pronto su pareja comenzó a ofenderla con palabras altisonantes. Pero como lo que quedó grabado y que circuló en redes fue sólo audio, no sabemos si el sujeto la golpeó, pero la maestra gritaba, lloraba, le pedía que por favor la dejara cerrar la sesión y, luego de algunos minutos, la transmisión quedó en absoluto silencio.

En cuanto a Rocío Moreno, candidata a la presidencia municipal de Juchipila, el candidato de Morena a la gubernatura de Zacatecas, David Monreal, la tocó en los glúteos en un evento público. Esto nos dice que la violencia de género es un tema que no sólo involucra a la seguridad pública y a los encargados de impartir justicia, sino también es un asunto de valores familiares y hasta de salud mental.

Podemos estar seguros que esto se trata de un fenómeno cultural, que no distingue credos, estatus social y económico, ni rangos sociopolíticos.

Los hechos reprobables contra la maestra y la candidata, así como de muchísimos casos difundidos en redes sociales, los sabemos gracias a los avances en la comunicación y la tecnología, ¿pero puede imaginarse cuántos crímenes ocurren en los millones de hogares de México y de los cuales nunca nos enteramos, que no se solucionan y que mucho menos reciben justicia?

El panorama es escalofriante. Tan sólo en 2020, once mujeres en promedio fueron asesinadas cada día.

Por tanto, llegó el momento de que pasemos del discurso a la acción. No es suficiente censurar la violencia a las mujeres, hay que actuar en consecuencia. Ya basta de tantos maltratos y muertes sin sentido.

Se deben facilitar los cauces de denuncia, pero también exigir que las autoridades competentes actúen en verdad contra este flagelo que está descomponiendo el tejido social. Es decir, que las víctimas reciban justicia y los delincuentes sean sancionados con todo el peso de la ley.

Pero, si en realidad queremos acabar con este mal, la lucha contra la violencia de género debe empezar en los hogares, educando con buenos valores a los hombres desde que son niños para que después no se sientan con el derecho de agredir a las mujeres.

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