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Letras Desnudas

Mario Caballero

Alejandro Moreno y la ruptura

La historia del PRI es una historia de rupturas y deslindes que crearon situaciones críticas para la militancia, pero que fueron necesarias para que el mismo PRI pudiera subsistir. No por nada cambiaron los nombres. De Partido Nacional Revolucionario pasó a ser el Partido de la Revolución Mexicana y de ahí a como lo conocemos en la actualidad: Partido Revolucionario Institucional.

Pero no sólo los nombres cambiaron, también lo hicieron las visiones políticas. Nada tenía que ver Lázaro Cárdenas con Manuel Ávila Camacho, por ejemplo. Cárdenas, un hombre de Estado que será siempre recordado por ser el presidente que consiguió nacionalizar la industria petrolera y del ferrocarril, marcó una etapa en la vida política nacional al poner un fin al Maximato (periodo donde Plutarco Elías Calles, fundador del PRI, ejercía el poder detrás de algunos presidentes de la República) y al establecer una nueva forma de tomar decisiones, con firmeza y valor. Una de ellas fue privilegiar los derechos sociales y otra exiliar a Calles. Con esto último logró evitar una guerra civil.

Ávila Camacho, por el contrario, fue un mandatario con una política muy conservadora en lo económico. Buscó aliados en el sector privado y abandonó algunas de las políticas más radicales y ambiciosas del cardenismo, como la distribución de tierras y la educación socialista. Incluso, al llegar a la presidencia una de sus primeras acciones fue traer de vuelta a México a Plutarco Elías Calles. Se cuestionó mucho su legitimidad y fue muy criticado por su política intervencionista, siendo demasiado complaciente con Estados Unidos.

Los estilos iban de un extremo al otro. Ávila había sido secretario de la Defensa Nacional en el gobierno de Cárdenas y fue éste quien le dio la candidatura a la presidencia, pero no hubo continuidad de uno con el otro.

Por la ruptura, pasamos de la prudencia de Adolfo Ruiz Cortines o de Miguel de la Madrid, al protagonismo de Miguel Alemán o de José López Portillo. En esencia el mismo PRI, pero con distintas visiones, diferentes formas de ejercer el poder y otras estrategias. Pero eso facilitó mucho la continuidad del partido y su conocida hegemonía. Cada seis años había una propuesta nueva. Una puesta en escena que cambiada de acuerdo con las circunstancias.

Sin una ruptura de por medio hubiera sido difícil que el PRI durara más de setenta años en el gobierno. La hubo, como vimos antes, entre Calles y Cárdenas. Pero también entre Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, por mencionar ejemplos más recientes. Sólo a través de un rompimiento formal y de fondo el nuevo personaje en el poder tenía oportunidad para crecer, establecerse, crearse una imagen diferente, ser otro y no la sombra del antecesor. Era, digámoslo de este modo, el convenido asesinato del padre y conveniente para las dos partes.

Absurdo es querer saber en qué quedaba convertido el PRI o tratar de interpretar cuál era el eje ideológico después del parricidio: si de derecha, centro o izquierda política. Lo que importaba era el cambio. Separar el presente del pasado. Deshacerse de la basura y mostrar ante el gran público un partido renovado. Al final, la transformación era visible.

Aunque, a la verdad, en la historia del PRI y de la nación nunca han importado las relaciones personales. A nadie le preocupa si Cárdenas exhibió a Calles como un acaparador del poder o si Salinas odia a muerte a Ernesto Zedillo.

Lo que interesa a los mexicanos es que Cárdenas repartió más de 15 millones de hectáreas y que potenció la creación de ejidos. Le importa que Zedillo fue capaz de sacar a flote al país tras la crisis financiera del 94. Que haya podido dar continuación a la apertura del comercio con Estados Unidos y Canadá, que diera con la reestructuración financiera, que consolidara la autonomía del entonces Instituto Federal Electoral, que creara las afores que son actualmente la bolsa de ahorro más importante que ha tenido México y que hubiera una recuperación del empleo y una economía sana.

Enrique Peña Nieto no fue ungido por nadie. No hubo ningún dedo presidencial que lo señalara como su sucesor. Con las salvedades que todo el mundo conoce, podría hasta decirse que se construyó a sí mismo, a su propia candidatura y que él manejó todo el tiempo su arribo a la presidencia de la República. Fue el autor de “La nueva generación” de priistas.

Sin embargo, sin la necesaria ruptura, Peña acogió las formas del peor PRI, del PRI que la gente detestaba, del que se robó la estabilidad y la paz de los mexicanos, del corrupto, del más abusivo y lépero.

“El nuevo PRI” de Peña era nuevo sólo en el dicho. No había en el partido una renovación real, ni modificaciones visibles, ni cambio de paradigma: era el mismo y viejo PRI. Y “la nueva generación” que presentó en su toma de protesta como presidente de México, estaba constituida por gobernadores que hoy están presos o enfrentan cargos por peculado, lavado de dinero o desvío de recursos públicos.

Entre ellos, Javier Duarte, preso por el desvío de más de 36 mil millones de pesos; Roberto Borge, también preso por lavado de dinero y por un desfalco que supera los 900 millones derivados de la venta irregular de predios; Roberto Sandoval, investigado por la corrupción de 2 mil 700 millones de pesos y por encabezar a sus parientes que también formaron una red de empresas fantasma. Por mencionar algunos.

Con todo ese descrédito que generó Peña Nieto y la nueva generación en el PRI, José Antonio Meade no tuvo la mínima oportunidad de navegar exitosamente hacia la presidencia de la República. El reclamo central de la sociedad fue la corrupción. Y como no pudo lograr la ruptura necesaria, tampoco pudo llegar a buen puerto.

LA RUPTURA DE ALITO

Alejandro Moreno, actual dirigente nacional del PRI, está siguiendo el ejemplo de Luis Donaldo Colosio, quien siendo en cierto modo creación de Salinas rompió con éste y lo hizo de manera espectacular: “Es la hora de reformar el poder, de construir un nuevo equilibrio en la vida de la República; es la hora del poder del ciudadano. Es la hora de la democracia en México; es la hora de hacer de la buena aplicación de la justicia el gran instrumento para combatir el cacicazgo, para combatir los templos de poder y el abandono de nuestras comunidades”, dijo en aquel memorable discurso del 6 de marzo de 1994.

Moreno Cárdenas está rompiendo con ese PRI de Peña Nieto, pero también con el PRI de la corrupción, el de los abusos de poder, el de las injusticias. Y lo está haciendo al acercar el partido a la gente, al ser oposición, al pensar en alianzas con partidos de la izquierda política, al estar formando un instituto político propositivo, incluyente y plural, virtudes que nunca había tenido el PRI. Y lo hizo también al deslindarse de César Duarte, exgobernador de Chihuahua y miembro de la nueva generación de priistas que fue recientemente detenido en Miami acusado de corrupción, lavado de dinero, entre otros delitos.

Sin duda, la ruptura tiene un potente significado histórico para el priismo. Ningún proyecto del viejo partido ha podido sobrevivir sin pasar antes por ese ritual. Aunque la ruptura actual puede ir incluso más allá del proyecto partidista que lidera el campechano. Puede hacer que la gente deje de ver al dinosaurio para ver al PRI como una alternativa política de éxito. Ya veremos. ¡Chao!

@_MarioCaballero

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