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Amlo y la restauración del bonapartismo mexicano

Amlo y la restauración del bonapartismo mexicano (Primera Parte)

Manuel Aguilar Mora 

Francia, por tanto, parece haber

escapado al despotismo de una clase

sólo para reincidir en

el despotismo de un individuo.

Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte

Llega 2022 con una pesada y ominosa herencia que le llegaron los dos años precedentes: el terrible 2020 con la pandemia del Covid-19 y la depresión económica mayor en 90 años y el 2021 con la continuación de la pandemia y una recuperación económica insuficiente y plena de contradicciones. Ambos años ya marcados indeleblemente con el sello de la apocalíptica sombra de las catástrofes ecológicas. Aquí en México han sido también los años de la restauración del bonapartismo, proyecto fundamental de la llamada Cuarta Transformación (4T) emprendida por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (Amlo).

Lecciones históricas

La lección de la primera mitad del sexenio del gobierno obradorista es que tal restauración está resultando más complicada que el surgimiento y consolidación del anterior bonapartismo histórico. Los vencedores de la Revolución mexicana que derrotaron la dictadura de Porfirio Díaz y de sus epígonos militares encabezados por Victoriano Huerta inmediatamente después de su victoria se dividieron y enfrentaron de acuerdo a alineamientos de clase: los campesinos y sectores de trabajadores que los acompañaban por un lado y los rancheros y pequeños y grandes propietarios rurales del otro. El sector agrupado bajo la dirección de Venustiano Carranza y sus generales, comenzando con Álvaro Obregón, se impuso en las llanuras del Bajío a los ejércitos campesinos de Villa y Zapata. 

A partir de ese triunfo los jefes militares liderados por el grupo sonorense de Obregón eliminaron, con un golpe de Estado, al viejo Carranza e instauraron un gobierno que desde 1920 dominó a la República mexicana, primero bajo la férula del jefe que pretendió reelegirse y cuyo asesinato fue el hecho que determinó que su sucesor Plutarco Elías Calles convocara a la fundación de un partido oficial en 1929 que unió a todos los sectores en la cumbre. Dicho partido se perpetuó en el poder durante el resto del siglo XX encarnado en una oligarquía de neto carácter bonapartista cada vez más aburguesada cuya sucesión en el poder se realizó de modo perfecto: cada presidente escogía a su sucesor quien se imponía sin enfrentar nunca una verdadera oposición. Era un régimen de partido único de facto, con la farsa de un maquillaje democrático que velaba débilmente un sistema con evidentes rasgos totalitarios. El priato, el famoso imperio del PRI.

Pero como dice el dicho popular “no hay mal que dure cien años”. Los sectores dominantes de la burguesía mexicana y sus socios mayores de Washington llegaron a fines del siglo pasado a una decisión. La senilidad y el cada vez mayor desprestigio del PRI obligaban un cambio. Las constantes luchas que a partir de los años sesenta se incrementaron recrudecieron el odio antipriista en amplísimos sectores populares. Tanto los grupos dirigentes del PRI como los vinculados al único partido burgués que se había mantenido como una oposición “leal”, el Partido de Acción Nacional (PAN), asesorados por el presidente Bill Clinton, decidieron terminar con la hegemonía priista y en el 2000 triunfó una “transición democrática” y llegó a la presidencia Vicente Fox, el primer presidente panista. La supuesta transición fue recibida con bombo y platillos por los políticos, empresarios, periodistas e intelectuales del régimen burgués imperante e incluso por grupos populares. Parecía que por fin se inauguraba en el país una verdadera democracia política.

El PRIAN, el PRD y el fracaso de la democracia burguesa

Pero los tres gobiernos, dos panistas y uno priista, de la llamada ”transición democrática”, popularmente bautizada como el PRIAN, que se extendió del 2000 al 2018, fueron un rotundo y colosal fracaso en los cuales reinó la corrupción más cruda y descarada, cundió la desigualdad, el respeto a los derechos humanos fue pisoteado y la violencia criminal de los poderosos grupos delincuentes vinculados al narcotráfico y a otros lucrativos negocios llegó a niveles inauditos convirtiendo al territorio nacional en la tumba de cientos de miles de muertos. Entonces las autoridades durante el sexenio de Felipe Calderón decidieran la salida a las calles de los militares. De este modo la experiencia de una “democracia (neo)liberal-burguesa” lejos de atenuar las contradicciones heredadas por el largo trayecto priista, las profundizó. Y en efecto, cómo concebir que fuera posible imponer un régimen realmente democrático en el cual la participación del propio PRI era central con todo y la permanencia de sus numerosos gobernadores, diputados, senadores y ediles

El acto final del PRIAN fue precisamente el sexenio del regreso del PRI a la presidencia de la República con el archicorrupto Enrique Peña Nieto en cuyo gobierno (2012-2018) llegaron a niveles inauditos los negocios que ya tenían décadas al amparo de las privatizaciones, los fraudes multimillonarios, los presupuestos incompletos, los desvíos inexplicables, el desfalco y la facturación de empresas fantasmas en “estafas maestras”, en fin la orgia neoliberal en pleno apogeo. Y cuando se cometió el infame crimen de Estado de la desaparición de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa en la noche del 26-27 de septiembre de 2014 una reacción de ira estalló en todo el país. Era el fin del PRIAN. Los partidos burgueses históricos más fuertes habían mostrado el cobre, no había en los sectores de la burguesía y sus partidos las tradiciones del juego político asociado característico de los regímenes parlamentarios. La verdadera tradición política imperante durante el siglo XX era la de un régimen autoritario, la del bonapartismo mexicano.

Aunque desempeñando un papel político menor en el drama de este fracaso, está también el tercer partido dominante que finalmente también selló su destino decadente junto con el de los dos mayores anteriores, se trata del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Fundado en 1989 con la fusión de una corriente disidente priista encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del gran líder histórico de la Revolución mexicana Lázaro Cárdenas y la mayoría de los sectores de la izquierda mexicana en especial con las organizaciones provenientes de las mutaciones del desaparecido viejo partido comunista mexicano, el PRD fue saludado y apoyado por un amplio abanico de sectores de la clase media e incluso de trabajadores que en su surgimiento quisieron ver por fin a una izquierda fuerte y protagonista en la primera línea de la política nacional. En realidad, no había nada nuevo. Después de la Revolución mexicana el grupo hegemónico agrupado en el partido oficial actuó siempre como un poderoso imán de los sectores socialistas e incluso comunistas, en especial los provenientes del estalinismo, como lo demostró el permanente colaboracionismo de un tiempo influyente corriente dirigida por Lombardo Toledano, fiel hasta su muerte como aliado del PRI. Fueron las largas décadas de la influencia del llamado “nacionalismo revolucionario”. El PRD se autoproclamaba como heredero de tal tradición, opositor de la oleada neoliberal en pleno auge. Pero eran otros tiempos muy diversos al del nacionalismo de los años treinta y cuarenta del siglo pasado.

Las vicisitudes del PRD son un factor no poco importante que explica tanto la biografía personal de Amlo como el surgimiento de la corriente del obradorismo de la cual es líder. El joven Amlo fue un dirigente priista en su estado natal, Tabasco. Cuando no logró su ambición de ser candidato a gobernador renunció al PRI y se unió al PRD en donde alcanzó la estatura de líder que lo proyectó en la escena nacional, primero como presidente del partido y después como su candidato triunfante al importante gobierno de la Ciudad de México en el 2000 y en dos ocasiones como su candidato presidencial perdedor.  

Amlo demostró ser un inteligente y astuto político opositor profesional burgués durante todo el periodo de la orgia neoliberal del PRIAN que ahogó al país en violencia y corrupción durante tres décadas. Con un discurso contra los peores excesos y crímenes de sus gobiernos y siempre manteniendo, como repetía una y otra vez, un “respeto total y pacifico a la ley, no hemos roto ni un vidrio”, Amlo se fue perfilando como un hábil y carismático líder de masas que del 2006 al 2018 recorrió varias veces el país de norte a sur con el discurso de un despertador de conciencias, de líder de una nueva transformación de México, un discurso compuesto con pronunciamientos progresistas incluso radícales que sin embargo se hacían cada vez más demagógicos. Su postura conciliadora se hizo claramente más evidente a partir de la caída estrepitosa del prestigio de Peña Nieto: “hay que serenar a México, no queremos un país revuelto”, etc. Amlo comenzaba enviar mensajes conciliatorios.

La aplastante victoria de Amlo

Apoyado en el PRD, Amlo construyó la plataforma que lo lanzó a las elecciones presidenciales de 2006 y 2012. Después ya con el nuevo partido, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), fundado por él mismo se lanzó por tercera ocasión en 2018 a la contienda por la presidencia, triunfando en esta ocasión.

Nunca se había dado una victoria electoral tan apabullante como la que permitió a Amlo llegar al Palacio Nacional en 2018. 32 millones de mexicanos y mexicanas votaron por él. Él mismo se sorprendió. Mucho se ha publicado y dicho sobre esta fecha tan importante en la política mexicana. Una primera y fundamental consecuencia fue el aplastamiento que significó para los partidos dominantes. El PAN fue el que se defendió mejor pero apenas y logra mantenerse en pie  sometido actualmente a grandes contradicciones internas. El PRI cayó tan profundamente que todo indica que será muy difícil que se levante, en tres años después de 2018 ha perdido cinco millones de afiliados y ocho gubernaturas. El PRD está en proceso de extinción. O sea, el bloque de la oposición burguesa tradicional no es firme, ni representa una real amenaza al gobierno de Amlo. No tiene futuro.

El proyecto de Amlo, por lo tanto, define hoy en la arena de Morena su continuación o su superación. Este peculiar partido lo integran y dirigen en su abrumadora mayoría miembros que hasta 2014, año de su registro por el Instituto Nacional Electoral (INE), eran miembros del PRD, del PRI y de otras organizaciones, incluso de derecha y de extrema derecha.

Ciertamente la avasalladora victoria de Amlo era suya, por supuesto, pero iba mucho más allá. Era la expresión contundente del sentimiento de una mayoría de la población deseosa de un cambio, no un cambio cualquiera sino uno radical, de transformación profunda. De hecho, ese estado de ánimo popular fue entendido por Amlo y retóricamente expresado en su propaganda política. Al triunfar en las elecciones de tan impresionante modo ¿cómo no esperar una respuesta a esa demanda, para muchos una verdadera exigencia urgente ante la gravedad de la crisis de México? Qué tanto esa retórica es real o mera demagogia de un clásico líder burgués autoritario. La respuesta está en lo ocurrido en estos tres últimos años…

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