• Spotify
  • Mapa Covid19

Letras Desnudas

Mario Caballero

El caudillo

Las hojas de los árboles cambiaban su color verde por tonos ocres cuando el caudillo por fin llegó al poder. Fue ese un otoño inolvidable para él, para sus seguidores y para mucha gente que lo vio ascender a la silla presidencial después de tantos años de batalla política. El pueblo se alegró. Al verlo tomar protesta vio por cumplido un sueño. Se sintió representado por ese hombre que había prometido luchar por los de abajo, porque también él venía de las familias humildes de México.

Se convirtió en presidente impulsado por un movimiento que sus partidarios llamaban generador. Incluso, él era el jefe del Ejército Regenerador. Y alcanzar el poder no hubiera sido posible sin el respaldo de la revolución popular.

El pueblo estaba cansado de los abusos del poder cometidos en nombre de la ley. Por eso no le entusiasmaba tanto la causa de la legalidad. Lo que quería era progreso, oportunidades de crecimiento, mejores salarios y un cambio en el gobierno, y el caudillo les prometió eso y más.

Prometió la regeneración de la patria, acabar con los poderosos y los grandes empresarios que no sólo se adueñaban de la vida de los trabajadores, sino también de los trabajadores, que estaban privados de derechos y aspiraciones de cualquier índole. También terminar con la pobreza y elevar los estándares de calidad de vida fueron las dos grandes propuestas por las que el caudillo logró conquistar la confianza de los ciudadanos.

Sus contrincantes a la presidencia eran vistos como parte de ese grupo político que durante muchísimos años gobernó al país con autoritarismo. Eran, todos, hombres corruptos. No había a quién irle. Carecían de autoridad moral y les sobraba dinero, ganado de la peor manera. Ideológicamente ofrecían el bienestar de las familias y un régimen de libertades, pero los traicionaba su historia. En los hechos, acaparaban la riqueza y no tenían ninguna consideración por la gente humilde. Anteponían sus intereses al bien común. Traficaban influencias y estaban ligados a los dueños del dinero. Nada hicieron por el pueblo, por eso éste terminó por echarlos.

El caudillo, en cambio, era visto con buenos ojos. Él y sus partidarios se declaraban al margen de las negociaciones oscuras, de la corrupción. Algunos de ellos fueron perseguidos políticamente y eso en mucho les ayudó para que recibieran una mayor confianza de la gente. Ese fue el momento en que el pueblo bueno triunfaba sobre el gobierno, que era malo.

Muchos años antes de su entronización, el caudillo era juzgado como el más digno representante que los mexicanos hayan tenido jamás. Su discurso articulaba una serie de demandas insatisfechas y se construía una identidad popular mediante la satanización de una élite formada por políticos y empresarios que se oponía a los intereses del pueblo. Mostraba estar de parte de los pobres, de la clase trabajadora, de los campesinos, de los artesanos y de los líderes sociales que enarbolaban buenos principios y pensaban en un mejor porvenir para la nación. Su ideario era entones lo que después se conoció con el nombre de populismo.

Al llegar al poder sacó a relucir su habilidad extraordinaria para impresionar el espíritu público, y se negó a vivir en Palacio Nacional, como lo habían hecho hasta entonces todos los presidentes que lo precedían. Y se fue a vivir a una casa de aspecto sencillo. Demasiada modesta para alojar entre sus paredes a la figura presidencial más impactante del momento.

Antes de asumir la presidencia se distinguió por su austeridad y por su honestidad. Como primer mandatario, por decreto suyo, la Secretaría de Hacienda comunicó que a partir del primero de diciembre todos los sueldos de los empleados del gobierno sufrirían una reducción del 50 por ciento. La medida fue muy bien acogida por la sociedad e incrementó su credibilidad y legitimidad. Eran señales claras de que estaba dispuesto a cumplir sus compromisos y a construir un cambio verdadero para la nación.

Llevaba tiempo buscando el poder, pero si llegó a forjarse la imagen del caudillo tenaz y fuerte fue porque también probó el amargo sabor de la derrota. En dos ocasiones fue víctima del fraude. Quienes gobernaban hicieron todo lo posible por obstaculizarle el camino que más de una década después lo llevaría a convertirse en el hombre más poderoso de México, y quizá la grandeza de su poder sólo puede compararse con el que tuvo Juárez.

No hubo dudas sobre que sus adversarios consiguieron elegirse a través del fraude. De eso el consenso era bastante serio. Sin embargo, el caudillo aun perdiendo, ganó. Volverse víctima del poder consagró su imagen. Mientras más mártir era, más crecía su nombre y popularidad entre el vulgo. Los insultos, agresiones, las campañas de desprestigio en su contra fueron capitalizados por él y sus partidarios. De tal manera, cuando llegó a su tercera elección no sólo era el rival a vencer, sino el invencible.

Sus contrincantes tenían una profunda relación con el poder. Él, por el contrario, era el candidato del pueblo. Así creían él y sus seguidores, y así también pensaban los que se convencían del proyecto de gobierno que profesaba. No faltaron quienes dijeran que personificaba en esa lucha al elemento popular.

Se volvió popular entre las clases populares de todo el país. En su vida ordinaria, estuvo en contacto con las clases populares durante toda su juventud y peleó junto a éstas las batallas por la libertad y la República. En otras palabras, conocía al pueblo y el pueblo lo conocía a él, considerándolo uno de los suyos.

En los años siguientes, el caudillo, que había renunciado a sus cargos, lucharía por el poder no bajo la sombra del poder, sino fuera del poder y contra el poder, con la apuesta de que tendría en esa lucha el apoyo del pueblo. ¡Y vaya que si lo tuvo!

Una vez que alcanzó el triunfo, su figura representaba por primera vez en la historia de México a la izquierda política nacional. Era la persona cuya prioridad absoluta era cambiar a favor de la igualdad de oportunidades, de la calidad de vida de la gente, de toda la gente, y en particular de los que viven de su trabajo en el sentido más amplio. Alguien del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Después de décadas de abusos, de saqueo de los recursos públicos, de desigualdad, de pobreza, de hambre de justicia, logró lo imposible: devolverle a la sociedad la esperanza y las ganas de creer.

No obstante, al tomar las riendas del país buscó unir a todos los liberales en su gobierno, a los políticos de todas las tendencias, sin excluir a los empresarios y a los católicos. Y unió a muchos bajo su liderazgo, a los que colocó en la estructura del poder que, dicho sea de paso, fue más grande que las anteriores. Así nació una nueva hegemonía.

Como presidente de la República, el caudillo se comportó como lo que siempre fue: un gobernante liberal, pero ciertamente no un demócrata y tampoco un tirano. Abrazó, sin embargo, el catolicismo. En sus discursos, ambiguos y crípticos, se pronunció por el fervor a Dios y la obediencia a las leyes divinas. De hecho, inició su gobierno aplicando un programa que por un lado retomaba los gestos de conciliación que el propio Juárez había realizado a su regreso triunfante después de la guerra de intervención francesa, pero nunca se pronunció por hacer modificaciones a la Constitución, como para permitir de nueva cuenta la injerencia de la Iglesia en el campo educativo, por ejemplo.

Por otro lado, su administración arrancó con toda la confianza y el respaldo de los mexicanos, aunque el beneficio real fue sólo para unos cuantos, en su mayoría empresarios y familias acomodadas que simpatizaban con sus ideas políticas.

La clase trabajadora nunca vio una mejora en su calidad de vida. Por el contrario, siguieron siendo explotados, recibiendo bajos salarios, la mayoría de las veces ni siquiera lograba satisfacer las necesidades más esenciales para vivir. Los indígenas fueron relegados e ignorados. Y la desigualdad y la pobreza extremadamente marcadas entre las clases sociales.

En fin, nada cambió en el gobierno del caudillo. Los pobres fueron más pobres todavía y los ricos más ricos todavía.

El caudillo al que hacen referencia estas líneas no es Andrés Manuel López Obrador, se llamaba Porfirio Díaz. ¡Chao!

@_MarioCaballero

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *