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Letras Desnudas

Mario Caballero

Un crimen que no se olvida

Mariana fue el nombre que Matilde Cruz Aguilar y Reinaldo Cruz escogieron para su hija, que nacería a mediados de diciembre de 2002.

El matrimonio era humilde, pero tenían todo listo para recibir a la nueva integrante. En la habitación principal de la casa tenían la cuna. En una gaveta del ropero estaban los mamelucos, chambritas, pañales, gorritos y los diminutos calcetines. Mientras tanto, en una pequeña mesita, la pañalera empacada y dispuesta para que no los agarraran desprevenidos. Todo era felicidad.

El infortunio es vario, escribía Poe. La desgracia es multiforme sobre la tierra. En una vuelta de tuerca, aquella felicidad se tornó en un largo y doloroso suplicio.

Matilde llegó al Hospital Regional de Comitán con dolores de parto. Eran alrededor de las cinco de la mañana. Nadie la atendió, según por falta de personal. Así que la tuvieron sentada durante muchas horas en el área de urgencias. Reinaldo la acompañaba.

Estando ahí notaron que los camilleros sacaban varios féretros. “Ten fe, no va a pasar nada”, le dijo Reinaldo. Justo en ese momento vieron ingresar a una señora con un ataúd para bebé.

Matilde fue atendida a las siete y media de la noche, y tuvieron que practicarle la cesárea porque los dolores eran insoportables. Pero todo resultó un éxito: ella no tuvo complicaciones y la niña nació sana. Cuando nació mi hija –dice Matilde- yo la vi desde una ventana y se encontraba muy bien.

El 27 de diciembre, a las siete de la mañana, los médicos le dijeron que Mariana había muerto. La única explicación fue que de repente tuvo un problema respiratorio. Coincidentemente, la misma causa por la que también falleció el niño José Guadalupe, tras siete días de estar hospitalizado.

José Guadalupe había sido internado en ese mismo hospital el 19 de diciembre de 2002, a las diez de la mañana. Nació el 16 de diciembre, su nacimiento fue prematuro, pero de acuerdo con las declaraciones de sus familiares era un niño hermoso, grandísimo, que había pesado seis kilogramos. Pero a los tres días de nacido su estado de salud comenzó a decaer y fue trasladado a dicho centro médico que en ese entonces era dirigido por el doctor Raúl Belmonte Martínez.

Pasaron los días y el niño siguió empeorando, pero no era el único recién nacido en el hospital en esa situación. Dos días antes había muerto de forma misteriosa la niña Wendy Mercedes, que había nacido el 13 de diciembre. La madre, de 18 años edad, la vio viva hasta minutos antes de que la enfermera se la llevara a la incubadora, ya que le dijo que estaba delicada.

“Mi mamá entró a ver a mi hijita. Estaba en la incubadora. La revisó y salió. Todo estaba bien”, dijo la madre de Wendy. La pequeña murió la tarde del 17 de diciembre. La causa del fallecimiento fue problemas respiratorios.

Ese mismo día, María Antonieta Solís Gordillo dio a luz a Arturo Enrique. Fue bautizado en el hospital por una religiosa carmelita, que al ver al niño en buen estado de salud les comentó a los padres que pudieron haber esperado unos días más para que el bebé recibiera las aguas bautismales en la iglesia.

NUBE TÓXICA

Ese diciembre de 2002, el Hospital K de Comitán se encontraba relativamente vacío por la temporada vacacional. Así que los directivos decidieron fumigar el área de pediatría y cuneros. Pero los padres de los recién nacidos se opusieron. El primero de ellos fue Alberto Pérez, papá de José Guadalupe, pero lo tiraron al loco. “Fumigaron sin tomar las medidas preventivas”, dijo.

También Lesbia Solís Gordillo, tía de Arturo, se opuso a la fumigación. Acudió al departamento de Trabajo Social para preguntar por qué lo iban a hacer, y una enfermera le contestó que para que no entraran virus. Y un trabajador de mantenimiento le dijo que no se preocupara: “vamos a aislar a los niños. No va a pasar nada”.

Efectivamente, los niños fueron trasladados a un lugar fuera de peligro, pero al poco rato los regresaron a los cuneros. Lesbia Solís comentó que cuando llevaron de vuelta a los niños se sentía un fuerte olor a herbicida, y que así estuvo durante varios días sobre todo en las áreas de pediatría y cuneros.

“Oí llorar al niño cuando yo aún estaba en el quirófano. Le pregunté a la enfermera cómo se encontraba mi hijo y me dijo que bien”, dijo María Antonieta. Horas más tarde, notó que dentro del hospital había una nube tóxica.

Arturito murió el 23 de diciembre según por problemas respiratorios. Tres días después murió José Guadalupe, por la misma razón. Y nadie en el hospital salió a dar la cara. Ante el reclamo lógico de los padres, sólo dieron evasivas y promesas de que iban a investigar las causas de los fallecimientos, cosa que nunca se realizó.

EXHUMACIONES

En el acta de defunción 006623 expedida por el oficial del Registro Civil número uno de Comitán, indica que las causas de la muerte del bebé José Guadalupe fueron hipertensión endocraniana, neuroinfección y septicemia (ésta última suele provenir de determinadas infecciones adquiridas en el mismo hospital). Con ello se desmintió el diagnóstico que dieron los médicos, puesto que el niño murió por factores diferentes que nada tenían que ver con los síntomas por los que fue internado.

Por otro lado, los padres de Arturo solicitaron la exhumación de su hijo. No creyeron que había muerto por problemas respiratorios. Obtuvieron el permiso el 27 de diciembre. Ese día, en el cementerio, alumbrados por los faros del vehículo del padre de María Antonieta, los médicos legistas tomaron muestras del tejido del cuerpo del pequeño.

Irma Cruz, madre de Wendy, hizo lo mismo. Al enterarse que el área de cuneros había sido fumigada sin las debidas precauciones, solicitó la exhumación de su hija que estaba enterrada en el panteón del municipio de Las Margaritas, y ahí se confirmó que la causa del deceso fue envenenamiento y no problemas respiratorios.

EL CRIMEN DE PABLO SALAZAR

El nacimiento sólo puede entenderse a la luz de la muerte, decía el poeta mexicano Abel Pérez Rojas. Entre los meses de diciembre de 2002 y enero de 2003, murieron 35 recién nacidos en el Hospital Regional de Comitán de Domínguez, todos aparentemente por problemas respiratorios.

Ante los primeros 24 fallecimientos, los padres de los niños exigieron al entonces secretario de salud, Ángel René Estrada Arévalo, la investigación de las muertes, pero éste fue indiferente al dolor de las familias. Simplemente no hizo nada.

Como fue costumbre proteger a los funcionarios corruptos durante el pabliato, Estrada Arévalo fue premiado con la rectoría de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), impuesto por el exgobernador Pablo Salazar Mendiguchía, el 4 de diciembre de 2006.

Días después, el entonces director de dicho hospital, Raúl Belmonte, denunció falta de medicamentos, de equipo y de personal médico para la atención de los bebés enfermos. Para ese momento ya había más recién nacidos infectados por la nube tóxica. Por lo que le pidió prestado al gobernador el helicóptero del gobierno para trasladar a los niños a la Ciudad de México. Los niños estaban graves, pero aún había tiempo para salvarles la vida.

Sin embargo, Pablo Salazar no quiso prestar la aeronave. En cambio, ordenó que el helicóptero fuera utilizado para traer al jugador Guillermo “Pando” Ramírez del país de Guatemala para integrarlo al equipo Jaguares.

NUNCA SE OLVIDA

Por omisión, Pablo Salazar es responsable de la muerte de los niños, porque de acuerdo con el artículo 4 de la Ley General de Salud del Estado de Chiapas, él era el principal garante del derecho a la salud de los chiapanecos.

En primer lugar, permitió todo tipo de actos de corrupción y despotismo en el hospital. Pero también fue negligente al no dotar de recursos, medicamentos, equipo y personal médico por el solo hecho de que ese nosocomio estaba en tierra del exgobernador Roberto Albores Guillén, con quien tenía conflictos políticos.

He ahí un crimen impune. Un crimen que no se olvida. ¡Chao!

yomariocaballero@gmail.com

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