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Roy Gómez

Unción y misión…

Las palabras que Dios inspiró a los hombres. Palabras sagradas, divinas, transidas por la luz del cielo. Un padre que ama a sus hijos no puede permanecer callado. Y Dios es un padre que ama como ningún padre ama sobre la tierra. Por eso, a lo largo de los siglos, nos ha venido hablando a los hombres. Muchos no le escucharon, cerraron sus oídos a la voz de Dios. Y sus palabras resbalaron en sus corazones como la lluvia sobre la piedra. Pero otros no, otros fueron tierra blanda que absorbe ávida el agua que cae de arriba. Y la semilla produjo fruto abundante y bueno. Fruto de caridad, de alegría, de paz, de fe, de mansedumbre, de continencia. «Y todo el pueblo estaba atento al libro de la Ley». Atento haz Señor que esté atento. Con el corazón en guardia permanente, con la voluntad pronta, con el entendimiento alerta. Para que tu Palabra llene mi vida con la música maravillosa de sus inefables resonancias. Para que acepte tu Palabra, para que la reciba con gozo, para que la busque con ansiedad. Que, de todos mis libros, sea el tuyo, la Biblia, el primero, el más leído, el más escuchado. Sea tu Palabra luz para mis pasos, camino para mis pies. Que me cale hasta lo más hondo, que me transforme de barro en espíritu, de oscuridad en luz.

El pueblo entero responde: Amén, amén. Palabra hebrea que ha perdurado a través de muchos siglos. Palabra litúrgica que encierra la síntesis de una auténtica espiritualidad: deseo ardiente de querer lo que Dios quiere, de someterse sin condiciones a los planes del Padre de los cielos… Amén, que así sea, como tú quieres, como tú lo dispones. Sea lo que sea, Señor, amén, amén.

El pueblo entero, nos sigue narrando Nehemías, se echó a llorar. Son lágrimas que brotan de un gozo profundo y sereno, llanto que se desborda como expresión paradójica de una gran felicidad. Los hombres que rigen el pueblo, Esdras y Nehemías, exclaman: «Anden y coman buenas tajadas, beban vino dulce y envíen porciones a quien no tiene preparado, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estén tristes, pues el gozo en el Señor es nuestra fortaleza».

La alegría cristiana como fortaleza del alma. Concede a tus hijos esa alegría, esa fuerza que nos mantenga siempre en pie, felices, contentos, dispuestos a la entrega generosa, optimistas y esperanzados. La alegría de los hijos de Dios, la que nace de un corazón libre, de un corazón enamorado.

La vida y la doctrina de Jesucristo no podía quedar enterrada en el olvido. Fue tanta su fuerza y su grandeza que, a medida que pasaba el tiempo, crecía el interés por conocer mejor a Cristo. Por otra parte, sus apóstoles iban comprendiendo, bajo la luz del Espíritu Santo y a la vista de lo que estaba ocurriendo, que el mensaje que predicaban tenía un alcance mayor del que ellos pudieron comprender en un principio. Por todo ello nos dice san Lucas al comienzo de su evangelio que muchos emprendieron la tarea de relatar cuanto había sucedido entre ellos. A pesar de existir esos relatos –se refiere sobre todo a los evangelios de Mateo y de Marcos-, él también desea escribir sobre la vida y enseñanza del Señor. Para esto, nos dice el Evangelista, se ha preocupado de comprobarlo todo exactamente y desde el principio. Así quiere contribuir a que los creyentes conozcan la solidez de la doctrina que han recibido.

San Lucas, en efecto, nos transmite con fidelidad histórica algunos detalles y noticias que los otros evangelistas no refirieron. Relata datos cronológicos que han contribuido mucho a saber cuándo ocurrieron determinados acontecimientos. Por eso, cuantos desprecian el valor histórico de los evangelios se equivocan, por mucho que quieran decir que negar la historicidad de lo ocurrido no merma la fe sino que la acrecienta. Dios ha querido que nos apoyemos en unos hechos tangibles y comportables, no porque nuestra fe haya de ser el resultado de unos razonamientos lógicos, sino porque esa fe, aunque no sea racional, sí tiene que ser razonable.

Después de este preámbulo, san Lucas narra en el pasaje que corresponde a este domingo uno de los momentos iniciales de la predicación de Jesús. El hecho se desarrolla en Nazaret. Ante el asombro de sus paisanos, Jesucristo toma la palabra y explica el pasaje del profeta Isaías que acababa de leer. Su voz es segura, su doctrina clara, sencilla y profunda. Sin la menor jactancia afirma que en él se cumplen las profecías acerca del Siervo de Yahvé, los presagios gozosos del profeta en torno al Mesías. Él ha sido ungido y enviado para proclamar la Buena Noticia –que esto significa evangelio–, a todos los hombres, en especial a los más humildes y desgraciados.

Unción y misión, dos aspectos de la persona de Cristo, que se repiten en aquellos que le siguen y son bautizados; en especial en quienes reciben el sacramento del Orden. Con la unción se sacraliza a la persona y se le encomienda la tarea sagrada de testimoniar sobre la doctrina salvadora del evangelio. Con la misión se le envía para que se vaya por doquier proclamando con la palabra y el ejemplo, cuanto nuestro Señor Jesucristo ha dicho y ha hecho. Seamos consecuentes con esta realidad y hagámonos voceros incansables de la única y auténtica Buena Noticia…Que así sea. Luz.

royducky@gmail.com

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