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Erupción del Chichonal cumple 38 años

Ramiro Gómez y Pepe Espinosa / Diario de Chiapas

“Comenzó el relámpago y rayo en cuatro esquinas, todo ese fuego lo desbarató, es que estuvo tremendo. Llovía arena y piedra como no se imagina. La arena caía intensamente, mucha gente encontró piedra muy luminosa como si fuera oro puro. Las luces que tiraba, bonito lo tiraba y bastante, eso es lo que sucedió”, relatan los sobrevivientes del volcán chichonal.

Es domingo 28 de marzo de 1982. En medio de la espesura de la noche, en esta parte de la geografía chiapaneca la tierra vuelve a temblar como ha ocurrido desde hace algunos meses, provocando zozobra en miles de personas que habitan los pueblos remotos, donde no hay caminos, ni escuelas, ni luz… Pero este día y esta noche, los temblores se han hecho más intensos por los avisos de una mítica y misteriosa mujer, aquella que la cosmovisión del pueblo zoque ha considerado por siglos como la dueña del cerro, Pyogpatzyuwe.

Es casi la medianoche del 28 de marzo de 1982, y de repente la tierra se estremece y el cielo se llena de rayos y piedras de fuego, en el aire se escucha un feroz estruendo. El volcán Chichonal acaba de despertar de un sueño lejano.

Testimonios relatan lo que ocurrió esa noche en la región Norte del estado de Chiapas, especialmente entre los municipios zoques de Francisco León y Chapultenango. Algunas personas creyeron que era el fin del mundo, pues al día siguiente ni siquiera el sol podía mirarse tras la densa nube de ceniza y humo que se formó con el estallido del volcán. Se escuchaban voces desgarradoras entre la multitud. Los sobrevivientes de las erupciones del volcán Chichonal cuentan que la gente se dispersó entre la oscuridad, buscando veredas, cuevas, cerros, montañas y arroyos, lugares conocidos pero que cambiaron drásticamente su fisonomía, pidiendo a los dioses protección ante la furia de las cenizas y las piedras de fuego.

Miles de personas huyeron de sus comunidades rumbo a Tabasco, a Tuxtla Gutiérrez, a municipios cercanos como Ocotepec, Coapilla o Copainalá. Pero a quienes decidieron permanecer en sus comunidades por el temor a perder sus escasas pertenencias, o porque autoridades de entonces los engañaron diciendo que ya no habría más erupciones del volcán, el fuego los devoró… Como si fuera el fin del mundo.

El volcán Chichonal se ubica al norte del estado de Chiapas, en territorio de los pueblos indígenas zoques. De una edad geológica aproximada a los 220 mil años, entre el 28 de marzo y el 5 de abril de 1982 tuvo al menos tres violentas erupciones, que transformaron de manera radical la vida de estos pueblos y de sus habitantes.

Francisco León y Chapultenango, los dos municipios más afectados por las erupciones. De hecho, la antigua cabecera municipal de Francisco León quedó sepultada por las avalanchas de piedra y cenizas arrojadas por el Chichonal, enterrando a más de dos mil personas en un solo día.

Las voces son estremecedoras, permanecen en la memoria de quienes vivieron esos días como si fuera el fin del mundo.

Llegar ahora al poblado de Carmen Tonapac, municipio de Chapultenango, es relativamente fácil. Ya se tiene un camino pavimentado que conecta a esta localidad con la vecina cabecera municipal de Francisco León y pasa por diversas localidades, bordeando en el horizonte las faldas del volcán. Hace 38 años un camino así hubiera facilitado el desalojo de las personas, pero entonces no existía.

Ahí, entre sonidos del campo y la suave brisa del viento, Matilde Gómez Cordero nos da su testimonio:

“Otros lloraban, otros rezaban y otros cantaban, ya no se sabía qué hacer porque decíamos que nos íbamos a morir ahí”.

Antes de las erupciones, el volcán Chichonal tenía una altura aproximada de mil 300 metros, altura que se redujo más de 200 metros después de lanzar al aire millones de toneladas de piedras y cenizas. De igual manera, tras las erupciones en el centro de esta no muy elevada montaña se dejó ver un lago de aguas azufrosas, bordeado por un cráter de mil 500 metros de diámetro y 200 metros de profundidad.

El desplazamiento obligado y la reubicación forzada de al menos 20 mil personas, provocó el establecimiento en diferentes municipios de poblados que para recordar su pasado y afirmar su presente agregaron al nombre de su poblado de origen la palabra Nuevo. Así surgieron Nuevo Naranjo, Nuevo Vicente Guerrero, Nuevo Carmen Tonapac, Nuevo Francisco León o Nuevo Chapultenango, entre otras localidades de desplazados por el volcán.

Pero también, con el correr de los meses y de los años, los poblados originales volvieron a poblarse con el retorno de sus habitantes, de sus sobrevivientes. En El Naranjo, localidad del municipio de Francisco León, Víctor Pablo Peñate narra cómo fue su viacrucis para escapar con rumbo a Ocotepec.

“El fuego fue después cuando aventó arena, grabas, lavas, todo tiró el volcán, y las láminas cargaron muchas arenas, casi caían los techos, eso me acuerdo porque mucha gente iba a las iglesias y me acuerdo que al salir a las calles caía mucho polvo de cabeza, la gente todos acudían a las iglesias por miedo, la arena estaba de espesor de 15 a 20 centímetros, casi no se podía caminar, mucha gente agarraba sus pollos, sus puercos para comer ese día. Habían muchos enfermos que no podían caminar, mujeres embarazadas, ancianos, ancianas, algunos que no pudieron salir de sus comunidades y ahí se quedaron abandonados”.

La mayoría de testimonios coincide en señalar que el municipio de Ocotepec funcionó como centro de refugio, a pesar de ubicarse a unos 10 kilómetros en línea recta del volcán Chichonal.

En su libro Los zoques del volcán, el doctor en antropología Laureano Reyes, recoge las visiones de por qué Ocotepec fue tomado como refugio, entre ellas por la fuerte creencia de que ahí estarían bajo la protección de San Marcos, el santo patrono, quien en una batalla mítica ocurrida poco antes de las erupciones entre él y la maléfica Pyogba tzyu’we, la dueña del volcán, la habría derrotado valiéndose de su nagual, el león alado, y dos espadas de oro que lanzaban llamas. Gracias a esta victoria, Ocotepec estaría a salvo de la furia de la dueña del volcán.

Pero a decir del doctor Laureano Reyes, hubo otras visiones premonitorias de las erupciones del volcán. Es el caso de la llamada Caja parlante de San Miguelito, una suerte de oráculo que predijo con anticipación las erupciones del volcán y señaló a los zoques los lugares a los que podrían dirigirse cuando la dueña del volcán estallara.

“San Miguelito pronosticó con tres meses de anticipación la erupción del volcán chichonal, ¿Cómo lo hizo? No lo sé, pero eso está totalmente documentado. Cuando se hizo realidad el fenómeno explosivo en Chapultenango los zoques fueron abandonados a su suerte. Todas las autoridades corrieron, incluida la iglesia. Cuando vieron que el cerro estaba haciendo erupción, quisieron evacuar la zona, el primer, el primer en abandonar la camioneta fue un sacerdote católico e invitar a feligreses a iniciar el éxodo. En chapultenango se registraron 80 partos y todos los productos nacieron muertos. Entonces el ejército corrió y dejó a los zoques abandonados. La primera prioridad de evacuación fueron cien mil cabezas de ganado en las zonas de afección moderada porque el ganado podría morir de hambre, y les mandaban alimentos balanceados, la segunda prioridad de evacuación fueron 30 mil toneladas de café, la tercera prioridad fueron los zoques que salieran por su cuenta. Este pueblo ha sufrido, ha sufrido mucho, sin embargo, ha sabido salir adelante, es un pueblo fuerte, un pueblo que ha resistido la prueba del tiempo, por eso pasan y pasan los siglos y los zoques siguen existiendo y se ven con mayor fuerza”.

La gente de las comunidades sabía que, si la tierra se estremecía, algo estaría ocurriendo en las entrañas del Chichonal. Bajo sus pies se escuchaba como si una máquina grande cortara la tierra, y los pobladores de los ejidos aledaños pensaron que iba a explotar. Así lo relata Juvencio Pablo Altunar, de la comunidad El Naranjo:

“En el año de 1982 el volcán Chichonal estuvo haciendo una de las amenazas con temblor constante. La gente no le hizo caso porque el volcán no tenía nada de seña que iba a hacer erupción pero ya como un mes o un mes y medio empezó a sentirse más fuerte el temblor, y una noche como las nueve, comenzó a hacer erupción, estaba subiendo humos negros y aun así la gente no tenía miedo, muchas personas se reían. Y Así como fue avanzando la erupción fue avanzando las nueves negras hacia el cielo, cuando se vio más difícil, la gente tuvo que ir a la iglesia”.

Después de la erupción, después de los desastres se inició una nueva vida. La población desplazada fue enviada a refugios temporales como La Chacona, sitio para la exposición de ganado vacuno en Tuxtla Gutiérrez. Ahí se concentraron quienes de la noche a la mañana lo perdieron todo y solo tenían lo que llevaban puesto.

Sus muertos quedaron en el camino o bien enterrados bajo las cenizas. Familias completas desaparecieron, otras muchas más quedaron destrozadas. ¿Alguien podría imaginarse el tamaño de la tragedia, del dolor que sacudió a los pueblos zoques de Chiapas hace 38 años?

Hay muchas historias contadas desde la impotencia ante el embate de la naturaleza o del coraje y la tristeza por todo lo ocurrido. Pero también hay relatos que cuentan el miedo ante lo desconocido, al desplazamiento forzado que llevó a miles de personas a lugares extraños, la mayoría con muchas carencias para iniciar un nuevo ciclo de vida. El choque de realidades fue brutal. En pocos días se encontraron en un lugar distinto al que nacieron, comiendo alimentos que no querían, durmiendo con la incertidumbre a cuestas. La tierra los llamaba desde la distancia. Aquella tierra llena de encanto, en donde estaban enterrados los ombligos, estaba muy distante.

Pero a 38 años de las erupciones del volcán Chichonal, también hay testimonios que cuentan cómo les ha cambiado la vida e incluso cómo se han visto beneficiados con el correr de los años. Es el testimonio de Don Gabriel Gómez González, de la colonia Carmen Tonapac:

“Cambió porque ya hay más comunicación también, antes no había carreteras, no había luz, hay escuelas para prepararse, mucha gente los que tienen sus hijos lo mandan a prepararse y buscan otras formas de vivir”.

Desde la experiencia de los habitantes de las diferentes localidades, hubo otras afectaciones menos visibles pero muy evidentes. Una de ellas ha sido la erosión de suelos, lo que ha provocado la disminución y merma de la producción agrícola. Antes de 1982, la producción era orgánica; ahora, los campesinos utilizan agroquímicos para que la cosecha sea suficiente. Así lo explica Francisca Cordero Díaz, de la cabecera municipal de Chapultenango.

La ancestral presencia cultural del pueblo zoque en la región donde se yergue el volcán Chichonal, ha permitido construir una compleja y desbordante cosmovisión con la montaña sagrada. En ella sobresale la presencia de Pyogba tzyu’we, la dueña del volcán, una mítica mujer que todos los días nace al despuntar el primer rayo de sol y muere con cada atardecer. Cuando hizo erupción hace 38 años, Pyogba tzyu’we estuvo anunciando su muy cercana boda, un casamiento que al final no pudo ocurrir y por ello y por el desdén de la población a sus avisos, montó en cólera y estalló.

Aunque no se tiene información de que la dueña del volcán haya aparecido nuevamente, el Chichonal es un volcán activo pero también un lugar codiciado, pues en los últimos tiempos se ha planteado la posibilidad de realizar proyectos geotérmicos y extractivistas a favor de empresas que nada saben de la estrecha relación con la cultura zoque, pero que no les importa si de por medio hay ganancias económicas. Ante esta posibilidad de explotación de la montaña, de una nueva tragedia ahora provocada por la voracidad del capital, se han alzado miles de voces que exigen respeto a su territorio y al derecho a decidir su propio destino.

“Mi nombre es María Rosalba Bautista Domínguez, zoque de Chapultenango, formo parte de la Red de Mujeres Zoques Construyendo Esperanza, saludo la lucha de mi pueblo, a las mujeres que defienden la vida y el territorio. Los sobrevivientes resistimos la muerte, nos seguiremos organizando para recuperar el territorio y la memoria histórica de nuestros ancestros. Los zoques nos oponemos a los megaproyectos de la región, la minería, la geotermia, los pozos petroleros, porque van a matar la vida alterando las formas naturales del uso de la tierra, pero además estos proyectos son para el beneficio de empresas, para los ricos y no respetan nuestros derechos, no nos preguntan, solo ellos velan sus inversiones que acuerdan con los gobiernos y no quieren mirar a las mujeres y hombres que vivimos en estas tierras, por eso luchamos para seguir sobreviviendo”.

El volcán continúa activo. En algunas de las localidades que circundan las suaves formas de la montaña sagrada, se dice que el cerro está creciendo. Pero a diferencia de hace casi cuatro décadas, ahora la población está atenta a la información, al semáforo vulcanológico y a las recomendaciones que, por diferentes medios, incluyendo La Voz de los Vientos-emisora ubicada en Copainalá del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas – se difunden hacia la población.

Todos respetan a la Pyogba tzyu´we y saben que algún día regresará, pero nadie quiere que eso ocurra, nadie quiere despertar su enojo porque todavía está en la memoria colectiva el recuerdo de esos días terribles, días que se vivieron como si fuera el fin del mundo.

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