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El Papa Francisco bendice al mundo en soledad por el coronavirus

Ciudad del Vaticano.-Ante una Plaza de San Pedro vacía, frío, periodistas detrás de la valla que da inicio al Estado Vaticano, y los policías, el Papa Francisco camino en silencio al atrio de la Basílica en soledad, y bajo una lluvia que no lo detiene, como el Pastor que guía a más de 1300 millones de católicos en el mundo, rezó por el fin de esta pandemia llamada coronavirus.

Sus plegarias fueron al Cristo milagroso de la Iglesia de San Marcelo, quien curó en 1522 a la ciudad de Roma de la peste y a la imagen mariana de Salus Populi Romani (Salud del pueblo romano), ofreció la bendición Urbi et Orbi y la indulgencia plenaria principalmente a todas las personas que han sido infectadas por este virus, al igual que todos los que trabajan directamente para detenerlo, enfermeras, doctores, policías.

“En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.

El acto empezó con una meditación, donde Francisco después de escuchar el Evangelio, expresó, “Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos”.

El Papa haciendo alusión a la lectura, donde los discípulos tenían miedo, invitó a tener fe, ya que al llegar la tempestad, “Se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.

El mundo está viviendo de forma distinta, permaneciendo en sus casas, escuchando las noticias que sigue creciendo el número de contagios, con miedo e incertidumbre por lo que invitó a detenerse para frenar el ritmo con el que se vive, “nos hemos dejado absorber por lo material”.

“Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad”.

El Obispo de Roma pidió que para poderse salvar, hay que abrazar la Cruz, y convirtiendo todo lo que sucede en algo bueno.

“Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere”.

El Santo Padre pidió al mundo, que tengan fe y no miedo, “Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios”.

Al final de su mensaje y de rezar antes las imágenes del Cristo Crucificado y la de Salus Populi Romani, se dirigió al interior del la Basílica para bendecir a Roma y a todo el mundo con el Santísimo Sacramento mientras sonaban las campanas.

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