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Roque Gil Marín Vassallo
Comitán, Chiapas
En la infinita cadena de los tiempos vitales del hombre, se engarzan eslabones que desdibujan su esencia objetiva en las páginas arcaicas y remotas de su origen o procedencia, en las que se asientan insospechados acontecimientos donde los niños protagonizan sucesos heroicos, propios de mártires o salvadores que fueron necesarios para alcanzar la libertad y cumplir los ordenamientos supremos de una deidad que con sus medidas aplicadas desciende hasta las más bajas pasiones que padecemos los hombres de todos los tiempos, de todas las razas y todos los credos.
El Libro de los Libros, la Sagrada Biblia, registra en Génesis, capítulos del 11 al 13, las medidas aplicadas por Yahvé o Jehová, Dios de Israel, para liberar a su pueblo elegido que llevaba 430 años de esclavitud en Egipto, y ordenar por medio de su caudillo Moisés y su hermano Aarón, lanzaran su decisión de sacrificar a todos y cada uno de los hijos primogénitos de los hombres y de las bestias, empezando por el del mismo faraón Ramsés y su esposa Nefertiti, para de esta forma “Ablandar el corazón del Monarca” y así dejaría partir a su pueblo hacia un ignorado destino que solo Dios conocía, lo que se cumplió en los días de La Pascua o fiesta de los panes sin levadura, que los judíos han venido celebrando año tras año hasta la fecha, desde hace más de 3 mil años en que partieron de Egipto hacia su libertad, sin permitir la presencia de extraños.
Otra página bíblica que narra algo muy similar, la encontramos en el Evangelio de Mateo, capítulo 2 versículos del 13 al 23 que se titula “Matanza de los niños”, y dice en forma clara que para evitar que surgiera un nuevo Rey de entre los niños recién nacidos en la tierra de Israel, el Rey de Judea de nombre Herodes, ordenó a sus tropas que mataran a todos los niños menores de dos años en todo Belén y sus alrededores, para que así se cumpliera la profecía de Jeremías que dice: “Voz fue oída en Ramá, grande lamentación, lloro y gemido; Raquel que llora a sus hijos y no quiso ser consolada, porque perecieron”.
Otra promesa divina hacia los niños se encuentra en los Evangelios de Mateo 19 del 13 al 15, en Marcos 10, del 13 al 16, y en Lucas 18, del 15 al 17, en los que Jesucristo ordena a sus discípulos: “Dejad que los niños se acerquen a mí, porque de los tales es el reino de los cielos”.
Todo lo anterior quiere decir que aquellos seres humanos que aceptan a Cristo como su Salvador, se ven obligados a cumplir las ordenanzas del cristianismo para poder alcanzar las promesas divinas de vida eterna, cuyo primer paso consiste en amar a su prójimo como a sí mismo, para poder procrear a nuestros hijos en el amor a Cristo, porque los hijos son la continuidad de nuestras vidas por toda la eternidad.
La Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) celebrada el 20 de noviembre de 1959, acordó que en esta fecha se celebrara el Día del Niño, dejando en absoluta libertad a las naciones afiliadas para que establecieran en sus calendarios celebrar a los niños en la fecha más apropiada.
De esta forma, México acepta establecer el 30 de abril de cada año para festinar a los niños, primero en las escuelas de nivel básico y luego por medio de instituciones de atención a la familia, que en la fecha señalada premian a todos los niños con dulces, helados, pasteles, refrescos, regalos, música infantil y les brindan afecto, amor y felicidad que hace de esta fecha algo inolvidable.
¡Que Dios bendiga a los niños!

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