La crónica hablará por Chiapas

Microcuentos de Navidad

Marco A. Orozco Zuarth. [email protected]

(Segunda y última entrega)

Posada Chiapaneca
En un pequeño pueblo chiapaneco, la posada de cada año tenía un final inusual. Mientras la procesión avanzaba, guiada por velas titilantes, la ceiba del centro parecía cobrar vida. Al llegar, los participantes cantaban con fervor, pero nadie esperaba la respuesta: un susurro profundo, como el viento entre ramas milenarias, concedía la “posada”.
En medio del asombro, del tronco se abrió una grieta que dejó ver un altar natural con figuras talladas en madera y ámbar: María, José y el Niño. La gente entraba en silencio, dejando ofrendas de flores y frutos. Esa noche, la ceiba cobijó sus oraciones, y al amanecer, la grieta se cerró.
“Este árbol nos recuerda que la posada no es un lugar, sino el corazón abierto”, dijo el abuelo custodio de la leyenda. Desde entonces, nadie en el pueblo olvida que el milagro de la Navidad florece en raíces profundas.

“El Sindicato de los Nacimientos Decembrinos”
La gerencia celestial estaba al borde del colapso. Cada diciembre, los ángeles artesanos se reunían en huelga, exigiendo una pausa indefinida para los nacimientos.
“¡Son demasiados bebés para un solo mes!”, gritó Gabriel, quitándose el halo para usarlo de megáfono. “¡Queremos rotación de fechas!”.
Los pastores, convocados para sus tradicionales turnos nocturnos, también protestaron:
“¡Tres turnos seguidos este año y todo por la misma estrella! ¡Necesitamos ovejas holográficas y descansos dignos!”.
En las oficinas de la Tierra, la logística estaba igual de complicada. María, agotada por siglos de demandas de realismo, presentó un formulario titulado “Opciones de Parto y Decoración Alternativa”. José, harto de la misma postura en el pesebre, propuso un acuerdo para alternar al burro por un unicornio.
Cuando la situación amenazó con desbordarse, Dios decidió intervenir. Con voz pausada y solemne, propuso:
“¿Qué tal si adelantamos todo a julio y les damos unas vacaciones navideñas de verdad?”.
Y así, en medio del calor del verano, el primer nacimiento decembrino se celebró en bermudas y sin villancicos. Fue un caos de piñas coladas y turistas confundidos, pero los ángeles por fin pudieron dormir hasta tarde.
Desde entonces, la Navidad nunca volvió a ser lo mismo. Aunque María aún se queja de las camisas hawaianas de los Reyes Magos.

El nacimiento vivo
En un pueblo en las montañas chiapanecas, cada Navidad el nacimiento se armaba con figuras talladas en madera de ceiba. Pero aquel año, el artesano Don Mateo agregó algo nuevo: ojos de ámbar en cada figura.
Al colocarlas bajo el portal de palma, una brisa cálida recorrió el pueblo. Durante la posada, los niños notaron que las figuras parecían moverse ligeramente, como si respiraran. Al llegar la medianoche, mientras todos cantaban villancicos, la figura del Niño Jesús emitió un tenue resplandor dorado.
Al día siguiente, el nacimiento amaneció vacío. Nadie encontró las figuras, pero en el campo cercano, los pastores juraron haber visto a María y José caminando junto a un buey y una mula.
“Es el milagro de esta tierra”, dijo Don Mateo. “El nacimiento nos recuerda que la esperanza camina entre nosotros”. Desde entonces, el pueblo espera cada Navidad no para ver las figuras, sino para sentir el paso del milagro.

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