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La esperanza de México se desvanece

La inseguridad que prevalece en algunas zonas del país llegó hasta Roma, Italia, donde el papa Francisco lamentó el asesinato de dos jesuitas a manos de un solitario sicario en el poblado Cerocahui, ubicado en las montañas de Chihuahua. Supuestamente el crimen contra los padres Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar se registró por intentar defender a un guía de turistas que se refugió en la iglesia, perseguido por un delincuente que finalmente los asesinó.

El caso también fue abordado por la oficina en México del Alto Comisionado para Derechos Humanos de la ONU, la cual condenó el crimen de estos religiosos, que realizaban «un importante trabajo social y pastoral» entre los indígenas de la etnia tarahumara.

Para nadie es un secreto que aparte de la misión pastoral, los párrocos que trabajan en zonas donde los cárteles se disputan territorios, suelen actuar como defensores y mediadores entre los habitantes de sus comunidades y los sicarios del crimen organizado. Le apuestan al diálogo con los narcotraficantes como forma de pacificar dichas regiones, usualmente empobrecidas y con escasa presencia estatal.

De inicio, este asunto tiene mucho de fondo, debido a que si los jesuitas hubiesen sido víctimas para que no quedaran testigos, el sicario debió también acabar con la vida de otro párroco y un testigo más que se encontraba en la escena del crimen. Pero, además, ¿por qué se llevaron los cuerpos de los sacerdotes?

Es lamentable que, en las primeras de cambio, la autoridad no dé cuentas precisas de cómo supuestamente se registraron los hechos. Decepcionante lo que está pasando en el país y donde algunos miembros de la iglesia han sido “sacrificados” por el crimen organizado.

La muerte de siete sacerdotes desde el año 2019 ha sido un reflejo de la incontrolable violencia contra la Iglesia Católica: En Tecate, Baja California, el 17 de mayo asesinaron a José Guadalupe Rivas; este 20 de junio, en Chihuahua, lo ya citados Javier Campos y Joaquín Mora; también en junio 12, en Mezquital, Durango, a Juan Antonio Orozco Alvarado; el 23 de agosto de 2019, en Matamoros, Tamaulipas, a José Martín Guzmán Vega; en marzo de 2021, en Dolores Hidalgo, Guanajuato, a Gumersindo Cortés González; y en agosto de 2021 a José Guadalupe Popoca Soto.

La descomposición social es devastadora en aquella parte norte del país. Si bien la álgida ola de violencia la concentran no más de ocho de las 32 entidades del país, sus efectos se sienten en toda la República, donde no hay que menospreciar las cédulas de estas agrupaciones que quieren apoderarse del control en todo el país.

No son palabras exageradas cuando decimos que la autoridad federal no debe perder más tiempo en banalidades, sólo lamentando los hechos. La autoridad sabe a ciencia cierta cuáles son los factores que llevan a los grupos criminales a delinquir. Se ha insistido hasta el cansancio que mientras no se generen las políticas públicas que permitan dar empleo a millones de jóvenes, entonces seguiremos cayendo en una espiral difícil de remontar.

Sin un programa ambicioso de educación continuará la exclusión social, la pobreza, la marginación. México requiere de un cambio profundo, radical. Donde la aplicación de la ley a conductas delictivas sea una constante no complacencias ni más condescendencia. El crimen organizado está ganando terreno y en un par de años más, si se continúa con indiferencia y peor aun, haciendo referencia que las muertes son entre los grupos delictivos y por ello no se les combate, entonces, ahora sí, nos gobernará el narco Estado.

Las acusaciones públicas de que a los cárteles no se les toca ni con el pétalo de una rosa serán cada día más mortíferas en detrimento de la sociedad. Este gobierno no debe permitir más humillaciones a través de los cuerpos de seguridad como la Sedena o la Marina.

Cuando se habla que el migratorio es un problema social que tiene ocupado al gobierno estatal y federal, pero que se atiende a medias, entonces estamos hablando que la operatividad de los cárteles es una bomba de tiempo que ya está detonando por partes y no tarda en hacer erupción que acabará con la paz de este país.

Con oraciones, la paz interna y los corazones se fortalecen, dice el papa, pero eso no ablandará a los delincuentes. Tampoco hablar de que el crimen causa indignación y dejar el tema por la paz, ayuda a la confianza ciudadana que demanda con urgencia aplicar el Estado de derecho. La esperanza de México de tener un gobierno diferente a los que han gobernado el país se está desvaneciendo. Queremos equivocarnos, pero en los hechos, la delincuencia está tomando forma y desde el fondo de las comunidades más pobres están levantando su emporio.

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