Agencias
Con la llegada de la temporada de lluvias, un visitante silencioso y resbaloso vuelve a hacerse presente en patios, jardines y caminos rurales de Chiapas: la babosa. Este pequeño molusco gasterópodo, aunque a menudo pasado por alto, desempeña un papel importante en el ecosistema local.
Las babosas pertenecen al grupo de los gasterópodos, como los caracoles, pero a diferencia de estos, carecen de concha externa. Su cuerpo blando y alargado les permite deslizarse mediante una secreción mucosa, que actúa como lubricante natural. Esta habilidad es especialmente útil en ambientes húmedos, lo que explica su aparición masiva durante las lluvias.
Durante esta época, las babosas salen de sus escondites —debajo de piedras, hojas o tierra— para alimentarse y reproducirse. Se nutren de materia orgánica en descomposición, hojas caídas y, en algunos casos, plantas vivas. Si bien algunos las consideran una plaga menor, su presencia es fundamental para el reciclaje de nutrientes en el suelo, funcionando como agentes descomponedores.
Sin embargo, su presencia también implica ciertos riesgos. De acuerdo a investigaciones, las babosas pueden portar parásitos que representan una amenaza para la salud humana, especialmente en niños. Se han documentado casos de infecciones graves en menores tras la ingestión accidental de estos moluscos, por lo que se recomienda mantenerlos fuera del alcance de los más pequeños y extremar la higiene en hogares cercanos a zonas húmedas.
Aunque modestas en tamaño, las babosas son un recordatorio de cómo la naturaleza responde al clima. Su aparición anual acompaña las lluvias de Chiapas y pone de manifiesto la importancia de conocer, respetar y convivir con todas las formas de vida que emergen en esta rica región del sureste mexicano.
