El Hipsterbóreo
Luis Fernando Bolaños Gordillo
El devenir de esta década ha sido marcado por las nuevas subjetividades fomentadas por el capitalismo a través de las redes sociodigitales, el streaming o el consumismo; las experiencias humanas se digitalizan y el yo personal es reducido a un capital cultural o económico que sirve a los fines impuestos por el sistema.
Un problema ontológico es la hipersubjetivación a las que son sometidos individuos, grupos y colectividades, a quienes se les imponen atributos distintivos de tendencias, modas o ideologías pasajeras; el capitalismo no solo domina la economía, coloniza la cultura, la educación y la vida cotidiana.
Este sistema se ha arraigado a tal grado de ser invisible, no es exterior a la existencia, porque es parte de las subjetividades; instituye a través de los medios o las instituciones lo que hay que pensar, producir, consumir, cuestionar o rechazar; ya no necesita reprimir, basta con manipular los deseos para mantener el orden.
Los filósofos franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari, señalaron que el capitalismo es una fábrica de deseos y, en este orden de ideas, sus maquinarias administran las mentes y los cuerpos, promoviendo personalidades deseables que más que empoderar o fomentar la autonomía, obedecen a dicho orden.
Este engranaje ya no se mueve mediante el mercado o las instituciones; las redes sociodigitales y el entretenimiento fijan aspiraciones, ideales o formas de pensar. Lo que es distinto, sirve para promover una sensación de diversidad cultural. Esta totalidad impide, incluso, imaginar si hay escenarios distintos al capitalismo.
Los horizontes alternativos son convertidos en mercancías, todo se ajusta a la lógica del mercado afectando las relaciones familiares, la educación, las ciencias o la creación artística con la prevalencia de las inteligencias artificiales; los discursos y prácticas obedecen a tendencias sistémicas. Lo contestatario es absorbido para luego venderse como una mercancía “exótica”.
Por lustros, el entretenimiento ha sido asociado al deseo y éste al consumo; plataformas como Netflix, Amazon, YouTube, las redes sociodigitales en general, y el espectáculo promovido todos los medios sirven para colonizar la existencia a través de prácticas digitalizadas que dan un sentido artificial de la complacencia.
Los nativos digitales pasan muchas horas ante sus dispositivos móviles y las pantallas de sus televisiones o computadoras; los estímulos provenientes de los medios y plataformas ya mencionados son equivalentes a sus deseos, aspiraciones, problemas e historias de vida, son la suma de sus subjetividades.
Deleuze y Guattari sostuvieron que el deseo no es una carencia y que la necesidad de un objeto es una producción emanada de un conjunto de relaciones materiales que buscan instituir lo considerado como “real”. El super hombre nietzscheano es una imposibilidad en el mundo digital, porque cada engranaje supedita la voluntad de poder al acto de desear.
El capitalismo adquirió dimensiones nunca antes imaginadas al constituirse como el mundo donde el ente puede buscar lo que no está dentro de sí; la omnipresencia y la omnipotencia de lo digital invisibilizan al mundo tal y como es, solamente muestra una totalidad aparente constituida por fragmentos de la condición humana.
En su subjetividad, el ente colonizado desea, ahí está la fuente de su sometimiento; trabajar para lograr un deseo es cumplir el deseo de alguien más que detenta el poder detrás de una parcela digital. Los estatutos cambiaron: vemos las imágenes que generan deseos, más no las relaciones de poder que están de por medio.
El cógito descartiano ha sido desplazado por la necesidad de entretenerse, de consumir, de ser y existir en el mundo digital mediante la satisfacción continua de deseos; los estímulos son infinitos: videos cortos, play lists musicales, maratones de series, películas, noticias; el ritmo es vertiginoso, no hay tiempo para pensar.
En su novela Un mundo feliz, Aldous Huxley escribió acerca de una sociedad distópica donde las personas eran productos en serie predestinados para cumplir ciertas funciones. El progreso científico era un instrumento de control social y se usaba el entretenimiento para aplacar el libre pensamiento o la autonomía.
Proféticamente, Huxley señaló que “La felicidad universal mantiene en marcha constante las ruedas, los engranajes; la verdad y la belleza, no. Y, desde luego, siempre que las masas alcanzaban el poder político, lo que importaba era más la felicidad que la verdad y la belleza”.
El deseo como motor de una subjetividad atrapada por los engranajes del capitalismo en el mundo digital, han convertido al ser humano en una máquina deseante productiva, obediente y proclive a entretenerse; este condicionamiento socava la capacidad de organización y legitima el individualismo.
La imagen de Homero Simpson echado en el sillón con el control remoto de su televisión en la mano, da cuenta de un ser humano que perdió el rumbo en aras de satisfacerse a sí mismo. El hombre actual está dejando de ser, como escribió Nietzsche, el puente entre la bestia y el superhombre.