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Intervención contra la intervención

Rafael Cardona

Pocos pueblos en el mundo han hecho de sus derrotas el orgulloso mito de su valor planetario. México es uno de ellos.

Hemos llegado al extremo de ubicar en un viejo convento, el Museo de las Intervenciones. Tantas hemos sufrido, especialmente de los Estados Unidos, quienes además de entrar al país para realizar todo tipo de expediciones (una de ellas, contra Francisco Villa, se llamó punitiva), han patrocinado hasta golpes de Estado como el de Victoriano Huerta contra Francisco I. Madero.

Y eso por no hablar de la guerra del siglo XIX, cuando México perdió medio cuerpo y se quedó para siempre acomplejado entre el poderío estadounidense, de lo cual se deriva toda nuestra permanente contradicción en las relaciones bilaterales.

El odio al gringo es apenas comparable con la emulación constante del modo de ser americano. En todos los niveles, hasta para reclamarles una igualdad ilusoria; o dinero cuando la economía se desfonda, o prestigio aeronáutico cuando el presidente de la República quiere ver el aterrizaje del Air Force One en Santa Lucía, para probarles a sus críticos la calidad de su juguete con avioncitos.

El aterrizaje de Biden en Tecámac, fue la verdadera inauguración del Aeropuerto Felipe Ángeles, no la conmemorativa del 21 de marzo próximo.

Si Peña tenía un avión lujoso hasta para Obama; Andrés Manuel tiene un aeropuerto para impresionar hasta a Biden quien aterriza de noche cuando todos los aeródromos son pardos. Esa es la calidad de la melcocha, señores y señoras.

Pero si los tiempos recientes le podrían añadir páginas a la célebre obra de Gastón García Cantú, sobre las intervenciones norteamericanas en México, también sería conveniente, al menos para nuestro señor presidente, un poco de reflexión sobre estas líneas escritas por el general Lázaro Cárdenas casi al fin de su revolucionario mandato:

“…Algo de lo muy importante y trascendental en la vida de México, para los hombres que asumimos el poder, es cuidar de que entretanto no haya una declaración categórica del Gobierno de Norteamérica, en el sentido de que abandona su teoría de reconocer la nacionalidad de origen de los norteamericanos que se trasladan a otros países, no debe aceptarse aquí a nuevos inversionistas de la Nación vecina.

“Si se descuida este importante aspecto, tendremos que lamentar más reclamaciones indebidas y conflictos graves para México (pero nos alzaremos el cuello con los automóviles eléctricos de Tesla, digo yo).

“Aunque los extranjeros, de acuerdo con nuestras leyes, están obligados a renunciar a toda protección diplomática, lo cierto es que los Gobiernos de Norteamérica no han respetado este principio que es ley suprema de nuestro país, y por ello se hace indispensable tener previamente una declaración oficial del Gobierno norteamericano.

“Nuestra cancillería debe seguir trabajando hasta lograr el respeto absoluto a la soberanía de la Nación. Si con este principio está de acuerdo el ciudadano que llegue a sucederme en la responsabilidad del Poder, se servirá transmitirlo a su inmediato sucesor.”

Sin embargo, a nadie se le había ocurrido lo contrario: intervenir nosotros en la vida política de los Estados Unidos. Love is paid back with love, diría el fronterizo. El amor con amor se paga, diría el prócer tabasqueño.

Porque ahora, en medio de la propuesta en el congreso estadunidense sobre si los carteles mexicanos deben ser considerados grupos terroristas y tratados como tales; es decir, con derecho americano o de intervención militar para sofocarlos, como se ha hecho en Afganistán, Irak o cualquiera otra parte del mundo donde se les venga en gana o en necesidad, el presidente de México ha anunciado una estrategia sobre la cual debimos haber trabajado los mexicas desde la batalla de El Álamo, por lo menos: contaminar sus elecciones con el virus del rechazo desde dentro.

Amenazó así ayer el señor presidente:

“—Decirles, o cambian su trato hacia México o desde hoy comenzamos con una campaña informativa en Estados Unidos para que todos los mexicanos en Estados Unidos sepan de esta alevosía, de esta agresión de los republicanos a México. Y si continúan con esa actitud vamos a insistir en que ni un voto…

“…De una vez fijamos postura: nosotros no vamos a permitir que intervenga ningún gobierno extranjero y mucho menos las fuerzas armadas de un gobierno extranjero en nuestro territorio…”

Así pues ya pueden temblar todos los republicanos, incluido su amigo el señor Donald Trump, con quien tan buenas migas tenía (con todo y muro y amenazas e insultos), porque los mexicanos, especialmente los expertos electorales en dispersión de rumores, bots y consignas revolucionarias de Morena, van a acudir –me imagino—a cubrir el territorio americano de mensajes persuasivos para lograr la aversión electoral de chicanos y mexicoamericanos y similares y conexos y binacionales y no binarios, si fueran necesarios, y sabotear las posibilidades electorales de los republicanos, y si los demócratas del futuro hicieran algo similar a las ofensas republicanas actuales, pues entonces la emprenderíamos con promociones negativas también en contra de ellos (como están haciendo vilmente contra la ministra Norma Piña), y el sistema electoral americano se colapsaría con Mario Delgado al frente del pelotón, lo cual resulta una amenaza digna de Chico Che pero con ecos de Bing Crosby, ¡uy! qué miedo.

Pero más allá de la eficacia o no de este recurso de manipulación electoral desde el Palacio Nacional mexicano (tan celosamente protegido para evitar el incendio feminista, como vimos el miércoles pasado), lo notable de este anuncio advertencia o amenaza, o las tres cosas, es la abierta confesión intervencionista.

–¿Cómo reaccionaría México? si cualquier presidente de los Estados Unidos dijera, voy a promover entre los estadunidenses en México y a quienes simpatizan con nosotros y trabajan en nuestras empresas (de Tesla a McDonald’s), la idea de no votar por Morena en las próximas elecciones, porque han hablado mal de nosotros y nos han amenazado en su Congreso con monopolizar el litio. O cosa por el estilo.

El gobierno de Estados Unidos obviamente no toma en serio este asunto porque los mexicanos en Estados Unidos no atienden electoralmente asuntos de interés para México, por una sencilla razón. México no les interesa.

Además, en el colmo de la demagogia les han dado credenciales del INE para favorecer desde allá a los candidatos en las elecciones de aquí.

Pero el juego binario de los demócratas y los republicanos no pasa por la cruzada mexicana de la soberanía, el respeto y todos esos valores dejados atrás hace mucho tiempo.

Bastante les cuestan a ellos los miles de millones de dólares con los cuales sostienen a sus parientes pobres y parte de la economía de este pobre país, como para todavía tomar en consideración el ejemplo de Agustín Melgar a la hora de votar en Amarillo, Texas o Lima, Nueva York.

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