El desdibujamiento de la parte ontológica del ser político en las redes sociodigitales

El Hispterbóreo

Luis Fernando Bolaños

¿La develación que se hace de la imagen del ser político en las redes sociodigitales obedece a una posverdad propia de las condiciones modernas de producción que son síntoma de una sociedad del espectáculo donde prevalece la simulación y la decadencia o, por el contrario, corresponde a una aparición o serie de apariciones que denotan una fidedigna representación de alguien con probada militancia, capacidad y proyectos políticos a largo plazo?

En ese mundo de corte tecnocapitalista donde se entrelazan el branding, la mercadotecnia política y las redes sociodigitales para trazar ya no tan sutilmente la hegemonía de un centro económico, la verdad y la posverdad van y vienen dentro de las interminables formas de homogeneizar a grandes escalas a la objetividad y a la subjetividad, en un contexto donde las fuerzas políticas sin importar que sean de derecha o izquierda se constituyen como mercancías digitalizadas con formas estandarizadas de ser manifestadas.

Este texto tiene como objetivo debatir sobre la cada vez mayor dependencia del ser en su dimensión política con los profesionales de la imagen, la comunicación estratégica, el branding, la mercadotecnia política, la propaganda y la administración de redes sociodigitales; mi atención se centra en el desdibujamiento paulatino de su parte ontológica provocado por el exceso de significados con que se les presenta en las redes sociodigitales, que más que realzar sus proyectos políticos o sus trayectorias, ocultan su autenticidad.

Las estrategias o hasta ocurrencias con que se les construye sus imágenes y microtextos me motivaron a fijar mi atención en el exceso de simulación con el que son exteriorizados, lo cual es síntoma, en términos nietzscheanos, de la agonía de su voluntad de poder, en el entendido de es otro, el profesional de los medios, quien decide de acuerdo a las circunstancias qué postear, qué imagen o video compartir, y hasta otorgarle atributos positivos que no les corresponden.

¿Y por qué hablo de agonía ontológica? Nietzsche insistió en sus obras su postura sobre la muerte de Dios, desplazó al teocentrismo como centro de la discusión filosófica, y enfatizó que el ser humano debe ser el puente entre la bestia y el super hombre; Michel Foucault escribió a propósito de la muerte del hombre como sujeto portador de verdades y motivó a repensarlo en el campo del saber para provocar rupturas que dieran paso a otras dimensiones ontológicas. No pretendo dar por sentadas esas interpretaciones sobre las muertes de Dios y del hombre, y afirmar que se han dado en todos los ámbitos incluyendo al mundo digital; trata, como si aún hubiese algo de esperanza, de expresar la agonía que está sufriendo el ser humano en su dimensión política.

Aparentemente, los políticos, sin importar la instancia a la que pertenezcan, ya sea en el desarrollo de una campaña electoral o en su devenir como servidores públicos, tienen el poder y la capacidad de develar por sí mismos cualidades y valores como honradez, reputación, experiencia, eficiencia, liderazgo, valentía o trayectoria partidista; conforme a esa apariencia, dicho prestigio debería ser reflejo de lo aprendido en lustros de militancia y recorrido, pero las condiciones impuestas desde la mercadotecnia y la comunicación estratégica -que siguen patrones de la tradición norteamericana-, propician que sean expertos en el ramo los que lleven a cabo esa develación de imágenes y discursos bajo técnicas preestablecidas en donde se mezclan todos los símbolos impuestos al sujeto: el ser original es mandado a las sombras.

En esta era de la pantallización predomina la instantaneidad y las condiciones que impone son un factor que influye para que las instancias políticas contraten los servicios de profesionales en el ramo dado a lo apretado de las agendas de sus representantes. Si décadas atrás, sobre todo en los estilos que prevalecieron después de los años setenta, era importante posicionar a los políticos de manera positiva en la prensa escrita –con especial énfasis en los encabezados-, así como en los teasers de los noticieros radiofónicos y televisivos, ahora es menester hacerlo en las redes sociodigitales; estos personajes están en agonía porque requieren del trabajo de expertos para ser develados instantáneamente mediante la conciliación entre lo que queda de sus seres y su aparecer simulado en concordancia con las circunstancias que surgen dentro de la historicidad política.

La mercadotecnia política ha incidido notablemente con el empuje de las redes sociodigitales en la transformación de la subjetividad de un sujeto, tanto en su construcción mediática -algo que podría denominarse hipersubjetivación- como en la infinidad de formas de posicionarlo en los ámbitos de su competencia para tener una imagen favorable. Si analizamos al sistema político en su conjunto, éste es la suma de las simulaciones hipersubjetivadas provenientes de todas las instancias partidistas y esto podría denominarse como un macrosimulacro donde no hay seres mostrados en su completitud, sino objetos parcializados revestidos digitalmente de valores y otros atributos que en apariencia sus rivales no tienen.

La preocupación por la superficialidad con la que un tercero puede re-presentar a otro no es novedosa; en el libro Humano, demasiado humano, Nietzsche (1986) escribió que “Estamos en el dominio de la representación, y ninguna intuición puede hacernos avanzar. Muy tranquilamente abandonará la cuestión de saber cómo nuestra imagen del mundo puede diferir tanto del mundo establecido por el razonamiento en la filosofía y en la historia de la evolución de los organismos y de las ideas”. Por ello es importante analizar el devenir de los seres en su dimensión política en cuanto a si realmente llevan a cabo su voluntad de poder o si corresponden a actitudes de obediencia que son encubiertas con diferentes estrategias mercadológicas; se trata de ver si son personajes autodeterminados para la acción política o si son predeterminados por un tercero que los hipersubjetiva y posteriormente habilita para aparecer revestidos de poder en las redes sociodigitales que se constituyen como el mundo de las apariencias.

La pantallización en la que vivimos en la actualidad ha incidido notablemente para que la política haya sido convertida en el mundo de falsas apariencias, es hiperreal, y para fundamentar mi postura ante el tema, aparte de Nietzsche y Foucault, retomé los análisis de Jean Baudrillard quien en su obra Cultura y Simulacro (1978) expuso las diferencias entre disimular y simular, donde la primera “es fingir no tener lo que se tiene”, en contraposición a “fingir tener lo que no se tiene”. Con base en lo anterior, la agonía del del ser político en su carácter ontológico se debe en gran medida al exceso de simulación que rodea a las fotografías, microtextos o videos que se comparten en las redes sociodigitales, donde aparecen incluso las ocurrencias o improvisaciones de los encargados de posicionar esas imágenes y de escribir los microtextos.

Esto propicia que esas redes obedezcan más al ámbito de las posverdades, de las noticias falsas y la reproducción de fantasías mediáticas. Por este motivo cualquiera que esté dentro de esa hiperrealidad, ya sea actor o deportista, puede ser convertido en político y que la gente lo acepte como tal basándose solamente en la apreciación de su imagen. El desarrollo de mis ideas no tomó en consideración los aspectos ocultos del ser político, es decir, su autenticidad invisibilizada a propósito; por el contrario, se centró en el ser reconstruido por un equipo de expertos en ingeniería de la imagen, aquel que es adornado arbitrariamente con atributos a modo -aunque no le sean propios- que sirven para volverlo conveniente política y socialmente hablando gracias a la implementación de técnicas mercadotécnicas que sirven para responder a circunstancias contextuales. Como consecuencia, los ciudadanos vemos a seres simulados en imagen y discurso, algo que ya no son, porque han perdido la potencialidad de ser ellos mismos, pero que han ganado, paradójicamente, estar posicionados dentro de la subjetividad colectiva.

Para Deleuze y Guattari (1985) “Estamos en la edad de los objetos parciales, de los ladrillos y de los restos o residuos” y, en este sentido, el ser en su dimensión política es cortado y vuelto a pegar bajo una estética que obedece al manejo de cada una de las redes sociodigitales existente. En este orden de ideas estamos ante un ser reconstruido por los profesionales de la ingeniería de la imagen, cuya labor es conciliar la ideología y discursos de las instancias políticas con la exterioridad que proyectan para sus clientes. Si vemos críticamente la “totalidad” de cada ente político, ésta no define a ese ser, no lo unifica con la realidad, ya que estamos hablando de un ser artificial que es arrojado sin autenticidad al sistema en su conjunto. Más allá del cumplimiento de masificar a los clientes y convertirlos en parte de la cotidianidad a través de la repetición, el resultado es que éstos van perdiendo su individualidad y en este trazo también se les impone discursos emergentes e improvisados que son generalmente de corte temporal como ser simpatizantes de los feminismos, defensores de los derechos de los animales, impulsores de la revitalización de los idiomas originarios, promotores del deporte, simpatizantes de la diversidad sexual, entre otros, que no son más que tendencias que tarde o temprano pierden vigencia.

En esta tesitura, refiriéndome al mundo de las redes sociodigitales, el ser político ya no se expresa por sí mismo, está en agonía, no opone resistencia, hay profesionales que lo fragmentan, que escriben por éste los posts o eligen las fotografías o videos que hay que subir para cumplir con la meta de “humanizar” una marca, dotarla de “alma” y de “sentido” para que quienes las aprecien manifiesten su apoyo y simpatía a través de los likes, que al final de cuentas solo otorgan un aparente sentido de cercanía: los usuarios no interactúan con los políticos, solamente aprecian fragmentos de éstos. Entonces, no es la vivencia de los políticos la que emerge en los medios y las redes, es la de sus creadores quienes borran a conveniencia todo aquello considerado como inconveniente para dar paso a un espectáculo en donde los representantes de todas las instancias políticas son de la misma madera.

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