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Guillermo Puente Ordorica

El intermedio de la pandemia sigue sin terminar, como sigue sin agotarse la expectativa de construir un mundo mejor, a partir de las lecciones aprendidas por las varias crisis políticas, económicas y sociales, abiertas por la crisis de salud pública en el mundo, pero una nueva decepción llegó a la mitad del frío de febrero, por decirlo recurriendo a la poesía. Al final de la pasada temporada estival veíamos las consecuencias y el caos que puede generarse detrás del retiro militar de la gran potencia en Afganistán. Unos meses después, vemos algo parecido, pero esta vez como consecuencia del avance de las tropas de una potencia militar en el territorio de otro país.

Es difícil abordar una situación como la intervención militar de Ucrania por Rusia desde una perspectiva objetiva, pues existen numerosos elementos que explican esta situación vinculados a intereses políticos, estratégicos y económicos muy importantes entre los principales contendientes, particularmente entre uno de ellos (Rusia) y quienes alientan (Estados Unidos, Europa) al otro (Ucrania). También, desde luego, hay mucha historia detrás para explicar este presente. En cualquier caso, no es un conflicto que refleje o asome nada romántico o idealista. No se trata, por ejemplo, de dos visiones antagónicas por construir un mundo mejor; apenas y tímidamente podría ser calificado como el enfrentamiento entre un país con un régimen democrático frente a uno con un régimen autoritario, pero poco más. Lo que es inaceptable a todas luces, es el abuso del más fuerte frente al más débil, independientemente del cúmulo de desavenencias que puedan tener. Hasta en un pleito callejero difícilmente alguien adoptaría una actitud de entusiasmo por el abusivo.

Y lo que es verdaderamente una tragedia, como siempre en todo conflicto violento, y más de esta escala, es la pérdida de vidas inocentes y el sufrimiento de los civiles. Ya en el colmo de la paranoia que hace recordar los peores episodios de la guerra fría, como la crisis de los misiles en Cuba, se ha agitado de manera preocupante la bandera de las armas nucleares. Por estos días observamos con desazón la posibilidad de una catástrofe nuclear derivada de ataques involuntarios o no, a plantas de producción de ese tipo de energía. Tener presente que Ucrania tiene al menos cuatro centrales en su vasto territorio y 15 reactores. Simplemente reprobable. No es gratuito que la Asamblea General de la ONU aprobara una resolución con 141 votos favorables de 193 posibles, condenando la invasión militar, pidiendo el retiro de las tropas rusas, acompañado de un cese inmediato de las hostilidades para permitir retomar el camino del diálogo y la negociación, así como facilitar la protección y la asistencia humanitaria de la población ucraniana y respetar sus derechos humanos, así como la integridad territorial de Ucrania.

En contraste, otros aspectos menos visibles en la mar de la tragedia, pero que se antojan inaceptables también, aunque puedan tener una lógica militar en el enfrentamiento, o incluso encontrar justificación en el repudio a la operación militar

rusa o en el entusiasmo de sumarse de algún modo a la condena de sus acciones, son los relativos al castigo a deportistas y creadores artísticos y culturales, quienes por otras razones diferentes a los de la población civil están asumiendo las consecuencias de la violencia militar; son desplazados o impedidos de realizar sus actividades, participar en justas deportivas o eventos culturales. Una víctima más, es la información y la transparencia frente a la censura, el control y la manipulación de los medios de comunicación. Si acaso vuelve a ser evidente que las crisis no son sólo coyunturas fundamentales de cambio -para bien o para mal- pero también representan una especie de tablero en donde se exhiben los peores hábitos y actitudes que tenemos las sociedades y los individuos.

Nos dice el maestro Rubén Bonifaz Nuño “qué tranquilamente callan, se pudren/los hermosos versos de amor, la sangre;/no es que yo lo quiera…”, Cuando todo está perdido.

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