II PARTE
Norman Solomon
…Un destacado estudioso de la historia de la radiodifusión, Lawrence Lichty, de la Universidad de Wisconsin, llevó a cabo un análisis exhaustivo de los reportajes filmados que se emitieron durante ese mismo lapso de media docena de años y llegó a la conclusión de que esos reportajes de la televisión norteamericana que mostraban acciones crueles de las tropas norteamericanas en Vietnam «se podían contar con los dedos de una mano».
En general, la prensa norteamericana tuvo buen cuidado de mantenerse alejada de reportajes sobre las atrocidades de las tropas. En lugar de representar un periodismo intrépido, la saga mediática de la matanza más famosa de la guerra fue todo lo contrario.
En marzo de 1968, soldados del ejército norteamericano mataron a varios cientos de civiles desarmados de todas las edades en la aldea vietnamita de My Lai. En cuestión de meses, «Ron Ridenhour, veterano de Vietnam y otros periodistas presentaron pruebas de la matanza a los principales medios de comunicación nacionales, pero ni uno solo de los medios quiso tocar la historia», ha señalado Jeff Cohen, mi colega de RootsAction. «No fue hasta noviembre de 1969, más de un año y medio después de la matanza de My Lai, cuando la historia la publicó un pequeño medio alternativo, Dispatch News Service, y un tenaz reportero de investigación, Seymour Hersh».
A medida que la guerra se alargaba, sin que se vislumbrara una victoria norteamericana, las controversias se volvieron feroces, pero ni los halcones ni las supuestas palomas del continente mediático cuestionaron el «derecho de los Estados Unidos a llevar a cabo una agresión contra Vietnam del Sur», según observó Noam Chomsky. «De hecho, ni siquiera admitieron que se estuviera produciendo. Lo llamaron ‘defensa’ de Vietnam del Sur, usando ‘defensa’ por ‘agresión’ a la manera orwelliana normativa».
Con pocas excepciones, los temas enmarcados en los medios de comunicación de masas eran cuestiones de eficacia, más que de moralidad, y mucho menos de Derecho internacional. Y este era el caso cuando Walter Cronkite, el presentador de noticias de la CBS -conocido como «el hombre más fiable de Estados Unidos»- ofreció los minutos de comentarios bélicos más legendarios de la historia de la televisión norteamericana.
Después de varios años de vitorer la guerra, Cronkite regresó de un viaje a Vietnam y elaboró un reportaje especial de una hora para la CBS que se emitió el 27 de febrero de 1968 y que terminaba con un comentario que sorprendió a los telespectadores con palabras pesimistas: «Decir que hoy estamos más cerca de la victoria es creer, frente a la evidencia, a los optimistas que se equivocaron en el pasado… Decir que estamos empantanados parece la única conclusión realista, aunque sea insatisfactoria».
Cronkite concluía su solemne valoración declarando: «La única salida racional será entonces negociar, no como vencedores, sino como un pueblo honorable que cumplió su promesa de defender la democracia y lo hizo lo mejor que pudo». Su angustia era evidente, en tanto que su mensaje se centraba mucho más en los fallos militares que en los morales.
El comentario de Cronkite no era el giro antibélico que algunos pretendían. Sus palabras reforzaban, en lugar de cuestionar, las afirmaciones oficiales de virtuosas intenciones que él y tantos otros periodistas norteamericanos habían hecho tanto por propagar, insistiendo en que los líderes que prosiguieron con tan horrible guerra año tras año eran «personas honorables» que trataban de cumplir «su promesa de defender la democracia».
En el mundo del que hablan los medios de comunicación dominantes, los Estados Unidos son defensores de la virtud frente a los actos ilícitos de malignos agentes. Sobre la marcha, los relatos distorsionados sobre la guerra de Vietnam han servido de parábola para las próximas guerras norteamericanas, en consonancia con la sentencia de George Orwell: «Quien controla el pasado controla el futuro: quien controla el presente controla el pasado».
Con escaso empuje mediático y mucha afirmación positiva, durante los últimos 50 años un presidente tras otro le ha dado la vuelta a lo que Estados Unidos hizo en Vietnam. Los telespectadores, conscientes de las mentiras metódicas y las enormes crueldades de la guerra, aprietan los dientes mientras los presidentes tergiversan la historia para presentar al Tío Sam como un gigante benévolo.
Los presidentes norteamericanos nunca se han acercado ni lo más mínimo a una descripción honesta de la guerra de Vietnam. Ninguno podría imaginarse el tipo de franqueza que ofreció sin rodeos Daniel Ellsberg, que filtró los Papeles del Pentágono, cuando afirmó: «No es que estuviéramos en el bando equivocado. Éramos nosotros el bando equivocado».
Dos meses después de asumir el cargo, a principios de 1977, el presidente Jimmy Carter se mostró desdeñoso cuando un periodista le preguntó si sentía «alguna obligación moral de ayudar a reconstruir» Vietnam. «Bueno, la destrucción fue mutua», es lo que respondió. «Fuimos allí para defender la libertad de los sudvietnamitas. Y no creo que debamos disculparnos o castigarnos o asumir la condición de culpables.»
Una docena de años más tarde, Ronald Reagan declaró en una reunión en el Monumento a los Veteranos de Vietnam, en Washington, que la guerra había sido una «causa noble», «aunque conducida de manera imperfecta, [era] la causa de la libertad».
Al anunciar relaciones diplomáticas formales con Vietnam en julio de 1995, el presidente Bill Clinton se sintió obligado a inventarse la historia. «Independientemente de lo que podamos pensar sobre las decisiones políticas de la era de Vietnam, los valerosos norteamericanos que allí lucharon y murieron tenían nobles motivos», manifestó. «Lucharon por la libertad y la independencia del pueblo vietnamita».
En el Monumento a los Caídos en la Guerra de Vietnam, en Washington, en mayo de 2012, el presidente Barack Obama habló de «honrar a nuestros veteranos de Vietnam no olvidando nunca las lecciones de esa guerra», entre las que se incluía «que cuando los Estados Unidos envíen nuestros hijos e hijas al peligro, vamos siempre a darles una misión clara; vamos a ofrecerles siempre una estrategia sólida». Pero Obama estaba todavía muy lejos de reproducir la trágica locura de la guerra de Vietnam.
Durante sus primeros años como presidente, Obama triplicó con creces con creces el número de tropas norteamericanas en Afganistán, llegando a un máximo de 100.000 efectivos en 2011. La adulación patriotera era irresistible. En la primavera de 2010, Obama declaró ante las tropas congregadas en Afganistán: «Todos vosotros representáis las virtudes y los valores que los Estados Unidos necesitan tan desesperadamente en estos momentos: sacrificio y abnegación, honor y decencia». Obama tenía cinco años cuando Johnson viajó a Vietnam y afirmó ante las tropas reunidas: «En toda nuestra larga historia, ningún ejército norteamericano se ha mostrado tan compasivo».
Desde octubre de 2023, los dos últimos presidentes han enseñado a una nueva generación de norteamericanos lo que Johnson y Richard Nixon enseñaron a los baby boomers durante la guerra de Vietnam. Cuando el Estado belicista calcula beneficios masivos para el complejo militar-industrial y ventajas geopolíticas para el gobierno norteamericano, las súplicas morales no entran en el cálculo político. Joe Biden y Donald Trump han permitido el asesinato masivo diario y sistemático de civiles palestinos en Gaza, posible gracias a los continuos envíos de armas norteamericanos a Israel, lo que convierte a los Estados Unidos en socio de pleno derecho en el genocidio, tal como han documentado Amnistía Internacional y Human Rights Watch.
La impunidad presidencial corre paralela a la flexibilidad de los medios de comunicación. Aunque han abundado las controversias sobre una amplia gama de esfuerzos bélicos norteamericanos, los argumentos habituales de los medios de comunicación no cuestionan la prerrogativa de Estados Unidos de imponer militarmente su voluntad en el mundo en la medida de lo posible. La guerra de Vietnam no fue una anomalía en su profusión de mendacidad oficial gubernamental ni en la conformidad general de los medios de comunicación de masas del país.
Dos años antes de morir, en junio de 2023, me dijo Ellsberg: «Que hay engaño, que a la opinión pública se la confunde cuando empieza el juego, en el enfoque de la guerra, de una manera que anima a aceptar la guerra y a apoyarla, eso es una realidad».
No es difícil engañar a la opinión pública, añadió: «A menudo lo que les estás diciendo es lo que les gustaría creer: que somos mejores que los demás, que somos superiores en nuestra moralidad y en nuestra percepción del mundo».