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De naftalinas, chapulines, tránsfugas y políticos renacidos

Juan Carlos Gómez Aranda

El año próximo es clave para la realineación de los partidos políticos, cuadros y dirigentes con miras a la elección de 2024, cuando serán elegidos el nuevo presidente de la República, nueve gobernadores, 628 legisladores federales, 30 congresos locales con más de mil escaños y casi dos mil presidentes municipales. Además, el año próximo se celebrarán las elecciones para gobernador en Coahuila y en el Estado de México, donde pese a las encuestas de este momento, Morena no tiene el triunfo anticipado. Con diluvio de auto postulaciones, el 2023 tendrá un clima político de cálido a tórrido, con posibilidades de tormenta, truenos, rayos y centellas.

Los aspirantes a los cargos en disputa pulen insignias partidistas, redactan biografías y bajan de las paredes diplomas para agregarlos al expediente que llevarán como ofrenda a su gran Tlatoani, señor de todas las decisiones. También, hacen “guardaditos”, elaboran estrategias, juran compromisos y hacen proselitismo, unos con sigilo y otros a cielo abierto. Casi todos incluyen dentro de sus planes uno B, previsto si su partido no los postula: disciplina, negociación o ruptura son sus alternativas. Cambiar de bando es una libertad política, pero a criterio de muchos linda con la deslealtad o el abandono de principios; sin embargo, con frecuencia no queda otra opción para continuar el camino, aseguran.

Al término de la Segunda Guerra Mundial, cuando los ejércitos aliados avanzaban hacia Berlín después del desembarco en Normandía, no fue extraño que, al acercarse a París, ante los mandos norteamericanos se presentaran oficiales franceses vestidos con relucientes uniformes para ofrecer sus servicios e incorporarse a la liberación de su territorio. Estos militares galos eran lo que los miembros de la Resistencia llamaban naftalinas, esto es, personas que habían sido colaboracionista de los alemanes y en esas fechas sacaban del ropero sus trajes oficiales al constatar que la victoria de los aliados era inminente.

Lo anterior sale a colación porque militantes del variopinto espectro partidario, seguros de perder con sus propias siglas, aspiran abierta o subrepticiamente a ser abanderados del nuevo Alfa, Morena, porque advierten que es ahí donde pueden triunfar con poca inversión programática o económica, como ocurrió en la elección de 2018 cuando el arrastre del hoy presidente López Obrador hizo triunfar a candidatos hasta entonces ignorados por los electores, ante su propia sorpresa.

Este proceder no debe asombrarnos ni extrañarnos, pues existe un largo listado de historias de cambio de camiseta política al fragor de la lucha electoral. En los tiempos del PRI como partido casi único, tenemos el caso de Vasconcelos que compitió en 1929 contra el candidato oficial Pascual Ortiz Rubio y en 1940, fue el general Juan Andrew Almazán quien desafió al oficialista Manuel Ávila Camacho. Otra división interna se vivió en 1946 cuando el entonces secretario de Relaciones Exteriores, Ezequiel Padilla compitió contra Miguel Alemán y en 1952 el general Miguel Henríquez se postuló contra Adolfo Ruiz Cortínez.

En la arena actual existen muchos ejemplos de cómo políticos al cambiar de partido lograron sus objetivos. Defecciones que no fueron mal vistas por los electores pues les dieron con su voto, el triunfo.

Existe un viejo refrán que postula “con el ganador… hasta que pierda”. Como el caso del PAN, que durante el gobierno de Fox y después con Calderón, incrementó su membresía de manera exponencial, pero cuando en 2014 depuró su padrón, pasó del millón 868 mil afiliados a 266 mil. Perdió 86 por ciento de su militancia de temporada. Una de las razones para que ocurran estas procesiones laicas –además del reprobable pero humano oportunismo-, es que son alentadas por el posicionamiento de los partidos políticos en las encuestas de preferencias electorales: la cargada.

Los desconfiados dirán que, desde el presupuesto, el gobierno también se prepara para las próximas elecciones abonando a la lealtad de los beneficiarios de los programas sociales, particularmente el dirigido a los adultos mayores que tendrá un aumento de 34.4 por ciento, según la propuesta de la secretaría de Hacienda para 2013.

Por otra parte, la administración lopezobradorista impulsa la reforma de los órganos electorales mostrando el caramelo de la reducción presupuestal, lo que gusta al respetable, pero no a los partidos, ni siquiera a sus aliados. Siempre ocurrió que las reformas a los órganos electorales fueron promovidas por las oposiciones, pero ahora se hace desde el gobierno cuando le queda poco tiempo para concluir su período y sería deseable que focalizara sus esfuerzos en resolver problemas pendientes.

Hasta ahora, la propuesta de reforma no cuenta con la mayoría necesaria en el Congreso, por lo que quizá pase a formar parte de la narrativa para distraer a los sectores políticos y tener leña con que alimentar la hoguera de la polarización. No hay duda de que se quiere aprovechar la alta aceptación popular del presidente para modificar las reglas electorales para el futuro, ni siquiera para esta elección donde es muy posible que su candidat@ obtenga el triunfo ante una oposición sin prospectos fuertes y liderazgos cuestionados.

Una posibilidad para despresurizar el clima político y lograr acuerdos en el Congreso, sería que los cambios en las reglas electorales se embarguen hasta la siguiente elección.

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