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La improbable República de la Unanimidad de las Ideas

Juan Carlos Gómez Aranda

Los triunfos electorales de Morena prefiguran el regreso de un partido hegemónico en México, lo que de suyo sería un retroceso, pero para algunos parece no ser suficiente, pues además quieren el predominio de una sola fuente de pensamiento, concentrar la capacidad de propuesta y fundar la República de las ideas unánimes.

Hace pocos días, el presidente de Morena nos sorprendió cuando después de elogiar la pluralidad, advirtió que, a partir de ahora, quien busque dividir a su partido por no coincidir con las decisiones de la dirigencia será acusado de traidor. Lo anterior después de la postura crítica del Senador Ricardo Monreal al método de selección de candidatos a partir de encuestas, por la posibilidad de ser manipuladas a como diga mi dedito.

Esta posición reniega del pensamiento progresista y apela al pensamiento conservador, autoritario y excluyente que propone un partido cerrado que expulsa a los que no profesan la verdadera fe, a pesar de la retórica de tolerancia y aceptación de los distintos.

Históricamente la izquierda ha defendido los derechos del hombre, en particular el derecho a la libertad, que incluye de manera fundamental la libertad de pensamiento y la de expresión. Esta es una aspiración de cualquier partido que se declare de esta inclinación o liberal; sin embargo, la intolerancia declarada por Morena es resultado de la arrogancia que le otorga su predominio electoral y el desconcierto que viven los partidos opositores que siguen en ayuno de ideas y discurso, así como de figuras atractivas para los votantes.

La oposición política, sobre todo las dirigencias con algunas excepciones, sigue extraviada en su laberinto donde impera la confusión causada por la desilusión y la orfandad de las derrotas, a veces porque carecen de propuestas y en otras porque persiguen un fin discursivo, inmediato y mediático, han perdido la brújula o su prioridad es conservar privilegios. Por otra parte, las ideologías están declinantes para dar paso al pragmatismo y a la apuesta por los resultados electorales de corto plazo. A los ciudadanos les cuesta cada vez más trabajo distinguir las ofertas partidarias porque se parecen mucho, se han mimetizado esforzándose por estar en el centro del espectro político, sabedores que los votantes premian a los moderados.

Además de la alta aprobación presidencial, Morena aprovecha la anemia de sus detractores, pero el exceso de confianza no es buena consejera porque ya vimos lo que pasó en la Ciudad de México en la elección del año pasado, donde después de casi 25 años de predominio, sufrió aparatosas derrotas y la pérdida de la mayoría calificada en la Cámara de Diputados. Pretender llenar con los propios los vacíos que deja la desafección por la política de muchos ciudadanos, no es opción.

Por las condiciones de iniquidad social, disparidad regional de las oportunidades, resentimientos, anacronía política y las condiciones particulares de este momento de México, el camino está despejado para el avance de iniciativas surgidas de pensamientos de izquierda. Pero los ciudadanos las desean democráticas y modernas como dice Norberto Bobbio: sociedades democráticas son aquellas que toleran o presuponen la existencia de grupos de diferentes opiniones e intereses en competencia, que a veces se contraponen, otras se sobreponen o se entrelazan.

Un sector de ciudadanos reclama una izquierda que luche por mitigar las causas de la desigualdad social, que fomente el pensamiento crítico, informado, transformador, la tolerancia y el respeto, al tiempo que combata los dogmas y el fanatismo. Que busque la ampliación de derechos y enarbole nuevos estandartes, más allá del asistencialismo. El pensamiento analítico y autocrítico no es patrimonio de la izquierda, es territorio de la inteligencia, pero las izquierdas lo han fomentado porque se fortalecen en el debate y en la disonancia de las ideas que mejoran en la confrontación.

Las causas que sustentan las ideas de izquierda están vigentes, pero se hacen de lado ante el inagotable pragmatismo de chapulines, tránsfugas y naftalinas contemporáneos.

La historia de la humanidad es también la historia de la lucha por derechos. Entre ellos la libertad de pensamiento y la libertad de expresión y es un error sostener “el que no está conmigo, está en contra. Quien no piensa como yo está equivocado. Quien me critica o propone diferente es mi enemigo. ¿Qué horas son? Las que usted diga, señor”.

No hace falta inventar nuevos adversarios cuando los verdaderos enemigos que dieron sustento a las luchas de la izquierda hace más de dos siglos siguen tan campantes: corrupción, pobreza, falta de oportunidades e inseguridad.

Escuchemos a Bobbio: es preciso levantar la cabeza de las rencillas cotidianas y mirar más arriba y más lejos.

jcgomezaranda@hotmail.com

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