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Juan Carlos Gómez Aranda

En más de dos siglos se ha construido la diplomacia mexicana entre luces y sombras. Se ha edificado, además, sorteando los intereses de la nación más poderosa del planeta, con quien compartimos tres mil kilómetros de la frontera con mayor tránsito humano en el mundo y da trabajo a millones de compatriotas, destinamos 84% del total de las exportaciones y mantenemos resabios por la pérdida de la mitad de nuestro territorio.

La política exterior se basó durante la mayor parte de este tiempo en el apotegma juarista y la Doctrina Estrada. La no intervención en los asuntos internos de ninguna otra nación ha servido para rechazar que desde el extranjero opinen sobre temas nacionales, lo que ha sido “conveniente” para atajar interesados y metiches, sobre todo en los vertiginosos momentos de globalización que vivimos y el achicamiento del mundo, donde como en todo buen vecindario todos observan a todos.

Ya no es así. Las cosas han cambiado pues tratados internacionales en temas laborales, de seguridad, económicos y comerciales, así como la agenda global de medio ambiente, proscripción de armas y derechos humanos, hace que los “asuntos internos” sean de interés jurídico multilateral y políticamente globales.

Hemos tenido un siglo diplomático pendular.  En 1962, cuando Cuba fue expulsada de la Organización de Estados Americanos, México no rompió relaciones con la isla y cuando en 1982 Alfonso García Robles recibió el Premio Nobel, fue también un reconocimiento a la buena reputación de la política exterior mexicana. Otros momentos estelares fueron el apoyo a los exiliados republicanos españoles y a los perseguidos chilenos. Pero años después pasamos al “comes y te vas” de Vicente Fox a Fidel Castro en 2002 y recientemente las peticiones de disculpas a España y al Vaticano por sucesos del pasado, que hasta ahora han sido desairadas.

Hace apenas tres años, la política migratoria del gobierno naciente se subordinó a la de los EU cuando Trump exigió detener el tránsito de personas indocumentadas por nuestra frontera sur. El péndulo nos llevó de dar la bienvenida a inmigrantes, a enviar 20 mil elementos de la Guardia Nacional a resguardar la franja fronteriza entre Chiapas y Guatemala, creándose un grave problema en la región por el refreno a miles de personas y familias completas de indocumentados.

Después de las intervenciones extranjeras que México sufrió entre el siglo XIX y principios del XX y las ventas forzadas de territorio, ¿cómo podríamos imaginar que para una elección sindical como la de General Motors en su planta de Guanajuato, en febrero pasado, estarían presenciando la jornada observadores internacionales para legitimar el resultado?

También, hace días estuvo en México una misión de alto nivel del gobierno de los Estados Unidos para advertir al mismísimo presidente López Obrador que si se aprueba la reforma eléctrica en sus términos, nos veremos en los tribunales internacionales.

De tal manera que no debe de extrañarnos el activismo del embajador de los Estados Unidos Ken Salazar, quien se mueve como hace tiempo no habíamos visto a un diplomático acreditado en nuestro país. Está en su “chamba” y por ello ha recibido oídos sordos a sus planteamientos, correctivos y también frases amables.

Con mal timing diputados del Partido del Trabajo instalaron el Grupo de Amistad México-Rusia, pero Salazar no se arredró y al día siguiente logró que se estableciera el Grupo de Amistad con su país, con un listado de legisladores más amplio y plural. Antes, cabildeó en el Congreso y declaró simpatía por la reforma eléctrica y al día siguiente fue necesario que hiciera rectificaciones.

Pero el affaire más reciente del embajador sucedió cuando, después de la reunión entre el Comisionado para el Clima del gobierno de los EU, John Kerry y el presidente López Obrador, el primero declaró que se convino el establecimiento de un grupo de trabajo para dar seguimiento a la reforma eléctrica y que reportaría directamente a la Casa Blanca.

Pero al día siguiente fue el propio López Obrador quien lo desmintió explicando que se quedó callado y por lo tanto fue una propuesta no aceptada. En este caso, quizá Salazar que conoce bien nuestra idiosincrasia le dijo a Kerry que en México “el que calla otorga”, provocando el resbalón.

En Palacio Nacional apapachan, pero parece que no escuchan a Ken. La semana pasada acudió en tres ocasiones, seguramente para reiterar que la reforma eléctrica se contrapone al T-MEC, pero otra vez el presidente repitió que eso es falso.

La historia, la desigualdad social y las asimetrías económicas, el momento complejo y otros factores hacen difícil el trabajo de Ken Salazar y de Marcelo Ebrard, a quien de vez en vez marginan porque aspectos de la política exterior se resuelven en Palacio y en caliente, como los casos de la pausa de las relaciones con España y la respuesta a congresistas del Parlamento Europeo.

En la diplomacia, como en la política y el gobierno, se obedecen disposiciones escritas y no escritas. Sin embargo, estamos viviendo una transición hacia el predominio de las normas acordadas, dictadas y legisladas.

El cambio es positivo, pero en tiempos de soberanías nacionales abolladas, ojalá no cambie nunca el cumplimiento de las reglas acordadas, el respeto, la empatía y la tolerancia, entre los individuos como entre las naciones.

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