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La Guardia Nacional ni de aquí, ni de allá

Juan Manuel Asai

El rasgo más inesperado de la 4T es el protagonismo del Ejército. Nadie lo vio venir, ni siquiera su principal promotor el presidente López Obrador.

De hecho, el político tabasqueño en algún momento habló de desaparecer al Ejército, lo que hizo que la tropa y los oficiales tuvieran retortijones. Cuando se haga la evaluación del paso de Morena por Palacio Nacional uno de los temas centrales será el papel del Ejército y la expansión de la militarización en la vida nacional.

Cuando digo que el protagonismo del Ejército es la sorpresa de la 4T me refiero, y eso es lo que preocupa, a que no había un plan. El andamiaje se fue montando sobre la marcha, a base de las ocurrencias que iba teniendo el presidente, con la lógica de la raja política que pudiera obtener. En esas seguimos.

¿Es bueno o malo para el país? ¿Hay ahora más seguridad que en el 2018? ¿La gente tiene la percepción de que sus seres queridos y sus bienes están mejor protegidos? ¿Los carteles están acotados o se han expandido? Brindar seguridad es la razón de ser del Estado, para eso existe.

El problema con las tareas extra curriculares de soldados y marinos es que se le resta importancia a su responsabilidad sustantiva que es la protección de la gente y de la soberanía nacional. Cada vez falta menos para que concluya la administración. No faltará quien quiera hacer la evaluación del trabajo de las fuerzas armadas a partir de que hicieron un par de aeropuertos, hoteles y un tren turístico. No están para eso. No los forman para eso. Lo han hecho, quiero pensar, por disciplina frente al comandante supremo, aunque cada vez hay más indicios de que ya le agarraron el gusto al poder y al dinero que esas mega obras mueven.

Por supuesto que los mandos se distraen, en particular los más avispados entre ellos. La razón es que resulta prioritario que las cuentas les cuadren de manera impecable. Ojalá, por el bien de la institución, haya transparencia. López Obrador, en su prisa por hacerse de un lugar en el catálogo de próceres de la patria, se dio cuenta de que los tiempos de la burocracia equivalen a un elefante atrapado en un pantano, mientras que el Ejército, mucho más ágil, dio respuestas positivas a su proyecto político personal que él vende como Cuarta Transformación de la vida nacional.

No solo el presidente cambió de parecer sobre el Ejército, también lo hicieron, al menos de dientes para afuera, sus corcholatas más preciadas. El mejor ejemplo es de la doctora Claudia Sheinbaum que pasó de mostrarse renuente incluso a patrullajes de la Guardia en sitios específicos de la ciudad, a meter 6 mil elementos de la Guardia al Metro de la CDMX para evitar, se dijo, el sabotaje y que eso a su vez afectara sus aspiraciones. ¿Qué piensa realmente Claudia del Ejército en tareas de seguridad pública? Es una pregunta que se responderá si es electa candidata de Morena, gana la elección presidencial y se instala en Palacio Nacional. Antes de eso dirá lo que se suponga que López Obrador quiere oír. Su estrategia, hasta ahora exitosa, ha sido mimetizarse en pejelagarto.

Para los ciudadanos lo importante es que la Guardia Nacional funcione, que sus operativos sean efectivos. Hasta ahora, su aportación más notable ha sido ser parte del acuerdo alcanzado entre la 4T y Donald Trump para contener migrantes aquí y evitar que incomoden allá.

Muchos gobernadores del país, de todos los colores partidistas, no han invertido nada en preparar mejores policías, capacitarlos, armarlos, darles sueldos decorosos. Se han acostumbrado a pedir a la Federación que le mande contingentes de la Guardia Nacional para que les saque las castañas del fuego. Esos gobernadores son parte central del problema de la seguridad pública en el país.

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