La representación política como espectáculo hilarante

Luis Fernando Bolaños Gordillo

El Hipsterbóreo

En apariencia, los políticos se han colocado en la centralidad de su propia historia partidista y proyectan por sí mismos no solo una trayectoria sino una imagen respetable; sin embargo, esa imagen no se crea sola, se construye de acuerdo a ciertos convencionalismos. La mercadotecnia y las redes sociodigitales han convertido a los políticos en mercancías que no tienen solamente un valor de uso, también tienen un valor de cambio que va en función de un espectáculo encaminado a mantener el orden social.

El auge de la ingeniería de la imagen expresada a plenitud en todos los medios propicia que los seres en su dimensión política sean reconstruidos para ser vistos por miles o millones de personas que parecieran mostrar una condición pasiva ante este espectáculo. Los políticos, lejos de ser personajes constituyentes son sujetos condicionados; no se pertenecen a sí mismos, forman parte de una estructura en la que se expresa la voluntad de poder de una totalidad que no es percibida por la gran mayoría.

La ingeniería de la imagen tiene una enorme parcela de poder al ser un instrumento indispensable para otorgar a los políticos toda una gama de significados; algo así como crear el elenco de una telenovela: actores que portan cierto tipo de vestuarios, que hablan de un modo acorde a las circunstancias, que siguen un guión escrito por alguien más, que cuidan de sus gestos y ademanes, y que saben cómo deben comportarse en los actos públicos para que las fotografías y videos tengan el impacto deseado.

En esta era tecnopopulista el pan y el circo tienen un uso estratégico en las redes sociodigitales, porque es más importante entretener a través del espectáculo que fijar un posicionamiento político; ese espectáculo tragicómico influye para que cada vez sea menor la necesidad de recurrir a formas violentas para mantener el orden social. Basta un poco de humor, situaciones jocosas, ocurrencias, improvisaciones, etc., más para mantener el orden deseado; somos testigos de la prevalencia de políticos convertidos en significantes hilarantes

Una forma de legitimar el poder es no tener políticos sino entes “adorables” que harán todo lo posible por ganarse la simpatía de la gente con sus desatinos. Desde esta perspectiva estos personajes encajan a la perfección en la categoría de significantes vacíos. En un sistema hegemónico el sentido del humor otorga a estos entes cualidades para estar sin problema en la opinión pública, ámbito donde las tensiones discursivas también se pueden dar en términos hilarantes.

Pareciera que esa legión de actores y actrices reconstruidos a placer expresan el orden de las cosas dentro del sistema político, y aparte de ello, una buena parte de la sociedad contribuye a legitimar ese espectáculo al no detenerse a pensar en los asuntos de fondo y conformarse con todo aquello que provoque risas. Oittana (2013,) es claro al escribir que “Lo hiperreal no disimula su propia farsa, no corresponde a lo ideológico: lo único que disimula es su propio vacío”.

Es ingenuo pensar que los políticos son expresados en su autenticidad y que realmente están interviniendo en el devenir de las relaciones de poder; lejos de ello simplemente tienen participación en conflictos mediáticos que corresponden más al ámbito telenovelesco o de la comedia. El aparecer de estos seres en las redes sociodigitales muestra que éstos no sean más que una parodia de sí mismos pero matizada con una imagen favorable. Una cosa es la comedia política y otra muy distinta es la política convertida en un espectáculo cómico.

Tras ser aniquilado en su ser original y ser reconstruido para formar parte de una parodia, un político puede someterse a ocurrencias e improvisaciones de quienes trazan el guión de su devenir, y participar en programas de comedia, reallity shows, casándose con personajes de la farándula, participando en programas de concurso, manifestar simpatía por algún equipo de futbol, entre otras acciones que muestran que México es un país surrealista.

Arroyo (2022) amplía el panorama y sostiene que actualmente “Los políticos cambiaron los programas de revista por los likes, las reacciones y las interacciones dentro de sus plataformas sociales, sin embargo, el contenido de algunos sigue siendo prácticamente lo mismo, un compendio de cosas irrelevantes para la sociedad que solo demuestran la superficialidad dentro de algunos sectores de la política mexicana”.

El perfil de cada político es una especie de vitrina que mostrará lo mejor de cada quien y, paradójicamente, la pantallización en la que vivimos ha incidido notablemente para que la política haya sido convertida aún más en un mundo de falsas apariencias. Estos atributos no son simplemente una decoración, ya que la infinidad de significados otorgados a cada ser político también tienen relación con el sistema simbólico y el lenguaje empleado está constituido por imágenes del estilo de producción imperante.

Esto propicia que las redes sociodigitales obedezcan más a la creación de posverdades, de noticias falsas y que fomenten la reproducción de fantasías mediáticas en las que un político puede ser recreado como un “héroe” o un “caudillo”; lamentablemente en ese mundo vemos cualquier cosa menos a seres mostrándose en su autenticidad. La falsa representación somete a quienes consumen estas imágenes y ese espectáculo no es más que el neoliberalismo expresándose a sí mismo tragicómicamente como fiel reflejo de la decadencia política.

Lo hiperreal en una política supeditada a la mercadotecnia, la publicidad o a la ingeniería de la imagen, remite a la infinidad de posibilidades y combinaciones de traer al presente a un político y otorgarle una presencia que no puede generar por sí mismo; esto catapulta la omnipresencia de una falacia que generalmente estará por encima de las ideas, los proyectos e incluso las plataformas políticas; en ese mundo no caben la argumentación ni la lógica, solo un espectáculo hilarante.

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