China: El tercer mandato de Xi Jinping

(primera de cuatro partes)

Michael Roberts

I-Crecimiento, producción y consumo

Esta semana pasada se reunió el Congreso del Partido Comunista de China. Es un evento importante no solo para China, sino también a nivel mundial. Los medios de comunicación occidentales se han concentrado en el hecho de que el actual líder del partido, Xi Jinping, será confirmado para un tercer mandato como líder del partido, algo sin precedentes y, por lo tanto, también seguirá siendo presidente de China cuando el Congreso Nacional se reúna el próximo mes de marzo.

Naturalmente, los expertos occidentales están totalmente en contra de que Xi tenga un tercer mandato. El gurú keynesiano del FT, Martin Wolf, considera que la continuación de Xi en el poder será «peligrosa» para China y el mundo. «Es peligroso para ambos. Sería peligroso incluso si hubiera demostrado ser un gobernante extraordinario. Pero no lo ha hecho. Tal como está la cosa, los riesgos son los de osificación doméstica y el aumento de fricciones externas… Diez años siempre es más que suficiente… Es simplemente realista esperar que los próximos 10 años de Xi sean peores que los anteriores». Y, al parecer, estos ya han sido bastante malos.

El antagonismo hacia Xi y la actual dirección china tiene poco que ver con la falta de democracia y el régimen de partido único en China: los expertos occidentales y las agencias internacionales rara vez lo mencionaron en sus análisis previos de China antes de que Xi llegara al poder. El fuerte antagonismo actual tiene realmente que ver con dos cosas: 1) bajo Xi, la política económica de China ha hecho hincapié en el control estatal y una reducción de la influencia del sector capitalista; y 2) bajo Xi, China se resiste a ser contenida y exprimida por el imperialismo estadounidense en su creciente intento de detener el progreso de China como un importante rival comercial y tecnológico.

Cuando se trata del estado actual de la economía de China y de sus perspectivas futuras, los analistas occidentales (y especialmente los que tienen su sede cerca de Hong Kong, Taiwán, etc.) oscilan entre los que creen que la economía china está a punto de implosionar bajo el peso de la enorme deuda y la crisis inmobiliaria y los que predicen un largo estancamiento debido a la evolución demográfica, la debilidad de la demanda de consumo y un crecimiento cada vez más lento de la productividad, inducidos por la inclinación de Xi a favor del estado por encima del mercado.

Durante décadas, los analistas occidentales han estado prediciendo la desaparición y el colapso de China bajo el peso del aumento de la deuda y el control estatal. Pero no se ha materializado. Ahora el énfasis principal está en argumentar que China ya no puede expandir su producción nacional a un ritmo razonable y no podrá salir de lo que se llama la «trampa de los ingresos medios» y así satisfacer las necesidades de la población urbanizada, a menos que rompa con su economía dirigida por el estado y permita que el sector capitalista florezca para satisfacer las demandas de consumo de la floreciente clase media.

Pero, ¿esta visión del futuro económico de China es más correcta que la mantenida en las últimas dos décadas de que China estaba a punto de implosionar? En primer lugar, ¿cuál es el estado actual de la economía china? Por primera vez desde la década de 1990, es probable que el crecimiento del PIB real de China este año y el próximo sea inferior al crecimiento promedio en la región de Asia Oriental. Este año, el crecimiento económico probablemente estará por debajo del 3 % y el próximo año aumentará a alrededor del 4,5 %. Eso está muy por debajo del objetivo a largo plazo de un crecimiento alrededor del 5 % anual.

¿Por qué? Hay dos razones. La primera es el impacto del COVID y la política de cero COVID de China. Occidente nunca aplicó tal política y, finalmente, solo confió en las vacunas para superar el peor impacto de la COVID en las vidas y la salud. Pero el virus continúa propagándose en varias formas por todas las economías, causando aún más muertes y, sobre todo, enfermedades persistentes por consecuencias del «COVID a largo plazo» que han impedido que millones de personas trabajen. China rechazó este enfoque de «abrir la economía». En cambio, impuso confinamientos estrictos y drásticos a la primera señal de que las infecciones crecieran y todavía lo sigue haciendo. El gobierno no estaba preparado para repetir el desastre de la primera erupción de la epidemia en Wuhan. Como resultado, China ha tenido la tasa de mortalidad por COVID más baja del mundo.

El Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades advirtió que, si el país seguía las estrategias de apertura adoptadas por países como el Reino Unido y los Estados Unidos, causaría cientos de miles de casos al día, de los cuales más de 10.000 presentarían síntomas graves si hubiera un brote comunitario considerable. «No estamos listos para adoptar estrategias de ‘apertura’ que se basan únicamente en la hipótesis de la inmunidad colectiva inducida por la vacunación defendida por ciertos países occidentales», escribió el Centro.

Una razón clave por la que China adoptó los confinamientos, así como las vacunas para frenar el COVID, fue la relativa debilidad de su servicio de salud pública y la carencia de las últimas vacunas de ARNm más efectivas. China tiene una red irregular de hospitales con escasos recursos y una enorme población de ancianos con un mayor riesgo de enfermedad grave, así como la eficacia comparativamente baja de las vacunas producidas en su país. Si bien hay más camas de hospital per cápita en China que en los EEUU y el Reino Unido, el número de camas de cuidados intensivos disponibles, crucial para mantener vivos a los pacientes infectados de Covid-19, es una cuarta parte de la media de la OCDE. Los recursos son especialmente escasos fuera de las grandes ciudades, las zonas rurales tienen la mitad de los médicos y camas per cápita que las zonas urbanas.

China lanzó la primera ola de vacunas a una velocidad vertiginosa, vacunando a más de 22 millones de personas al día en su punto álgido. A nivel nacional, se han administrado 3.000 millones de dosis de vacunas a los 1.400 millones de personas del país. China ha enviado alrededor de 1.600 millones de dosis de vacunas a los países en desarrollo, lo que la convierte en el mayor exportador de vacunas del mundo. Los funcionarios y expertos de salud chinos creen que han evitado al menos 200 millones de infecciones y 3 millones de muertes.

Sin embargo, hay signos de que las vacunas domésticas, que utilizan vacunas tradicionales inactivadas, donde el patógeno se mata o modifica para que no pueda replicarse, producen respuestas inmunes más débiles frente al virus Covid-19 que el nuevo ARN mensajero utilizado en las vacunas Moderna y BioNTech/Pfizer y la tecnología de vectores virales de Johnson & Johnson y AstraZeneca. En los últimos 12 meses, la propagación de las variantes altamente infecciosas Delta y Omicrón ha puesto de relieve la falta de eficacia de estas vacunas. Los confinamientos han continuado de vez en cuando durante todo este año y esto ha hecho que la recuperación económica sea más intermitente y débil como resultado.

Pero China prefirió salvar vidas que crecer económicamente. Por supuesto, los analistas occidentales afirman que la política «cero COVID» de confinamiento de China tiene más que ver con el control de la población por parte de un régimen autocrático. Sin embargo, la mayoría de las encuestas de opinión realizadas han mostrado un amplio apoyo a esta política por parte de la población, aunque es cierto que la «fatiga del confinamiento» está empezando a tener un impacto, principalmente porque la política sanitaria no tiene ningún respaldo democrático y simplemente se impone desde arriba.

La otra razón por la que el crecimiento económico de China se ha debilitado este año es la desaceleración general hacia una crisis en el resto del mundo. Las principales economías capitalistas están atrapadas en la congestión de la cadena de suministro, la débil expansión de la inversión y ahora el aumento de las tasas de interés y la inflación que amenazan la recesión global.

El crecimiento del comercio mundial ha disminuido. La Organización Mundial del Comercio considera que es probable que las exportaciones e importaciones totales de bienes crezcan solo un 1 % en 2023. Las proyecciones más recientes del Banco Mundial sitúan el crecimiento del PIB de China este año en un 2,8 %, por debajo de su pronóstico inicial del 5 % y muy por debajo del resto de Asia.

Pero China no se dirige a una depresión como las economías del G7. De hecho, tanto el Banco Mundial como el FMI esperan que el PIB real de China aumente más del 4 % el próximo año, mientras que la mayoría de las economías del G7 se contraerán o tendrán un crecimiento cercano al cero.

A largo plazo, los analistas occidentales calculan que China se dirige hacia un crecimiento mucho más lento y esto amenazará el futuro de Xi. Hasta ahora, el récord de crecimiento económico sin precedentes de China se ha basado en altas tasas de inversión y exportaciones de productos manufacturados al resto del mundo.

Pero la caída del COVID y la disipación de la recuperación económica mundial han golpeado con fuerza el crecimiento de las exportaciones. Las exportaciones cayeron en términos de dólares un 1 % el año de la crisis de COVID y luego aumentaron bruscamente el año de recuperación global 2021 en un 21 %. Pero en los primeros ocho meses de este año (2022) las exportaciones se han reducido al 7,1 %. Como resultado, la producción industrial ha aumentado solo un 3,6 % y las ventas minoristas solo han crecido un 0,5 %. La inversión en activos fijos se ha mantenido más fuerte, cerca del 6 % anual, gracias al aumento de la inversión en infraestructura (carreteras, ferrocarriles, puentes y servicios públicos).

A partir de aquí, los analistas occidentales afirman que China entrará en un período de bajo crecimiento y no escapará de la «trampa de ingresos medios» en la que están encerradas tantas las llamadas economías emergentes. China no se pondrá al día ni siquiera con el nivel de PIB de los EE. UU. como se esperaba anteriormente.

Esta afirmación se basa en dos suposiciones. En primer lugar, que el envejecimiento de la población de China y el declive del sector en edad de trabajar reducirán las tasas de crecimiento y, en segundo lugar, que el modelo de crecimiento chino de alto ahorro y alta inversión ya no es válido.

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