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Ni guerra que nos destruya, ni paz que oprima a las mujeres

Montserrat Cervera i Rodon

Nosotras sabemos que la violencia, el militarismo y el patriarcado no llevan a la seguridad ni a la libertad, sino a la destrucción y la muerte.

Hace 40 años, un grupo de mujeres feministas nos alertaban de la posibilidad real de que nuestro mundo saltase por los aires y se pusiera fin a la vida de las personas y el planeta. Se plantaron frente a la base de Greenham Common, donde debían llegar misiles, y montaron un campamento por la paz.

No eran sólo los misiles; eran todas las cosas: un mundo basado en el miedo, en la dominación de la explotación del planeta y de las personas. Una imagen muy potente era ver el concepto de seguridad de los poderosos para defender sus privilegios. A un lado de la valla, soldados y misiles. Al otro lado, las mujeres defendiendo la vida, plantando flores, cantando, cocinando, acampando por una paz que fuera la nuestra, no la de los cementerios, ni la de la injusticia, ni la de la violencia.

¿Quién nos va a defender de nuestros defensores armados hasta los dientes, responsables de todas las violencias contra las mujeres y contra los pueblos? Sabemos que no será una banda armada como la OTAN, llevamos muchos años reclamando su disolución, que nuestro pueblo no forme parte de ella y, por tanto, la retirada de las tropas españolas y la utilización de las bases militares (lo hemos visto en Irak, en Palestina, en Afganistán, en Siria y un largo etcétera). Tampoco lo hará Putin y su armamento nuclear, que ha decidido invadir Ucrania y encarcelar a miles de activistas rusos por la paz.

Ésta es nuestra base de partida: no es que las mujeres seamos pacíficas por naturaleza; es que hemos apostado por la vida de las personas y del planeta. Y decimos que entre matar y morir existe otra lógica: vivir. Como decía Christa Wolf, no es una frase romántica e inútil; es el lema central de la política de las mujeres. Poner en el centro la vida de las personas, en todas las políticas y en todas las circunstancias, y cuidar de ellas. Éste es nuestro plan para sobrevivir, tanto nosotras como el planeta.

Como decía Virginia Woolf, nuestra posición de extrañas, es decir, excluidas durante siglos de las políticas heteropatriarcales, militaristas y machistas, nos ha hecho clamar contra las violencias hacia nuestros cuerpos y nuestras vidas; no sólo como víctimas, sino como supervivientes. Somos voces autorizadas que, tanto en tiempos de paz como en tiempos de guerra, hemos sufrido y estamos sufriendo la violencia extrema de los pretendidos defensores de todo el planeta.

Escuchad las voces de las mujeres por la paz, porque nosotras sabemos que la violencia, el militarismo y el patriarcado no son sinónimo de seguridad ni libertad, sino de destrucción y muerte. Por eso, el militarismo que impregna toda la sociedad nos divide entre enemigas y amigas, pero nosotras queremos vernos como vecinas del mismo planeta y construir juntas un mundo mejor, denunciando sus políticas de exterminio.

La guerra es el máximo exponente de esa lógica. El rearme, los ejércitos y las armas de todo tipo. Por eso decimos que la guerra nunca será nuestro idioma, y que la queremos fuera de la historia si queremos que quede historia que contar. La forma de hacerlo ha sido apostar por las relaciones, por la mediación y crear puentes entre los pueblos, en lugar de muros.

No somos ingenuas y sabemos que, a pesar del estallido y la fuerza de los feminismos, no hemos sido capaces de darle la vuelta a esta lógica, pero nunca hemos desistido ni desistiremos. Lo hemos hecho en todos los continentes y en todos los conflictos armados y rearmados donde las mujeres seguimos siendo armas de destrucción masiva, en las guerras, en las fronteras, en las políticas extractivistas, en los hogares y en las calles. Han utilizado nuestros cuerpos para someternos a nosotras y a los pueblos. Pero, sin embargo y, sobre todo, hemos sido agentes de paz, sosteniendo la vida de las personas y del planeta.

La guerra permanente contra las mujeres nos da razones y argumentos para la denuncia de este sistema, y por eso apostamos por el diálogo y por la relación, por las acciones directas no violentas contra las guerras, las armas y los ejércitos. Y por eso nuestros héroes hombres sólo pueden ser los desertores, los insumisos, los antimilitaristas y defensores de los derechos humanos, con quienes construimos complicidades y esfuerzos para poner fin a este sistema monstruoso.

La guerra nunca se ha detenido. Las feministas antimilitaristas hemos estado junto a las mujeres afganas, palestinas, de Yemen, de Irak, de Congo, de Sudán, de Colombia y todo Abya Yala tejiendo redes de relación y no-violencia, denunciando las políticas de nuestro país y apostando por la solidaridad entre los pueblos. Ahora, en tiempos de pandemia y postpandemia, donde la violencia y la militarización han campado aún más, la guerra en Ucrania nos vuelve a alertar de que, si preparas la guerra y no la paz, la barbarie se instala en las sociedades, en las calles y en las mentes de las personas que sólo pueden pensar en clave de armas y de ejércitos, tal y como quieren los poderes armados y confrontados.

Hemos realizado ingentes esfuerzos para conseguir la aplicación de Resolución de las Naciones Unidas 1325, sobre la participación de las mujeres feministas y antimilitaristas en todas las negociaciones de paz. Se han desplegado muchas leyes y decretos muy bien argumentados, pero topamos cada vez con su lógica: lo único que entienden es que debe haber más mujeres en los ejércitos, más ministras de la guerra… más militarización. Ésta es su propuesta de paz.

Por eso no queremos la igualdad en la responsabilidad de la muerte, sino todo lo contrario. El movimiento pacifista ucraniano y de todas partes ha dicho bien claro que ninguna guerra ni ningún ejército han logrado una paz duradera y justa. Apostamos, por tanto, por desmilitarizar las sociedades y las mentes, junto con los defensores y defensoras de los derechos humanos, los insumisos y los desertores. Apostamos por ir construyendo un movimiento amplio de base para construir otro mundo.

Ahora, cerca del 8 de marzo, hemos escuchado a mujeres ucranianas haciendo un llamamiento por la vida de sus hijos e hijas, y mujeres rusas que se han situado como madres, como hermanas, y no como enemigas. Esto es un pequeño éxito del pacifismo y del feminismo, y señala el camino para una paz que sea la nuestra. Hay que detener las bombas con todas las medidas que tengamos a nuestro alcance y que no perjudiquen a los pueblos. Es necesario realizar todos los esfuerzos en la negociación permanente entre las partes en conflicto, con la participación de defensoras de los derechos humanos, para construir otra lógica de seguridad y de reconstrucción de las sociedades.

Toda nuestra solidaridad con el pueblo ucraniano, con las personas refugiadas ucranianas y de todas partes que siguen en campos indignos y peligrosos. Queremos acoger a todas las personas de todas las guerras y de todos los países que nos pidan ayuda. Y toda la solidaridad también con el pueblo ruso que se está manifestando por la paz y está siendo represaliado y encarcelado. Todas las guerras son un crimen contra la humanidad y deben denunciarse cada día, tal y como nos piden los pueblos, y no sólo cuando se quiere glorificar el militarismo y el miedo.

Las propuestas del feminismo y del movimiento antimilitarista han sido claras y contundentes, pero no han sido capaces de detener las guerras. Sin embargo, son imprescindibles para poner las bases de una cultura de la paz antes, durante y después de los conflictos, y para cambiar de arriba abajo este sistema militarista, patriarcal, capitalista, imperialista y colonial que se está cargando la vida de las personas y del planeta.

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