Ontología del ser arrojado al mundo digital

Ontología del ser arrojado al mundo digital

El Hipsterbóreo

Luis Fernando Bolaños Gordillo

En su obra Ser y Tiempo, Martín Heidegger expuso que el ser humano es un “ser arrojado al mundo”, no eligió nacer y tampoco al contexto donde vive; el devenir tecnológico expresa a seres arrojados al mundo digital donde la gran mayoría ha tenido que adaptarse a las transformaciones tecnológicas y aprender a utilizar todo tipo de dispositivos.

No somos una sociedad digital, somos una sociedad digitalizada en la que el ser humano ha sido condicionado tecnológicamente mediante el desarrollo de la informática, de los dispositivos móviles, de las redes sociodigitales, los medios masivos de comunicación o las inteligencias artificiales; esta era expresa a individuos atrapados por el consumismo, el entretenimiento y la hipercomunicación en línea.

Las instituciones del sistema -familia, iglesias, gobiernos- lejos de promover actitudes que fomenten el pensamiento crítico hacia el mundo digital, han normalizado dicha dependencia y sus consecuencias adversas; cada vez son más los niños que pierden horas jugando en sus teléfonos móviles o tabletas; o jóvenes que dependen de las inteligencias artificiales para entregar sus tareas escolares.

El filósofo francés Eric Sadin sostiene que estamos en la era de la pantallización, en la que millones de personas manifiestan sus formas de ser y estar en el mundo a través de mensajes y reels en Facebook, “creando” o reproduciendo videos de corta duración en Tik Tok o enviando y recibiendo textos, fotografías y videos por Whatsapp. Los teléfonos inteligentes y las redes sociodigitales impusieron nuevas condiciones para visibilizarnos e interactuar dentro de un sistema donde no hay tiempo para pensar.

En términos ontológicos, el ser humano en su subalternidad tecnológica, va fortaleciendo día con día una concepción materialista de la identidad, de los conocimientos, los valores y, con ello, va reafirmándose como un ser consumista y conformista que ha dejado en las sombras su voluntad de poder. La subjetividad está enraizada con ideologías de corto alcance, con la publicidad y con el consumo; el ser digitalizado, más que una expresión de sí mismo, es un reflejo de un sistema alienante.

La digitalización ha transformado las perspectivas desde las que intentamos comprender al mundo; la educación, por ejemplo, depende cada vez más del uso de computadoras y de las inteligencias artificiales; lejos de fortalecer una toma de conciencia amplia, la digitalización limita cognitivamente al ser humano. En este cambio de estatuto, usamos los dispositivos, pero no comprendemos los fenómenos que están en juego.

Cada objeto digital -fotografías, videos, historias textovisuales- son prolongación de un sí mismo que tiene en sus pantallas las rendijas para ver al mundo; pareciera que no hay un panorama que no está más allá de interactuar en redes sociodigitales, de reproducir play lists de canciones de plataformas a las que hay que suscribirse o maratonear por las tardes para ver los capítulos de una temporada completa. Cada forma de consumo digital encuadra la experiencia en ese mundo donde el ser digitalizado se ha olvidado de sí mismo.

Esto es aprovechado políticamente para promover el tecnopopulismo; cada vez son más los políticos que hacen uso de Facebook o Tik Tok para visibilizarse. El poder, en su condición digital ha permeado la opinión pública y aplaca las formas de resistencia. La censura se vale de los avances tecnológicos para visibilizar únicamente los contenidos que sean a modo y esto ha impactado notablemente en el ejercicio del periodismo.

Estamos en una era donde la racionalización es peligrosa, porque lo que importa más es la subjetivación de la sociedad. La digitalización, lejos de fomentar el desarrollo cognitivo, es una forma más de colonialismo: estamos atrapados por nuestros dispositivos móviles; y aparte de ello se promueve la idea de que la autonomía es saber utilizar la tecnología.

Las sociedades de control expresadas con claridad por Foucault, Deleuze y Guattari desde los años sesenta del siglo pasado, se han transformado y con ello el sentido del ser; lo trascendental es ahora objeto de consumo y, por tanto, objeto del deseo de millones de seres alienados; experimentarse en el mundo es ahora visibilizarse como objeto digital y no como sujeto portavoz de un malestar existencial.

La ontología expresa a seres cuya alteridad está sujeta a condiciones bio y psicopolíticas con estructuras cada vez más legitimadas. Probablemente dentro de poco el humanismo sea borrado por nuevas concepciones de comprender al hombre; la ciberexperiencia parece ser la expresión de un ser que comparte su ser y estar en el mundo desde la conectividad.

Las ciberformas no son el mundo real, pero serán instituidas como tal para explicar a un mundo materialista donde, en términos filosóficos, el hombre estará muerto para dar paso a un ciberciudadano condicionado por los algoritmos y prácticas digitalizadas que ya no están por cierto en una etapa incipiente. La red dejará de ser espejo del mundo para ser espejo de sí misma trayendo consigo subjetividades fruto de programaciones computacionales.

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