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Chile, y las tensiones derecha – izquierda

Plaza Cívica

Fernando Núñez De La Garza Evia

Lo sucedido recientemente en Chile, donde se rechazó abrumadoramente la nueva Constitución del país andino, tiene importantes lecciones para los partidos de derecha e izquierda. En un nivel más profundo, los acontecimientos políticos plasman las diferencias naturales entre ambas ideologías políticas, e indican asimismo algunas de las posibles consecuencias cuando una de ellas se desplaza a los extremos.

La derecha tiene ciertos principios que, podríamos decir, son inalienables e imprescriptibles, porque forman parte de su esencia. Tiende a favorecer la “sabiduría de las élites” por encima de la sabiduría del pueblo, prefiriendo históricamente los gobiernos aristocráticos –el gobierno de los mejores– a los democráticos. Por otra parte, tiende a gastar dentro de los límites del ingreso, por lo que históricamente ha servido como dique al exceso de gasto en el que puede caer la izquierda. Y prefiere la reforma a la revolución, es decir, los cambios graduales sobre los repentinos, arreglar aquello que no sirve en vez de cambiar el todo.

La izquierda tiene, asimismo, principios consustanciales e irrenunciables, los cuales forman parte de su núcleo ideológico. Tiende a favorecer la “sabiduría popular” por encima de aquella de las clases favorecidas, optando por gobiernos democráticos –el gobierno de todos­– a aristocráticos. Igualmente, tiene una orientación a gastar más allá de lo que entra a las arcas públicas, por lo que históricamente ha impulsado un mayor gasto social. Y favorece la revolución a la reforma, es decir, cambios súbitos y más profundos, lo que en muchas ocasiones lleva a una reordenación mayúscula de los regímenes políticos.

En la historia constitucional reciente de Chile, los antagonismos entre ambas ideologías políticas son evidentes, aunque también su capacidad para cooperar. Augusto Pinochet impuso la Constitución de 1980, una Carta Magna claramente elaborada por las élites y con austeridad en el gasto. Sin embargo, en la etapa de la Concertación (1988 – 2013), una alianza entre partidos de izquierda y centro, se reformó la Constitución en innumerables ocasiones, aunque no se refundó el texto constitucional. Con las protestas masivas ocurridas en 2019 se impulsó un Carta totalmente nueva, concluida bajo el gobierno izquierdista de Gabriel Boric. Sin embargo, fue muy lejos, muy a la izquierda: expansión del gasto social al reconocer 100 derechos (ninguna Constitución en el mundo tiene tantos); paridad de género en toda la estructura del gobierno (ninguna Constitución lo prevé); y un Estado plurinacional, otorgando autonomía a grupos indígenas, el punto de mayor contención. Se eligieron a 157 miembros, entre los que había actores, periodistas, un dentista y un mecánico. El documento acabó en 170 páginas y 388 artículos (la Constitución mexicana tiene 136, y es extensa). El 61.9% de los electores la rechazaron.

“Una que nos una” decían los que se oponían a su aprobación. La tensión está en la ampliación de derechos y sus límites: extender el gasto social (izquierda), pero a qué costo económico (derecha); extender la paridad de género (izquierda), pero a qué costo meritocrático (derecha); extender la autonomía de las naciones indígenas (izquierda), pero a qué costo para la cohesión del Estado (derecha). La tensión está entre el individuo y la comunidad, los derechos y las obligaciones, la parte y el todo. La Constitución de derecha de 1980, con sus parches posteriores de centro e izquierda, le sirvió muy bien a Chile. Sin embargo, ahora se quiere refundar. Y la historia demuestra que, cuando se quiere refundar, las cosas casi siempre salen mal.

@FernandoNGE

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