Claudia Sheinbaum: lo bueno, lo malo, y lo peor

Plaza Cívica

Fernando Núñez De La Garza Evia

Claudia Sheinbaum recién tomó el poder. Los comienzos, aunque no predicen el futuro, sí muestran tendencias futuras, posibles caminos venideros. A estas alturas, ¿qué nos dicen las palabras, actitudes y políticas de la primera presidenta de México?

Comencemos por las buenas. En ciertas políticas, hay un sano rompimiento con el lópezobradorismo. La presidenta puso énfasis en una agenda feminista, tema pendiente de justicia social. También, en el desarrollo de energías renovables, a las cuales su antecesor solo menospreció. Se declaró abierta a esquemas de inversión mixta en inversión pública ante la falta de recursos fiscales; con López Obrador, la inversión en infraestructura fue la más baja desde el sexenio de Ernesto Zedillo. Puso énfasis en la integración económica con América del Norte, a lo cual se opuso en los noventas. Omitió hablar de la desaparición de los organismos constitucionalmente autónomos, tal vez ante las amenazas norteamericanas. Y propuso la extensión de horarios de escuelas, un programa que implementó EPN y al que le puso fin AMLO.

Sin embargo, hay noticias claramente malas. La base de las políticas de Claudia Sheinbaum es la continuidad lópezobradorista. También, una tendencia estatista. Prometió continuar con Mexicana de Aviación, aerolínea fracasada en manos de militares que, además, subsidiamos. Prometió también continuar con los elefantes blancos del Banco del Bienestar y las Farmacias del Bienestar, las cuales, también, subsidiamos. Continuará con proyectos de trenes de pasajeros, sin proyectos ejecutivos de por medio y los cuales tendremos también que subsidiar. Apoya la incorporación de la Guardia Nacional (GN) a la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), en unas Fuerzas Armadas que son altamente opacas e independientes (alrededor del 80% de los elementos de la GN son soldados y marinos, sus plazas están en SEDENA y SEMAR y, por si fuera poco, tendrán fuero militar). Por último, no menciona al sector privado en sus cien puntos, a pesar de que la inversión privada representa el 21.2% del PIB, mientras que la pública solo el 3.5% (fuente: México, ¿cómo vamos?).

Pero hay peores. Porque todo lo anterior es nada ante la promesa de llevar a cabo la reforma judicial, que significa la destrucción del Poder Judicial, que entraña el fin de la democracia-constitucional mexicana. Morena no obtuvo mandato popular para llevarla a cabo, pero logró lo que ningún partido, nunca, había logrado: una sobrerrepresentación artificial del 20%. Pero tiene sentido ante las propensiones autoritarias de la presidenta: no habló de diálogo, no mencionó el pluralismo político, no hizo referencia a la división de poderes. Ni siquiera volteó a ver a la oposición. No hay pretexto que valga.

“¡Viva la Cuarta Transformación!”, gritó la presidenta. Los actos republicanos han dejado de existir. Tal vez, próximamente, la República también.

@FernandoNGE

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