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Obama y AMLO: entre la esperanza y el agravio

Plaza Cívica

Fernando Núñez De La Garza Evia

En una reciente entrevista concedida a The New York Times, el expresidente estadounidense Barack H. Obama habla de su último libro, “Una Tierra Prometida”. Comenta, entre muchas otras cosas, del poder que tiene la narración de historias, o storytelling, en la política. Y sin duda la tiene, ya que tanto Obama como el presidente Andrés Manuel López Obrador han hecho amplio uso de ella, aunque de maneras muy distintas, produciendo resultados muy distintos.

Obama fue un gran presidente. Tenía el don de poseer una retórica vehemente, un pensamiento profundo y un carácter robusto. El storytelling que empleó a lo largo de su carrera política se puede resumir, en una palabra: esperanza. A pesar de ser un hombre mulato en una sociedad racista y haber sido abandonado por su padre, su historia siempre fue una de expectativas positivas. El artículo comenta que el académico Fred Kaplan considera que Obama tenía –como Abraham Lincoln– un dominio del lenguaje, así como “un temperamento de primera clase”: estoico, flexible y dispuesto a escuchar puntos de vista distintos.

La personalidad de AMLO no puede ser más diferente. Es un gran narrador de historias, pero a diferencia Obama, sus relatos están acompañados de agravio. Vitupera contra todos aquellos que se le oponen, destruye reputaciones sin mayor examen de por medio, enfrenta entre sí a la población mexicana día con día. Y sin duda hay razones para que una parte considerable de los mexicanos estén agraviados ante la pobreza y desigualdad históricas. Sin embargo, nunca nada bueno surge cuando el presidente de la República, que es el jefe de Estado y representa a todo el país, amplifica y profundiza los agravios existentes.

Obama sabía moverse entre las élites y la población, algo esencial en todo político exitoso. Hablaba como un idealista, pero al momento de tomar decisiones, lo hacía como un realista. Unificaba a la población con sus palabras, pero al tomar decisiones de política pública, iba contra poderosos intereses que afectaban a su país. No vociferaba, pero al momento de actuar, lo hacía con firmeza: ahí están sus políticas en salud que afectaron al importante lobby de las aseguradoras, sus reformas para establecer mayores controles al influyente mundo de Wall Street, el rescate a la enorme industria automotriz con exigentes condiciones de por medio. Sabía usar la zanahoria y el garrote y, sobre todo, estaba consciente de los límites de su poder. En México, es todo lo contrario.

“Su creencia de que los estadounidenses invierten en sueños comunes y pueden llegar más allá de sus diferencias, una convicción que luego se articularía en su discurso de apertura de la Convención Democrática de 2004, que lo introdujo al país…” dice el artículo. Es el discurso comunitario, cuyo antónimo es el polarizador. Cabe preguntarse si la oposición querrá y podrá adoptar un discurso de unidad y esperanza, secundado de políticas públicas. Y si la población les volverá a dar la oportunidad.

@FernandoNGE

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