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Rafael Cardona

Hace ya algunos años, como otros muchos periodistas en el mundo, escuché la fatigada respuesta de Anthony Hopkins durante una sesión de prensa:

-Después de interpretar a un caníbal no le da curiosidad el sabor de la carne humana?

Y decía siempre lo mismo.

No. Yo simplemente desempeñé un papel y el papel se acaba cuando se acaba la actuación.

Yo insistí con una pregunta similar:

-Después de un papel tan poderoso como ese, ¿no tienen miedo de la eterna persecución del caníbal; quedar encasillado en ese personaje, ¿como si fuera Jemes Bond detrás de Sean Connery?

–No. Yo simplemente desempeñé un papel y el papel se acaba cuando se acaba la actuación.

Pero hubo otro a quien Hannibal Lector sí persiguió y alcanzó. Encontró a Filemón Mendoza en los andurriales polvorientos de la parte más suburbana de Atizapán de Zaragoza, en México, y se le metió en el cuerpo y el alma; lo determinó y lo aconsejó, le inoculó la mínima dosis de maldad faltante en su podrida naturaleza –quizá desde el nacimiento– , y como un súcubo, lo acompañó en el asesinato de 50 o más mujeres a quienes mató y troceó para distribuir sus carnes; comerlas y llevar al paladar la inaccesible suavidad de muslos finos, abdómenes juveniles y poner en parrillas cochambrosas, la imposible obsesión por sus corazones, alguna vez ajenos.

La película “The silence of the lambs” (homónima, basada en la novela de Thomas Harris. 1988) y sus secuelas, han sido vistas por cientos de millones de personas en el mundo. La serie mexicana de TV, en la cual se penetra al mundo oscuro del asesino antropófago y sus involuntariamente caníbales amigos y vecinos, por casi 20 millones de telespectadores. Y vendrán más.

El mérito de la novela de Harris es la originalidad en el cultivo de un género literario: el misterio, el horror. No se trata de una novela “negra” ni de una novela de asociaciones misteriosas, únicamente, como serían muchas de Stephen King. No, es una trama de hondura psicológica. Por tanto, profundidad humana, hasta la sima más oscura.

Pero cuando esas tenebrosas honduras del humano se extienden a la sociedad; en una sociopatía, como le llaman los especialistas, el tema tiene otra profundidad porque carece de cualquier punto de ficción.

Ningún horror puede superar al horror de la realidad. Y la verdad.

En ese sentido el trabajo emprendido por Grau Serra, como director del verídico documental seriado; Ana Mata, como guionista, y sobre todo por Javier Tejado Dondé, en la idea y la tenacidad, con la producción de la Suprema Corte de Justicia, refleja no sólo el horror, sino el otro espanto: la desatención crónica del sistema judicial mexicano en torno del feminicidio, cuya frecuencia en México es socialmente enfermiza.

En ese sentido vale la pena repetir este mensaje de la SCJN:

“…Ante un tema tan delicado y terrible como el de los feminicidios en México, todos y todas tenemos que tratar de que las cosas cambien: ministro presidente @ArturoZaldivarL@SCJN

y una forma de que las cosas cambien es generar conciencia para modificar cultura. Esta serie la venimos trabajando desde hace 11 meses y se inserta en la tradición de esta #SCJN de usar el arte para generar denuncias y para evidenciar injusticias”.

Quien haya confundido este trabajo con una glorificación del feminicidio o, peor, del canibalismo feminicida o del personaje mismo, se ha equivocado.

Se trata de una obra seria, con respeto por la memoria de las víctimas y sus familias, las conocidas y aquella cuya historia quizá jamás se conozca, porque nadie sabe a cuántas mujeres asesinadas en 30 años corresponden los más de 4 mil fragmentos humanos hallados en el sótano del caníbal, ahí donde un esposo desesperado descubrió el cadáver descuartizado de su mujer.

Y después llegó la policía. Después.

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