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Aparato, base social y autodepuración partidaria

Razones

Jorge Fernández Menéndez

La jornada electoral del domingo deja varias enseñanzas a los partidos políticos que no deberían subestimarse, incluso más allá de los resultados en sí, el más notable quizás es que todos los candidatos y candidatas ganadores, cuatro de Morena y el Verde, dos de la alianza PRI-PAN-PRD, lo hicieron superando el 50 por ciento de los votos, lo que habla por una parte de la polarización creciente en el país y de un poco más que incipiente bipartidismo que habrá que ver si se mantiene hacia los comicios, probablemente mucho más decisivos que los que acabamos de vivir, del 2023 en el estado de México y Coahuila.

Primero, se certifica que las maquinarias electorales son importantes. Morena se parece en eso también cada vez más al viejo PRI: la suya se sigue significando por ser una estructura electoral eficiente, que puede operar en varios espacios diferentes, y que sabe utilizar, de todas las formas posibles, el apoyo oficial. Pero también eso ha sido válido donde las oposiciones cuentan aún con maquinaria local: Aguascalientes y Durango lo demuestran.

Pero la maquinaria electoral se diluye o pierde efectividad cuando no va de la mano de candidatos que funcionen. Y una vez más los candidatos, aunque tengan pasado partidario, pero que vienen de fuertes lazos con la sociedad a nivel local, funcionan mejor. Dos ejemplos son Tere Jiménez en Aguascalientes y Mara Lezama en Quintana Roo: ambas fueron presidentas municipales de las principales ciudades de sus respectivos estados, con buenas relaciones partidarias pero la gente ya las conocía por su desempeño. Una, siendo presidenta municipal de Aguascalientes, estaba muy distanciada del gobernador de su propio partido, Martín Orozco, que trató de impedir de todas formas que llagara a la candidatura. Literalmente se ganó la candidatura, participó y arrolló.

Lo mismo hizo Mara Lezama. Periodista de profesión, Mara fue dos veces alcaldesa de Benito Juárez, donde se encuentra Cancún, era muy conocida por su desempeño, pero no era la candidata de los sectores duros de Morena, ni del aparato partidario. Ganó la candidatura por Morena, armó una estrecha alianza con el Partido Verde, que cuenta con influencia real en ese estado y ha ganado casi por tres a uno las elecciones de Quintana Roo.

Otro buen ejemplo es Esteban Villegas que hace seis años fue quien le disputó la candidatura al candidato panista y actual gobernador, José Rosas Aispuro. Antes había sido presidente municipal de Durango. Evidentemente no era la carta del panismo gobernante en la entidad, pero Villegas no era, tampoco, un producto típico del aparato partidario. Logró hacer que la alianza en el estado fuera eso, una alianza, con una propuesta que tendría que aquilatarse bien: la de integrar, en forma definida desde ya, un gobierno de coalición. Sin ello, las alianzas muchas veces pierden sentido.

Tercero. Sé que es una afirmación controvertida en estos tiempos, pero estoy convencido de que las guerras sucias han sido tan intensas y extendidas, se ha abusado tanto de ellas, que hace tiempo que su único efecto es básicamente mediático, sean falsas o no, muchas acusaciones. Cuando la gente tiene definida una opción no parece estar muy atenta a las denuncias, apuesta a otras cosas. Quizás en una elección presidencial el efecto multiplicador sea otro, pero lo dudo.

Cuarto. Los partidos, todos, deben autodepurarse y corregir sus estructuras, pero sobre todo lo deben hacer el PRI y el PAN. Es verdad, el oficialismo no alcanzó su añorado seis de seis, pero ellos perdieron cuatro de seis gubernaturas, algunas como Oaxaca e Hidalgo en forma ignominiosa, en estados que siempre había gobernador, que nunca habían tenido alternancia; otras, como Quintana Roo, donde se desinflaron dramáticamente e incluso el PRI puede perder el registro a nivel local por no alcanzar el 3 por ciento de los votos. En Tamaulipas, el PAN perdió, junto con Quintana Roo, dos de sus estados con mayor peso e influencia. La situación del PRI, que no disimula la victoria de Villegas, por su propio perfil político, es dramática, no puede llegar así al 2023, donde, además, los dos gobernadores priistas que quedan, Alfredo del Mazo y Miguel Riquelme, tienen diferencias profundas con buena parte de la actual dirigencia. La alianza si quiere subsistir debe superar la forma para asumir el fondo y éste debe ir más allá, como diría Borges, de no estar unidos por el amor, sino por el espanto. Y para eso debe revisar sus dirigencias, abrirse a nuevos personajes, espacios y continentes.

Quinto. No hay que subestimar a Movimiento Ciudadano. Es verdad que no fue determinante en esta elección, pero hace seis años no existía en cuatro de estos seis estados. Influye y podrá hacerlo aún más en comicios como los del estado de México y por supuesto en las federales del 24. Tiene peso y una estrategia que va más allá de ser simplemente una tercera opción. Tampoco, guste o no, se debe subestimar al Verde, más allá de sus bandazos históricos. Lo cierto es que gobierna San Luis Potosí, tendrá mucha influencia en Quintana Roo, mantiene una fuerte base política en Chiapas. Cuenta mucho más, por ejemplo, que un PT que se mantiene simplemente por respiración artificial.

Ayer todos hablaron de comenzar a preparar el 2024. Lo cierto es que ese escenario ya está entre nosotros y el oficialismo le lleva una gran delantera a sus opositores, aunque estos, atendiendo la realidad y no los simples pactos de cúpula, podrían tener opciones. Los comicios del domingo volvieron a confirmarlo.

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