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Ricardo Becerra

Ha llegado el año 2024 y con él, un fuerte vendaval derechista que ubica a “los mercados” como la base de solución de todo problema económico. Los mercados libres por supuesto, o sea, los que operan sin regulación y sin ataduras. Así, el presidente Javier Milei, ha publicado la “Ley de bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos”, que en 664 artículos suponen una loca apuesta de todo o nada: capitalismo sin reglas o “crisis de proporciones bíblicas” según sus palabras.

Hay que dedicar un análisis más detallado a ese programa, pero lo que me importa señalar en este comienzo de año, es su idea disparatada y su ignorancia histórica según la cual, la solución es buscar un “capitalismo puro”.

Capitalismo: un sistema económico en el cual las personas satisfacen sus necesidades acudiendo al mercado, ofreciendo lo que otros necesitan, buscando el beneficio propio y basado en la propiedad privada. Muy bien.

La noticia es que a estas alturas del siglo XXI no hay ninguna sociedad, ni experiencia de organización económica que haya podido mantener esa “pureza”. Todos los capitalismos han tenido que ir más allá de esos pies arquetípicos: de Estados Unidos a Singapur, de Corea del Sur a Inglaterra, de Canadá a Uruguay. Todos, absolutamente todos, han tenido que introducir transacciones (instituciones) más allá de los mercados.

¿El sistema público de jubilación, el salario mínimo, el transporte público, las prestaciones por desempleo, la salud y la educación pública? Claro que sí, no solo porque son columnas de justicia o igualación social, sino porque la economía de mercado ha dependido de ellos. El provecho económico que generan estos servicios ha sido y sigue siendo inmenso y ha sido cosechado -entre otros y, sobre todo- por el sector privado.

Amartya Sen lo muestra en su “Desarrollo y Libertad” siguiendo, nada menos que a Adam Smith, quien desde su obra cumbre pedía proteger a la sociedad y al mercado de “pródigos y proyectistas” y le parecía evidente -en 1776- que hay un montón de necesidades sociales que el mercado deja de atender. Ningún proyecto social podría excluir a los mercados, pero hay una gran cantidad de problemas que los mercados no pueden resolver.

Por eso -entre otras cosas- me parece tan disparatada la apuesta de las ultraderechas populistas actuales y especialmente la apuesta de Milei: expiar a la sociedad argentina de sus pecados peronistas con mucho dolor para llegar a una estación… imposible, inverosímil, en el fondo, absurda.

Milei propuso dejar de actualizar las jubilaciones conforme el índice inflacionario, para dejarlas a la discrecionalidad del ejecutivo basado en criterios de “sustentabilidad económica”. Quiere abrir a Argentina a las importaciones, pero con una carga impositiva a sus productores que es la más alta en América del sur.

No hablemos, por ahora, de sus propuestas de reforma política, pero lo que quiere Milei es someter a la política argentina a una “emergencia pública” durante al menos dos años para que su gobierno absorba atribuciones que corresponden al Congreso y pueda dirigir así, al país, a discreción.

Para instalar esa versión del ultracapitalismo en Argentina, hay que ser indiferente a toda tragedia y sin compasión por quienes la sufren, aplicar descargas, rápido: liberalización de precios, control de divisas, retirada de subsidios públicos, eliminación de la inversión pública, privatizaciones a gran escala de los servicios públicos, etcétera.

Creo que no llegará muy lejos. Pero en el inter, acusará al “pasado” de su fracaso, polarizando al máximo, sembrando confusión y ambigüedad, en la de por sí atribulada sociedad argentina. Desperdiciando más tiempo en la elaboración de soluciones racionales para los problemas reales.

Del mismo modo que las economías planificadas y centralizadas son una utopía insufrible, las economías de mercado sin frenos, las del ultracapitalismo terminan en desastre. Es una de las grandes lecciones del siglo XX que, en el XXI, nos seguimos negando a reconocer.

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