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Ricardo Monreal Ávila

El mundo tiende a enfocarse en la regionalización de los procesos productivos tras los efectos de la pandemia de COVID-19, y América del Norte no es la excepción. Las medidas para la contención de la propagación del virus llevaron al cierre de las fábricas y al encarecimiento del transporte de mercancías a nivel internacional, lo que ocasionó la interrupción en el suministro de insumos como los semiconductores, que son esenciales para la fabricación de teléfonos inteligentes, computadoras y vehículos, entre otros productos.

Ante una creciente demanda de estos insumos a nivel mundial, fue muy complicado para las empresas producir suficientes semiconductores. Esto provocó una escasez generalizada. De ahí que algunas empresas y Gobiernos se dieron a la tarea de encontrar la forma de regresar la producción a sus países (reshoring) o a otro cercano  (nearshoring), para reducir riesgos y costos, toda vez que la demanda de chips continúa en aumento.

Así, Estados Unidos se vio en la necesidad de enfocar sus prioridades económicas para reconfigurar la cadena de suministro y con ello asegurar su acceso a semiconductores, de tal modo que pueda abastecer las necesidades de sectores tan relevantes para la economía, como el automotriz, por ejemplo. Sin embargo, esta es una ardua labor, ya que solo la región de Asia-Pacífico posee más del 65 por ciento de la cuota de mercado global de semiconductores, mientras que el 100 por ciento de la capacidad de manufactura de chips más avanzada del mundo está concentrada en Taiwán y Corea del Sur. 

La administración Biden busca expandir las capacidades de producción fuera de los países asiáticos y acercarlas a naciones aliadas mediante el nearshoring. Por ello, para Estados Unidos es una ventaja competitiva tener cerca a México, dada su ubicación geográfica estratégica y la competitividad de su sector manufacturero. Esto puede ser un elemento clave en el esfuerzo por rebalancear la cadena de suministro de semiconductores y aumentar la capacidad de producción en América del Norte. Nuestro país tiene experiencia en los eslabones de diseño, ensamblado y testeo (backend) de la cadena, lo que ofrece alternativas para la inversión en infraestructura y la formación de talento especializado para suplir la demanda de la industria.

Desde luego esto es también una oportunidad para México, puesto que las inversiones de las empresas en el sector de semiconductores tienden a ser cada vez mayores. Tan solo la estadounidense Intel, que tiene una importante presencia en Guadalajara, planeó invertir más de 28 mil millones de dólares durante 2022, para aumentar su capacidad. Adicionalmente, anunció que construiría dos grandes fábricas en Ohio para 2025, con un costo total de 20 mil millones de dólares, y dos más en Arizona. Esas inversiones impactarán en México tanto para la generación de nuevo talento como para el establecimiento de algunos de los procesos productivos en el país. 

Como complemento, la reciente Ley de Chips y Ciencia en Estados Unidos ofrecerá subsidios por 52 mil millones de dólares a empresas de la industria de semiconductores, para mejorar la cadena de suministro. Esta derrama económica repercutirá positivamente en la economía mexicana. El T-MEC servirá de marco para asegurar que las potenciales inversiones sean aprovechadas. 

Mientras tanto, en México ya trabajamos en una estrategia para desarrollar nuestra industria, mediante el diseño de un paquete de incentivos fiscales en la zona fronteriza, así como en la modernización de la oferta educativa, para atender la demanda de talento que requerirá el sector. Gracias a la cercanía entre ambas naciones será posible tomar las oportunidades que se ven en el horizonte. De esa manera lograremos avanzar y profundizar en la transformación de nuestro país.

ricardomonreala@yahoo.com.mx

Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA

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