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Roy Gómez

Nos saluda el primer domingo de la Cuaresma de este año 2024. Y lo hace con el final del diluvio y con el desierto. Porque todos los años el primer domingo de Cuaresma nos vamos al desierto con Jesús, a verle superar las tentaciones.

El amor de Dios a la humanidad es eterno. Al final del diluvio, se presenta el nuevo mundo, con la garantía de que Dios no volverá a destruirlo. La familia, la naturaleza, todo adquiere un nuevo color, a la luz del amor de Dios. A pesar de las dificultades. A pesar de que no todo va como debería. Dios es fiel, guarda siempre su alianza.

El desierto, por su parte, es el lugar de discernimiento, formación y maduración. En el silencio, podemos pensar en lo que Dios quiere para cada uno. Fue en el desierto donde el pueblo de Dios tomó conciencia de que eran los elegidos por el Señor. Cuarenta años de éxodo, de pruebas, de luchas y problemas, para salir fortalecidos y unidos.

Después del desierto, el mismo Jesús, tras la prueba, se dirige a Galilea, para comenzar su anuncio de salvación: el anuncio del Reino de Dios. Todo después de que arrestaran a Juan Bautista. Desde el comienzo, el martirio presente. Desde el comienzo, están presentes las tentaciones. Y ni esa dimensión martirial, ni la amenaza del demonio desaparecen durante toda la vida de Jesús. Le acompañan permanentemente, como nos acompañan a nosotros. Pecado y esperanza, muerte y vida caminando de la mano, para que podamos optar.

Recuerdo la homilía de uno de mis profesores en el Seminario. Él nos recordó que, durante la celebración de la Vigilia Pascual, cuando llegue el momento, se nos harán unas preguntas. No es un interrogatorio ante el juez; y tampoco es un examen como los que hacíamos en el colegio o en la Universidad. En realidad, cuando consultas el Misal Romano, ves que son unas preguntas muy fáciles de responder. Pero, a la vez, muy difíciles, porque te obligan a tomar una postura concreta ante la vida, si respondes con sinceridad. Conocemos las preguntas y lo que hay que responder. A todas las preguntas se responde con un “sí”. Lo que cambia es el verbo que se añade en cada caso. A las tres primeras, el verbo “creo”. A las tres últimas, el verbo “renuncio”. Sí, creo y sí, renuncio.

¿Hay algo más fácil y, a la vez, más difícil de responder? ¿Creo de verdad en Dios Padre? Ésa es la primera pregunta. Y sigue el ritual, ¿creo de verdad en Jesucristo? ¿Creo en el Espíritu Santo? ¿Hasta qué punto puedo decir que confío en Dios, que pongo mi vida en sus manos? ¿Quién es Jesús para mí de verdad, vivo para Él, es el faro de mi vida? ¿Siento que el Espíritu Santo me va llevando, creo de verdad que es mi luz, que Él me orienta en los momentos de dificultad? Aquí ya hay motivo para la reflexión.

Lo mismo puede decirse de las renuncias. A Satanás, a sus obras y a sus seducciones. Decir que “sí” es fácil. Como elegir entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. No hay que pensar mucho. Vivir conforme a la palabra dada, no tanto. Hay que renovar la elección cada día. Sin perder de vista al modelo, Jesucristo. Otro punto para pensar. Si vemos la Cuaresma mirando al final, desde esta perspectiva, entonces tenemos cuarenta días para orar, meditar y preparar nuestras respuestas. En la noche de Pascua, el treinta y uno de marzo, podremos decir con más conocimiento “sí, creo” y “sí, renuncio”. Cada uno, según sus capacidades, su madurez humana y religiosa en ese momento.

A esto nos invita Jesús en el Evangelio. Es a lo que se nos invitaba el Miércoles de Ceniza, cuando se nos dijo “conviértanse y crean en el Evangelio”. El testimonio de Cristo nos ayuda. Él, que superó la prueba, nos invita a mirarlo, a seguirlo y volvernos a Dios, acogiendo esa Buena Nueva.

Desde pequeñitos, la mayoría sabemos en qué se concreta la llamada de la Iglesia durante la Cuaresma: oración, ayuno y limosna. Tres lados de un mismo triángulo, que se apoyan el uno en los otros. Orar, sobre todo con la Palabra de Dios. Darle a esa Palabra cada día un tiempo noble, digno, para meditarla. Las lecturas de la Misa de cada día, o la Biblia, por ejemplo, leyendo el Evangelio de Marcos, el de este ciclo, llenarnos de su mensaje y orar con esas palabras de vida. Así aprendemos también a creer en la Buena Noticia.

Ayunar, para el hombre moderno, quizá no sea sólo privarse de algún alimento. Si no nos obliga el colesterol, puede que lo haga el deseo de adelgazar o las modas, o simplemente el deseo de vernos mejor. Para el cristiano del siglo XXI, puede ser bueno ayunar un poco de televisor, de revistas, de alguna compra innecesaria, del teléfono celular. Puede que sea interesante revisar algunos afectos desordenados, que nos atan, también. En cuanto a la limosna, es bueno pensar a quién puedo ayudar con lo que me he ahorrado de comida o de compras. Y pensar en qué puedo usar ese tiempo que he ahorrado al ver menos series o perder menos tiempo con el teléfono móvil. Ese dinero y ese tiempo se pueden consagrar a los que están muy necesitados de pan o de cercanía. Y, si las fuerzas no nos dan para ser voluntarios, pues a rezar tocan por los necesitados.

De esta manera, el triángulo oración – ayuno – limosna estará completo, e iremos dando pasos en la buena dirección, para responder con más seguridad y mejor conciencia a las preguntas que nos hará el presidente de la celebración en la noche de la Vigilia Pascual. Que así sea…Luz.

royducky@gmail.com

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