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Roy Gómez
 

El calendario de la Iglesia, el litúrgico, corre tan alocadamente como el calendario civil. Vamos de una fiesta a otra, consumimos tantas historias y tan de prisa que no las digerimos y no nos alimentan. Tan pronto consumidas como olvidadas. La Pascua de Resurrección debería ser la excepción en este laberinto de fiestas religiosas.
La Pascua dura 50 días y celebra el ser o no ser de la fe. Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe y locura es esta ilusión. En el día primero de la semana, somos el pueblo de la Pascua, pueblo llamado a morir la muerte del egoísmo, de la vanidad, de la autosuficiencia, de la indiferencia ante el sufrimiento de los otros, pequeñas muertes que son el pórtico de la gran muerte y de la Resurrección con Cristo.
Durante 50 días proclamamos sólo una historia, una victoria, la de Cristo Resucitado y escuchamos a los testigos de este gran acontecimiento, ilusión que hace daño cuando uno es el único que cree en él, pero que es acontecimiento salvador cuando creemos al único testigo digno de ser creído y confiado, el mismo Jesucristo.
Pascua es el tiempo en que Jesús mismo se hace presente a María Magdalena, su mejor pregonera, a Pedro, a Juan y a sus apóstoles reunidos en comunidad. Se hace presente en la Palabra, presente en el pan, puntos de apoyo para ellos y para nosotros.
En el evangelio de hoy encontramos a Tomás, el incrédulo, el ausente, el que se atreve a decir a sus compañeros: Si no lo veo no lo creo cuando le dijeron: no sabes lo que te perdiste el domingo pasado.
Tomás no creyó su testimonio. Quería pruebas, quería ver y tocar las cicatrices del muerto resucitado. Tomás tuvo su oportunidad el siguiente domingo en la celebración comunitaria… Señor mío y Dios mío, fue su profesión de fe.
Tomás en arameo significa gemelo, hoy podríamos decir que cada uno de nosotros somos el hermano gemelo y sin nombre de este Tomás, hombre más que atrevido práctico e inquisidor.
Tomás es el patrón de todos los que dudan, de todos los buscadores de Dios y de la vida divina. El dudador tiene mil preguntas sobre la vida y el amor, sobre la existencia de Dios y la divinidad de Jesús de Nazaret. Tener dudas no sólo es justo y necesario. Tener dudas es el efecto secundario de la fe. Tener dudas es mejor que vivir en la certeza perezosa y anestesiada.
Yo tengo muchas dudas y sigo siendo creyente a pesar de mis dudas. La fe no es cuestión de evidencia. En la fe no existe como en el tenis el ojo del halcón para certificar que la bola ha sido buena o mala. La fe es cuestión de confianza en los testigos que la han vivido y la han celebrado a través de los tiempos.
Los no creyentes no hacen preguntas y pasan de Dios. Sólo les preocupa pagar la hipoteca y no olvidarse de tomar las pastillas que el médico les receta y que toman con total confianza a pesar de los mil efectos secundarios para prolongar su vida sin Dios.
Tomás y sus compañeros vivían, no hay que olvidarlo, detrás de unas puertas blindadas. El pánico paralizó sus mentes y sus corazones. Sólo la experiencia de Jesús Resucitado les permitió abrir las puertas y abrirse a su mensaje y a la Escritura.
Hoy tendríamos que preguntarnos todos nosotros sobre los espacios cerrados de nuestra vida. ¿Qué nos impide salir de nuestras tumbas? ¿Tal vez el miedo, la tristeza, el resentimiento, la ira, el miedo a nuevas ideas y al cambio?
Dejemos que Jesús entre en esos espacios clausurados. No será él quien abra las puertas, pero nos dará el poder y la confianza para abrirnos a una vida nueva llena de luz y de fe. Hoy puede ser un nuevo comienzo.
No hemos visto a Cristo Resucitado, tenemos que fiarnos de la bienaventuranza de Cristo: Dichosos los que no ven y creen. Esto vale tanto para la primera generación de cristianos como para los que vivimos en el siglo XXI.
Todos participamos de la misma bendición y todos llamados a proclamar a las siguientes generaciones la única verdad que nos salva, hay vida y mejor vida gracias a Cristo después de esta vida.
Un domingo caí en éxtasis, dice Juan de Patmos, y oí una voz que me decía: “No temas. Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muero, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos”. Ustedes y yo no caeremos en éxtasis este domingo, pero el Señor nos abre el oído para escuchar este mensaje, este evangelio eterno. Que así sea…Luz.
 
royducky@gmail.com

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