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Roy Gómez

Ya puede cambiar la Historia, avanzar la técnica, alterarse las fronteras, inventarse nuevas dietas, variar los regímenes políticos de nuestro mundo.0 Los hombres de todos los tiempos han buscado y buscarán la felicidad. Cuanto más duradera, mejor. En esto no hay cambios. Y la buscan por muchos caminos. Pero ¡hay tantos que no la encuentran, y que parece que no tienen derecho a ser felices! Se diría que la mala suerte y la desgracia se han cebado con ellos, y que les ha tocado «el gordo» de la amargura y la desolación. ¿Es que la felicidad es solo para algunos?

Vaya. ¿Cómo se puede ser feliz? Nos suelen decir:  

-Procura mantenerte siempre joven, en forma, con aspecto agradable y despertando la admiración de los que te rodean. Que no te falte el gimnasio, o la bicicleta estática, y una buena dieta. Cuidar la salud es necesario, claro. Pero la clave de la felicidad no está en lo exterior.

-Gasta lo que puedas. Sal de compras, o usa las mágicas ofertas de internet, o usa nuestra aplicación para conseguir grandes descuentos, reventamos los precios, aprovecha nuestras increíbles rebajas. Si no tienes dinero, pide un adelanto, o un crédito, o te retrasamos el pago. ¿Por qué no renuevas tu armario?, no puedes volver a ponerte «eso». Pero nunca estamos satisfechos por mucho que «invirtamos».

-Ama. Es verdad que el amor, la familia, las amistades nos ofrecen impagables y encantadores momentos. Que los auténticos encuentros nos llenan, y los necesitamos: son momentos de felicidad. Porque es terrible la soledad del corazón, aun cuando tengamos gente alrededor. Al corazón no lo llena cualquier cosa. Y lo que no se cuida con delicadeza y constancia se acaba quedando vacío, y ya no aporta nada.  Por eso a veces caemos en la tentación de «nuevas experiencias», de enredarnos en relaciones tóxicas, o a sabiendas pasajeras, sin compromiso, para pasarlo bien. En todo caso, los momentos de felicidad, aunque sean muchos, son momentos. No podemos confundirlos con la felicidad que anhela nuestro corazón.

¿Felices?

-Nos dicen y nos decimos que lo importante es triunfar en la vida. – Hijo: estudia una buena carrera (los que pueden permitírselo, claro) y búscate un buen puesto de trabajo. Y ¡serás feliz!  -Pero papá: si ya he estudiado una carrera y he hecho dos masters, domino dos idiomas y no encuentro nada. O son trabajos con los que no puedo marcharme de casa… ¿En el extranjero?

El papá (o la mamá) se queda con la boca abierta sin saber qué decir.

¿Felicidad?

-Ya sabes lo que dice aquel loco: «A vivir que son dos días, y a los cien años todos calvos».  Así que voy de fiesta en fiesta, de movida en movida, de tienda en tienda, de concierto en concierto, de pareja en pareja, de flor en flor. Claro, que en cuanto viene un momento de silencio, en cuanto se presentan los problemas reales de la vida, (siempre tan inoportunos).  Lo de la calvicie a los cien años está muy bien: pero hasta que lleguen, hay que sobrevivir cada día, y los días son más de dos.

-Más estribillos: «Si quieres la paz… prepárate para la guerra». Porque guerras, no faltan en nuestro planeta, con todas sus consecuencias. aunque sean guerras lejanas. Hay que invertir en armas, hay que fabricarlas (son una buena fuente de ingresos y dan puestos de trabajo) y luego ¡usarlas o venderlas! Hacer la guerra, nada más.

También a nivel personal nos armamos hasta los dientes: de entrada ¡cuidado, y no te me acerques demasiado! Cuánta agresividad en el ambiente, cuánta polarización, cuánta falta de diálogo. Acabamos pareciendo erizos llenos de pinchos para con los que no nos

interesan por la razón que sea. Y nos hacemos daño nosotros y (sobre todo) se lo hacemos a otros.

Una nueva partitura: El Maestro se «mudó» a nuestra tierra, y se encontró con la «orquesta» del mundo bastante desafinada. Cada instrumento había cogido «el tono» que le había dado la gana, e interpretaba la partitura que más le apetecía. ¡Todo ruido! Poco a poco los «músicos» se habían ido acostumbrando a que «sonara así», y hasta se olvidaron que podría «sonar bien», de otra manera. Se han olvidado de cómo se afinan y acompasan los «instrumentos». Y se multiplican los «directores» de orquesta, cada uno con «su tema», aumentando el «desconcierto» (nunca mejor dicho). Y el Maestro se ha dicho a sí mismo: ¡Que no! ¡Que así no podemos seguir!

Este «desafine general» se parece tanto a aquel que se produjo ya en Egipto en tiempos del Faraón, que también se había metido a director de la «Orquesta de Israel», y de otros «Coros Internacionales», convirtiéndolos en su Orquesta de Cámara particular. Todos los faraones hacen lo mismo. Y en todas las épocas hay «faraones». Y a menudo varios a la vez.

Al echar un vistazo a los encargados de cada grupo de voces y cuerdas (los Sacerdotes, Legisladores, Gobernantes y Políticos…) los han encontrado bastante «desconcertados»: Los unos se han metido en sus templos y se han dedicado a las liturgias y las disquisiciones teológicas y las condenas y exclusiones. Los otros parece que legislan más pensando en sí mismos que en el bien y la justicia para las gentes.  Y los pobres, los enfermos, los parados en las plazas de todos los pueblos, los niños, las mujeres ¡qué solos y qué desesperanzados! Espectadores de la última fila del patio de butacas, con la consigna de que se estén callados. ¿Qué hacer?

Algo había intentado ya su admirado Juan Bautista (como otros muchos Mensajeros antes que él), con escasos resultados. Había gritado: «Arrepiéntanse, que está cerca el Reino de Dios. El hacha está ya aplicada a la cepa del árbol: árbol que no produzca frutos buenos será cortado y arrojado al fuego. El trigo será reunido en el granero y la paja se quemará en un fuego que no se apaga».

No. Casi nunca han dado buen resultado las condenas y amenazas. Necesitan otra cosa en este escenario. Necesitan líderes como Moisés, que trabajen para hacer «Pueblo»; necesitan profetas como Isaías, que les inviten a soñar, a preparar caminos nuevos, a esperar, que les consuelen de parte de Dios, que se dediquen a encender luces. Sobre todo, necesitan una Palabra que les recuerde que Dios los ama mucho, que se preocupa por ellos. Y necesitan saber que pueden ser felices, que tienen derecho a serlo.

El Maestro se fue a buscarse ayuda. Menos mal que pudo encontrar algunos corazones limpios, personas dispuestas a nacer de nuevo, idealistas y utópicos, soñadores con los pies en la tierra. En definitiva, discípulos y discípulas que le ayudaran a interpretar la Sinfonía del Mundo Nuevo.

Los llama con autoridad y con prisa: – Déjenlo todo, ven y sígueme. Olvídate de las viejas redes, del pescado maloliente, de ese charco grande de Galilea, deja de una vez tus monedas y ven… ¡hay mucho que hacer! Con todos ellos sube a lo alto de un Monte (como Moisés), y empieza a gritar como voz en el desierto del mundo, entonando los primeros acordes de su sinfonía, para todos aquellos que estén dispuestos a afinar sus instrumentos, o quieran aprender a tocar con él (a nacer de nuevo, con Aires Nuevos). Suenan los acordes de su escala de 9 notas en clave de «Bienaventuranza». Los hemos escuchado en el Evangelio de hoy.

Esos acordes suenan bien. A música celestial. Conviene poner oído y corazón a cada una de estas «notas» de su Sinfonía, cuya Partitura fue compuesta por el Padre Dios. ¿La interpretamos juntos? El Espíritu te irá inspirando. Pero que al menos, no desafinemos con el canto del Creador.

Paz y bien…Que así sea.

royducky@gmail.com

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