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Pentecostés… Luz entre nosotros

Roy Gómez

Esta fiesta de Pentecostés tiene vigilia. Nosotros nos encontramos, ya de mañana, en la Misa del Día, pero conviene hablar un poco de esa vigilia que no es tan conocida –ni celebrada— como la de Pascua de Resurrección. Aunque la ordenación litúrgica habla de Misa Vespertina de la Vigilia de Pentecostés hay costumbre de celebrarla por la noche como la Vigilia Pascual y el Calendario Litúrgico dice que pude ser conveniente pastoralmente celebrarla por la noche. Y si digo esto es por si nos comprometemos esta misma mañana, para dentro de un año, más o menos, a celebrar esa Vigilia del Espíritu que es una preciosidad. Mantengamos, pues, la idea y el propósito.

Y hablando de Liturgia, pongamos especialmente la atención en la Secuencia de esta misa del Día de Pentecostés. Texto que proviene de los primeros siglos de la Iglesia y es una profunda oración dirigida al Espíritu y que además narra –nos narra— lo que el Santo Espíritu puede hacer en nuestras almas. Merece la pena –ya en casa— volver a leer la Secuencia o, incluso, tenerla como oración cotidiana para todo tiempo.

Hay otra cosa muy llamativa que procede de San Pablo. Todo en Pablo es expresivo, muy expresivo, a la vez misterioso. “Pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables”. ¿Y qué quiere decir? ¿Es una representación poética o fantástica? No es fácil el comentario, pero San Pablo fue un místico como narra en algunas de sus cartas. Y el conocimiento profundo de Cristo le ha llevado a ser el más grande experto en cristología. Nadie le ha podido superar en la narración transcendente, humana y divina, de nuestro Señor Jesús. Y todas esas tuvo que aprenderlas en una dimensión diferente al puro ámbito humano.

La fiesta de Pentecostés era una celebración judía llamada de las “semanas”. Originariamente recordaba una costumbre agrícola: celebrar las “siete semanas” tras la primera ofrenda de la cebada. Después pasó a conmemorar la presencia de Dios y de su ley en el Sinaí. Y la llegada del Espíritu Santo al cenáculo fue la consecuencia que los apóstoles con valentía –y, sobre todo, Pedro cabeza de la Iglesia—comenzaran a predicar el Reino de Dios. Fue, a su vez, el nacimiento de la Iglesia como misionera. Inició ese día su Misión y ahí sigue intentando llevar la Palabra de Dios por todos los confines de la tierra.

El Espíritu lo entregó Jesús –según san Juan— el mismo día de la Resurrección. Y no parece contradictorio con que luego continuara unos días con los apóstoles. También hacía falta esa presencia extraordinariamente inspiradora para entender la Resurrección y no tomarla solo como un prodigio, como algo difícil de creer. Hoy nosotros con nuestra celebración de Pentecostés terminamos el Tiempo de Pascua y, sin duda, tenemos que salir ya a las calles y a las plazas a proclamar la fuerza del Resucitado. Y terminaos también ese tiempo extraordinario que es la Cuaresma, junto al Triduo Pascual. Atravesamos pues una frontera importante. A los apóstoles les pasó igual. Iniciaban ese día de Pentecostés el largo camino para mostrar la Buena Nueva que Jesús con su vida, con su muerte, resurrección, ascensión al cielo, les marcaba camino y conducta, tiempo y espacio, verdad y vida. Pero insisto es idéntico para nosotros. Hemos de salir a la calle a dar testimonio, hemos de hablar de Jesús en nuestro trabajo y en nuestro barrio. No podemos ser unos mudos, que solo hablamos un poquito de Jesús cuando llegamos los domingos a la iglesia. Fuera del templo –como a los apóstoles— es donde más gente nos necesita. Hay muchos hermanos que nunca han oído hablar de Jesús, o lo que han oído está completamente distorsionado. Antes –hace años— muchos recibían una especie de cultura general religiosa que les acercaba –mejor o peor— a los misterios de nuestra fe. Hoy ni eso. Hay mucha gente alrededor del mundo, hoy, que apenas ha escuchado hablar de Jesús y no saben bien quién es.

El Espíritu gime y gime por nosotros. Es nuestro guía y nuestro maestro y, sin embargo, muchos le llaman –y con razón— el gran desconocido. Apenas le conocemos. Y todo lo que desde el punto de vista oracional o eclesial hacemos y formulamos nos llegue por la inspiración del Espíritu. Por eso nosotros debemos tenerle en cuenta y, además, hacerle objeto de nuestras devociones específicas y “particulares” como lo hacemos con el Padre y con el Hijo. Y objetivamente, tanto o más que con los santos, nuestros amigos. Y si tenemos una fuerte devoción por María, la Virgen, es una razón más para rezar al Espíritu. Bueno, no se trata de hacer un baremo de devociones. Pero si poner ejemplos. Es importante no olvidar al Espíritu Santo que es quien, de verdad, nos lo ha enseñado todo.

No dejemos que Pentecostés se termine hoy, poco después de la Eucaristía o al final de la jornada. Pentecostés es el principio de la acción corredentora de todos los seguidores de Cristo. El Espíritu Santo nos acompaña, y nos guía. Todos los días deberían ser Pentecostés…Que así sea… Espíritu Santo fuente de luz… Ilumínanos.

royducky@gmail.com

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