PENTECOSTES…UNA NUEVA MISIÓN

Roy Gómez

Pentecostés es la culminación de la Pascua. La vida nueva que Jesús consiguió es también nuestra vida. Muchas veces no somos conscientes de la actuación del Espíritu en nosotros. Quizá sea porque no le dejamos actuar…Da la sensación de que estamos como los discípulos antes de Pentecostés: decimos que creemos en Jesús, nos confesamos cristianos, pero vivimos apocados, medrosos, sin garra. Entonces nos refugiamos en nuestra fortaleza por miedo a salir al mundo. Pero la imagen que define mejor a la Iglesia no es la de la fortaleza, sino la de la tienda que se planta en medio del mundo. 

La primera lectura nos dice: «Se llenaron del Espíritu Santo». Y Cristo explica el sentido de su soplo: «Reciban el Espíritu Santo». Son gestos parecidos a los del Génesis cuando sobre el caos de la nada, sopla Dios su palabra omnipotente: «Hágase la Luz, háganse las cosas y fue la creación y vio Dios que todo era bueno». 

Pentecostés es un nuevo Génesis. Hoy nace el mundo nuevo, hoy el Espíritu de Dios se da en un don. Dichoso el hombre que lo comprende porque en su corazón ya ha nacido la eternidad; porque en su corazón ya ha nacido la esperanza de un mundo mejor; porque no se dejará abrumar por los problemas históricos, políticos y sociales. Cada uno tiene sus dones, sus capacidades, que contribuyen al enriquecimiento de la comunidad. El Espíritu nos ayuda a vivir la riqueza de la comunión para ser mejores instrumentos en las manos de Dios en la construcción de un mundo mejor.

La Iglesia es pueblo de Dios. El texto de los Hechos dice que «estaban todos reunidos». No dice que estaban sólo los apóstoles, sino todos, es decir el conjunto de los discípulos, todos los que se proclamaban seguidores de Jesús. Por tanto, los dones del Espíritu lo reciben todos los cristianos, no sólo los que han recibido el orden ministerial. El Espíritu actúa en todo, aunque cada uno reciba un don y una función. A cada carisma o don corresponde un ministerio o servicio. 

Pero todos somos miembros del cuerpo de Cristo y hemos recibido la misma dignidad por el Bautismo. ¿Reconoces en ti el carisma que has recibido?, ¡sabes cuál es tu misión dentro de la Iglesia! En este momento de la historia más que nunca hay que reconocer la importancia de los ministerios laicales. La Iglesia debe tener una estructura circular y no piramidal. La Iglesia es pueblo de Dios, es compartir esos dones gratuitos que se nos dan.

Reconocer que Jesús es “el Señor”. La fe es un don singular del Espíritu que nos hace reconocer en Jesús al Señor. 

La segunda lectura de hoy ha dicho una cosa que nos puede sorprender: «Nadie puede decir Jesús es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu». Claro que materialmente cualquiera puede decir: «Jesús es Señor», pero debemos entenderlo como una profesión de convencimiento y como una profesión que nos lleve a adorar sólo a Jesús y no estar queriendo hacer adulterios en nuestro corazón, reconociendo a Jesús como Señor, pero en cambio viviendo de otros ídolos: el dinero, el aparentar, los materialismos de la tierra. Por eso, “Jesús es Señor” sólo lo puede decir el que tiene fe. Nadie puede decir «Jesús es el único Dios», «Jesús es el Señor» si no ha sido envuelto en el ropaje de la fe que nos da el Espíritu Santo.

Los dones del Espíritu siguen en acción hoy en día, se actualizan. El don de sabiduría nos capacita para distinguir la realidad de la fantasía y vivir en consecuencia. El sabio es aquel que encuentra el secreto de la felicidad: la vida según Cristo. La inteligencia nos ayuda a aceptar los cambios que se producen en la sociedad para el bien común. Tener una mente abierta es señal de inteligencia. El don de consejo nos lleva a indagar bajo lo visible para descubrir las causas ocultas y poder ayudar al que nos lo pide. La piedad nos protege del egoísmo y del materialismo. La ciencia nos marca una dirección consistente en nuestras vidas, nos ayuda a conocer cómo son las cosas. El temor de Dios, entendido en el buen sentido, es beneficioso y nos hace realizar obras buenas, como el niño que respeta a su querido padre y no quiere defraudarle. La fortaleza es necesaria para un verdadero amor, pues nos da valor para asumir un compromiso auténtico y maduro.

Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu. Este es nuestro consuelo: que para ser buenos cristianos da igual que tengamos oficios y cargos más altos o más bajos, que seamos más guapos o más feos, que hayamos estudiado un poco más o un poco menos. Si todo lo que decimos y hacemos, lo decimos y hacemos en nombre del Espíritu y movidos por el Espíritu, todo contribuirá al bien común. Puesto que todos somos miembros del cuerpo de Cristo, lo importante es que cada uno realice con la mayor dignidad posible la función que le ha sido encomendada. No nos van a juzgar por los muchos o pocos dones que hayamos recibido del Espíritu, sino por el uso que hagamos de esos dones recibidos.

Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo… Este es un mandamiento del espíritu del amor de Dios. Si nos sentimos llenos del Espíritu de Cristo, debemos sentirnos enviados a predicar el evangelio de Jesús, el evangelio de la paz, del perdón, de la alegría. En ese primer día de la semana, nos dice el evangelista San Juan, Jesús se puso en medio de ellos y les llenó de paz y alegría: los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. También mandó el Señor a sus discípulos que fueran mensajeros del perdón de Dios: a todos a los que perdonéis los pecados, les quedan perdonados. ¡Qué bella misión nos ha encomendado el Señor! Que seamos mensajeros de paz, de alegría y de perdón. Debemos intentar que nuestra predicación, y toda nuestra vida, llene de paz, de alegría y de perdón el alma de todas las personas de buena voluntad que se acerquen a nosotros. Que así sea. Paz y Bien.

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