Roy Gómez
Celebramos la Pascua del Enfermo. Todo el relato evangélico siempre llama la atención sanadora de Jesús de Nazaret. Y en la consecución de la beatificación o canonización de un santo el tribunal que juzga la trayectoria de la persona a ser elevada a los altares hace falta un milagro. Probar que por la intercesión de ese hermano que se busca glorificar se ha producido un hecho extraordinario. La mayoría de esos milagros son curaciones… En el Libro de os Hechos de los Apóstoles –maravillosa crónica de los primeros momentos de la Iglesia—nos narran muchas acciones de sanar. La Iglesia era medicina espiritual y corporal durante muchos siglos. Y si los que van camino de los altares su intercesión poderosa sirve para curar, habrá que decir que la Iglesia sigue curando…Pero hoy, tal vez, el sentido común y el prodigioso avance de la medicina hace que la Iglesia lo intente menos. La imposición de manos y el óleo son parte de un rito. Nada más…
La Iglesia, no obstante, hace—con creces—lo que puede. Acompaña al enfermo y le facilita un sacramento. Ya es interesante. Dicen muchos enfermos que reciben la Unción de los Enfermos sienten claro alivio físico y espiritual. Pero quien sabe si sería útil echar más fe al asunto y rezar fuerte e insistentemente para que Dios haga más medicina de un rito. Pero está bien que organice una jornada de amor y acompañamiento de los enfermos. Y en esos momentos de la imposición de la Unción de los Enfermos la asamblea –la parroquia entera—debe estar presente para que la oración y la fuerza de todos consigan el beneplácito del Dios Bueno y se apiade de los enfermos. Y que nuestro amor de hermanos se derrame sobre todos los que sufren
Pero somos, a veces, tan tacaños y cicateros en amor que no somos capaces de aceptar que la Escritura está llena de amor. No es una leyenda, ni una exageración. Lo dice Jesús: «El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.» La Eucaristía cumple esa condición. Recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo y Él está con nosotros. La Trinidad Santísima también –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—está en la Eucaristía. Pero hay más. Aún más. El amor por Jesús trae el mejor conocimiento de la Palabra y ese mayor conocimiento produce una proximidad, consciente y objetiva, a Dios. Una de las bienaventuranzas dice: «Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios». Las bienaventuranzas marcan situaciones de la vida presente. Producida la purificación del corazón se puede ahondar aún más en el conocimiento presente de Dios. Los místicos están con Dios, ven a Dios.
Hay que decir estas cosas con objetividad y humildad. En la actividad religiosa siempre existe la posibilidad de «no ver» o de «ver demasiado». Los mismos Apóstoles no fueron capaces de contemplar la divinidad de Jesús hasta después de la Resurrección. Todo parecía confuso. A nosotros –gente de hoy– nos ocurre lo mismo. A veces tenemos dificultades para diferenciar profundamente a las personas de la Trinidad. Tampoco somos capaces de aceptar la idea de Dios Padre que nos enseñó Cristo. Poco a poco, sin embargo, iremos creciendo en nuestra capacidad cognoscitiva. Siempre será con ayuda de Dios y con un permanente ejercicio de humildad. Están, también, los que «ven demasiado». Los que «iluminan» sus fantasías con prodigios inexistentes. La superstición puede cebarse en ellos y casi siempre estas irregularidades llegan porque los «protagonistas» suelen haber pasado la raya del pecado.
El seguimiento de Cristo nos produce frutos de objetividad. Y ocurre porque, constantemente, tenemos que discernir sobre lo idóneo de nuestro comportamiento. Y a la hora de examinar nuestras conciencias –y hacerlo bien–, sabemos lo que es verdad y lo que es mentira, lo que no ocurrió y lo que es fruto de nuestra imaginación. No puede aceptarse la tendencia hacia el autoengaño porque eso lleva a la demencia. Pero será, por otra parte, esa objetividad probada día a día la que nos aproxime a las «primicias del Espíritu» y nos haga entender y sentir que Dios está con nosotros.
Vuelve el fragmento del evangelio de la misa de hoy a hablarnos del Amor. Quiere perfilar más, para que no nos confundamos. A lo del pasado domingo de: amaos como Yo os amo, se añade hoy: si queréis saber si amáis, examinaos si cumplís con mis palabras, si las conserváis, si las cumplís. Consecuencia de ello es que Dios habita en nosotros. Es una prueba, una gracia, una riqueza. En consecuencia, debemos examinarnos si así ocurre. Es preciso leer el Evangelio y tratar de descubrir si somos fieles a sus contenidos.
Se habla después de la paz. No una paz cualquiera como a veces pactan los políticos, simples limitados armisticios, o se establecen pactos entre las personas para evitar las riñas. La Paz de Cristo es la que desea Dios que recibamos. Paz que es integra y que conduciría a una paz familiar, vecinal, nacional y universal…La paz este con nosotros. Que así sea…Luz.