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  • La ciudad de Jackson no tiene un flujo normal de agua, debido tanto a problemas en el drenaje como la contaminación con plomo y la falta de recursos para repararlos.

Cada mañana, 180 niños salen de su escuela en Jackson, la capital de Misisipi, para ir a otra en autobús. ¿La razón? Poder usar el baño, porque en su escuela la poca presión del agua impide que se llenen los depósitos de los inodoros. 

Cheryl Brown, directora de la escuela Wilkins, donde el 98 por ciento de los 400 estudiantes son afroestadunidenses y en gran parte de entornos desfavorecidos, no oculta su cansancio.

«Es muy duro. Es agotador para los niños y niñas de la escuela y es agotador para nuestro personal», dice. 

En la primera potencia mundial, Jackson, con sus 155 mil habitantes, vive una crisis sostenida de agua. La Autoridad del Agua de Misisipi descubrió que el sistema municipal tenía «deficiencias significativas» ya en 2016. Las causas: el agua contaminada con plomo, una planta de tratamiento centenaria, tuberías de hierro deterioradas. 

«Las tuberías están en mal estado y el plan de reemplazo decidido por la ciudad en 2013 no se ha implementado (…). La ciudad estima que su sistema está perdiendo entre 40 y 50 por ciento de su agua», señala un informe de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) de 2020. «Tres hospitales locales tuvieron que perforar sus propios pozos», agrega. 

Un escándalo sanitario

No es la primera vez que existe una situación así. Uno de los peores escándalos sanitarios en Estados Unidos ocurrió en la antigua ciudad industrial de Flint, Michigan, donde un cambio del suministro decidido para ahorrar dinero expuso a los habitantes al envenenamiento por plomo. 

Las ciudades de Flint y Jackson son predominantemente negras, lo que para muchos ilustra un «racismo ambiental», pues los afroamericanos se ven afectados de manera desproporcionada por los contaminantes. Aunque Brown, la directora de la escuela Wilkins, no quiere ahondar en esta cuestión, reafirma que la situación es insostenible.

Hoy en día, la mitad de los estudiantes usan los baños de Wilkins, donde los empleados llenan los inodoros manualmente, y la otra mitad se traslada a diario a otro centro de estudios, lo que genera una importante pérdida de tiempo para la enseñanza, lamenta. 

El ingeniero de la ciudad a cargo del agua, Charles Williams, explica que la falta de presión en las tuberías se debe a la ubicación geográfica de la escuela. Pero reconoce que el problema general es más complejo. Según él, la ciudad llegó a esto por «un retraso en el mantenimiento (de plantas y tuberías) y falta de fondos». Estima que se necesitarían de 3 mil a 5 mil millones de dólares para reconstruir un sistema saludable. 

El periodista local Nick Judin realizó una extensa investigación para el medio en línea Mississippi Free Press sobre esta crisis. 

Una parte de la responsabilidad es de la reducción de los fondos de la EPA para ayudar a los municipios a gestionar su agua, así como el éxodo de la población hacia la periferia, estima.

Jackson tiene una cuarta parte menos de habitantes que en 1980, por lo que ha disminuido el monto recaudado por impuestos y facturas de agua para apoyar el mantenimiento de la red. Sobre todo porque «algunos (residentes) reciben las facturas con regularidad, otros de forma intermitente y otros nunca», explica Judin.

«No es normal»

desde hace años  A finales de 2012, la ciudad encargó a la empresa alemana Siemens la instalación de un sistema de medición y facturación eficiente. Pero a principios de 2020, la compañía le reembolsó los 90 millones de dólares del contrato tras ser acusada por el alcalde de no haber probado nunca la compatibilidad entre los contadores y el sistema informático.

La crudeza del invierno siguiente paralizó la planta principal de tratamiento y varias tuberías viejas estallaron una tras otra. Desde entonces, no se ha visto ninguna mejora, cuentan vecinos a la AFP. 

«No hemos bebido agua (de Jackson) desde hace unos 12 años», dice Priscilla Sterling en la deprimida calle Farish, la arteria principal del que hasta la década de 1970 fuera un próspero vecindario negro. Y «nos arriesgamos a ducharnos con ella», agrega. «Se supone que no deberíamos vivir así. No es normal. No es para nada normal», se queja Barbara Davis, que trabaja en una iglesia, mientras muestra el agua marrón que sale de su grifo. 

Terun Moore coopera con los habitantes de un barrio pobre especialmente afectado del sur de la ciudad gracias a un sistema de filtrado de agua ofrecido por la asociación 501CTHREE. 

«No todo el mundo puede comprar agua. Les damos bidones (garrafones) reutilizables y ellos pueden volver a llenarlos», muestra.

  La municipalidad asegura que aunque esté marrón y contaminada con plomo, el agua sigue siendo potable excepto para las mujeres embarazadas y los niños. Ninguno de los habitantes consultados se lo cree.

Con información de: Milenio

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