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Benito Juárez: “El Presidente Indio”

Roque Gil Marín Vassallo
Comitán, Chiapas
Al arribar a un aniversario más de su natalicio, la colosal figura del Lic. Benito Pablo Juárez García, orgullosamente conocido por el pueblo mexicano como “El Presidente Indio”, su obra patriótica y nacionalista alienta vigorosamente el corazón de los humildes, revive la promesa divina que heredamos los pobres y como un gigantesco faro luminoso, proyecta su índice de la diestra altiva señalando las rutas que transita la Patria.
Luego de más de 200 años de que viera la luz primera en su natal San Pablo Guelatao, en la intrincada Sierra de Ixtlán, en el estado de Oaxaca, su verdad permanece inmortal en el pueblo sin distingos de credos o tendencias políticas: es la paz en los hombres el respeto al derecho, en lo ajeno y lo propio, como entre las naciones.
Tiene Juárez la gloria de ser puro de raza, que refleja en el alma un amor puritano, que surgió de la nada como esfinge nativa hasta llegar al cielo en forma inmaculada.
Juárez, es el crisol donde se funden los elementos más sólidos y resistentes sobre los que reposan el progreso de su pueblo y la garantía de la convivencia pacífica: el Derecho y la Razón. ¡Nada por la fuerza, todo por el Derecho y la Razón!
Es la verdad en Juárez una práctica cotidiana que avala con su ejemplo y con su obra, pues ni el tiempo ni sus depredadores, han logrado reducir ni un ápice la vigencia inmutable de su doctrina, ni la reciedumbre y el valor de un hombre que arrancó energías al desierto y alimentó su espíritu con las calumnias a que se expuso, en su afán inaudito por salvar a su pueblo de una condena terrenal que no merece.
¡La doctrina de Juárez resucita a la Patria!, pues sirvió de sustento a las causas que reclamaron nuestros ancestros en momentos en que la nación se tambaleaba por la debilidad de sus principios, embestidos con furia inquisidora y por la debilidad de su tierna creación nacionalista, que se morían por las traiciones de unos cuantos que deseaban ponerlas en manos de extranjeros, ya que así pretendían cumplir con sus amos: el clero católico, que a cambio les ofrecía un cielo que ninguno de ellos deseaba para sí.
¡No queremos el cielo! Protestaba el indiano. ¡Queremos este suelo que nos sirvió de cuna! Pues amamos lo nuestro y lo nuestro queremos, y con nuestros errores, entre todos forjemos la República inmensa y libre que a los nuestros dejaremos en sus manos limpias.
¡No esperamos milagros de inermes estatuillas! El trabajo redime y vence a todo, y aunque nada tenemos, esperamos justicia entre nosotros y para todos los pueblos.
¡El que vive de la mentira, por ella muere!, sentenció el indiano zapoteca, señalando a quienes bajo de unos trapos engañosos con crucifijo en mano y máscara de bondad, pretendían esclavizar a nuestros congéneres amenazándolos con la excomunión y con la condena eterna, para sus tímidas almas que vivían aquí un terrible infierno terrenal.
Juárez siempre habló con la verdad ante quien fuera, es por ello que su pueblo le rinde con gratitud el homenaje a su sacrificio y a su obra grandiosa que le han valido el premio de la Eternidad.
Su apotegma inmortal: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, cual cimiento sólido y perenne del sistema político caracteriza al Estado Mexicano y se proyecta universalmente a través de los siglos, con la imagen Suprema del Presidente Indio: Benito Juárez.

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