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Deceso de Porfirio Díaz Mori, “El Napoleón de América”

2 de julio de 1915. París, Francia Comitán, Chiapas

Roque Gil Marín Vassallo

El 16 de agosto de 1910, mero día de San Roque “El Magnánimo” (de Alma Grandiosa), la humanidad entera se estremeció de pánico al descubrir por la noche en el firmamento, la esplendorosa figura refulgente del Cometa Haley, cuya presencia los sometió, como sucede desde los más remotos tiempos, a una serie de reflexiones sobre los presagios fatales que les anunciaba este viajero cósmico, que luego de su desaparición le atribuyeron como “Señal del Cielo” que les anunció acontecimientos como la Revolución Mexicana de noviembre de ese año; la Primera Guerra Mundial, de 1914; la Revolución Rusa de 1919, así como la desintegración de los Imperios más poderosos de ese tiempo, como el británico, el alemán, el francés, el portugués y el holandés.
Muy lejos de la capital mexicana, al sur, en Comitán, Chiapas, por esas fechas el presidente municipal comiteco, Dr. Belisario Domínguez Palencia, se enfrentaba a todos los integrantes de su Ayuntamiento debido a que, en lo personal, había rechazado la invitación de unirse a los sancristobalenses o “coletos” en su lucha para regresar los poderes estatales de Tuxtla Gutiérrez a San Cristóbal de Las Casas. Por este enfrentamiento interno del cabildo comiteco, el Dr. Belisario Domínguez, tuvo que renunciar a su cargo porque todos los demás miembros de su Ayuntamiento lo dejaron solo, porque tanto el Síndico como los Regidores habían aceptado unirse a los coletos, y traicionaron a don Beli y a Comitán.
Volviendo al tema, un mes después, en septiembre de 1910, se celebró el Primer Centenario de la Independencia de México en forma suntuosa, pero que no impidió el inicio de la Revolución el 20 de noviembre de ese año en Puebla, y que terminó en esa primera fase con el Pacto de Ciudad Juárez, firmado por don Porfirio y los representantes de Madero el 21 de mayo de 1911, y se acuerda en este pacto la renuncia de don Porfirio, la que presentó ante el H. Congreso de la Unión el día 25. Salió de Palacio Nacional en unión de su familia al día siguiente, llegando al Puerto de Veracruz el 31 de esas fechas y abordando el buque alemán “Ipiranga” con destino a Francia.
Es muy importante decir que Porfirio Díaz nunca estuvo exiliado, porque tanto Francia, como Alemania, España y Holanda, le ofrecieron el derecho a la residencia como uno de sus conciudadanos y no como extranjero, pues la familia Real de los Habsburgo -que estaba unida al Imperio Napoleónico- reconoció en Porfirio Díaz la persona que con sus propias palabras lo había reconocido el Archiduque Maximiliano, siendo Emperador de México, quien le puso el honroso nombre de “El Napoleón de América”, para reconocer así el valor y la grandeza de un mexicano que por amor a su patria, expuso su vida en muchas batallas en las que casi en todas resultó vencedor y en tan solo 2 batallas era superado por el gran corzo Napoleón Bonaparte.
En 1913, don Porfirio es visitado por el Mariscal Gustave Noix, su ex-enemigo durante la Intervención Francesa en México, quien por acuerdo del estado francés llevó a don Porfirio a la tumba de Napoleón y, en presencia de los descendientes del Emperador y los funcionarios franceses, Noix puso en las manos de don Porfirio la espada del Emperador, diciendo: “En nombre del Pueblo y el Ejército de Francia, pongo esta gloriosa espada que es emblema de la patria, en las honorables manos de vuestra excelencia”. Don Porfirio contestó: “No soy digno de tener esta espada en mis manos”, a lo que el Mariscal Noix respondió: “Desde la muerte del Emperador no ha estado en mejores manos”.
En 1914, el Kaiser de Alemania Guillermo II, lo invitó a un festival nacional y ante la multitud, el soberano alemán le entregó al militar mexicano el Cetro de Oro, símbolo de mando y poder de la dinastía germánica y lo nombró Mariscal.
Así llega el año de 1915, en que regresa a París y cae enfermo afectado por la arterioesclerosis que le impedía caminar y moverse, además de una sordera casi total que le obligaba a pedir a gritos lo que necesitaba, y pedía a todos sus familiares y amigos que cuando falleciera lo sepultaran en una cripta del Templo de la Soledad, en Oaxaca, llegando el fatídico 2 de julio de 1915: como a eso de las 6:30 de la tarde, expulsó su último aliento una vez que el sacerdote mexicano Carmelo Blay le ministró la extremaunción, en presencia de su familia y de su “nieta consentida” Lila Díaz. Sepultaron a quien se considera, después de Hidalgo y Juárez, como el Tercer Libertador de México, que a casi un siglo de su deceso no ha muerto porque sigue vivo en el recuerdo del pueblo mexicano. Salud. ¡Viva México!

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