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Apropiación significante del mundo: supervivencia y adaptación

Lilia Ma. Calderón/Las Margaritas, Chiapas lcalderon2009@hotmail.com

En su nacimiento y durante los primeros años de su existencia, el hombre es el más desasistido de los animales. A diferencia de ellos, que reciben de su herencia específica la suma de instintos necesarios para la supervivencia y para la adaptación al medio, la llegada al mundo de un niño es la de un organismo prematuro, abierto, disponible y que se tiene que construir por completo.
Este inacabamiento no es solamente físico, es también fisiológico, social y cultural; la naturaleza del hombre se realiza en la cultura que lo acoge. Al contrario que un animal, el recién nacido se encuentra frente a un inmenso campo de posibilidades: no dispone ni de los recursos, ni sobre todo de comprensión suficiente del mundo que le rodea, para tener la posibilidad de defenderse de los animales o del ambiente adverso y asegurar su subsistencia. Durante esta larga dependencia biológica, la ausencia del otro desemboca en la muerte.
En este sentido, es necesario señalar que es por medio de las relaciones sociales que el niño satisface poco a poco, cómo se produce el aprendizaje del hecho de vivir. Sin la mediación estructurada del otro, la capacidad de apropiación significante del mundo por el hombre es impensable, su cuerpo se abre por sí solo a la inteligencia de los gestos o de las percepciones que le son necesarias.
Lo anterior denota entonces que, al anclar al niño en una cultura determinada, la educación coIma poco a poco ese universo en provecho de una relación particular con el mundo, en la cual el niño asimila los datos de un carácter y una historia propios. Los miembros de su entorno son los garantes de su futura inserción en la relación social. La educación tiene como fin proporcionarle las condiciones propicias para una interiorización de este orden simbólico que modela su lenguaje, sus pensamientos, sus actividades, sus gestos, la expresión de sus sentimientos, sus percepciones sensoriales etc., en función de la cultura de su grupo.
Ahora bien, es en el seno de su comunidad familiar, que el niño adquiere los conocimientos, modelos, valores, símbolos, en fin: las maneras de hacer, de pensar y de sentir, propias del grupo en un momento dado de su historia. La familia es el primer mediador de los elementos culturales y sociales que constituyen la trama de la vida colectiva.
Los cuidados prodigados, las marcas de ternura, las atenciones, las palabras pronunciadas, ejercen un papel considerable en la construcción de la sensibilidad del niño. A lo largo del proceso de maduración, el niño se apropia de diferentes registros culturales. Mezclado con la vida cotidiana, los lleva a cabo por su lado, haciéndose corregir por los adultos que le rodean, aprende a identificar la posición social de sus interlocutores y a comportarse ante ellos de una forma apropiada.

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