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Rosario Castellanos: Una diplomacia con voz propia y rostro humano

Marco A. Orozco Zuarth. [email protected]

En la historia diplomática de México, pocas figuras como Rosario Castellanos han logrado fusionar la sensibilidad cultural, el pensamiento crítico y el compromiso político, de manera tan profunda y trascendente. Su nombramiento como embajadora en Israel entre 1971 y 1974 fue, más que un encargo protocolario, un acto de diplomacia humanista que transformó la representación oficial en una plataforma de diálogo cultural, ética y literaria.
Designada por el presidente Luis Echeverría en un momento político complejo, tanto para México como para Medio Oriente, Castellanos asumió un papel que iba más allá de los intereses comerciales o geopolíticos. En una relación bilateral joven y escasa en intercambios, su embajada se convirtió en un espacio para promover la cultura mexicana desde una perspectiva crítica, plural y abierta. No sólo asistió a actos oficiales o redactó informes diplomáticos; impartió clases en la Universidad Hebrea de Jerusalén, organizó ciclos de cine, exposiciones y conferencias, que acercaron la riqueza y complejidad de México a la sociedad israelí.
Para Rosario, la cultura no era un simple adorno del Estado, sino la vía más profunda para el entendimiento entre los pueblos. Como escritora y feminista, promovió una visión de México que incluía sus contradicciones, sus voces silenciadas y su diversidad, con especial atención a los sectores marginados y a la opresión de género. Su embajada fue una extensión de su obra literaria y pensamiento crítico, un lugar donde podían dialogar la historia, la poesía y la realidad política.
El contexto no fue sencillo. Durante su gestión estalló la Guerra del Yom Kippur y México tomó una postura controversial en la ONU al votar en contra del sionismo, lo que tensó las relaciones diplomáticas. Sin embargo, Rosario mantuvo una actitud conciliadora y abierta, apostando siempre por la palabra como puente y no como muro. Su capacidad para humanizar la diplomacia quedó demostrada en su conferencia “Jerusalén terrestre, Jerusalén celeste”, donde combinó la experiencia personal con un análisis profundo del lugar y sus múltiples dimensiones.
Aunque su labor fue truncada por su prematura muerte en 1974, el legado de Rosario Castellanos persiste. En Israel se crearon el Fondo Literario y la Cátedra que llevan su nombre, evidencias de que su paso por la diplomacia no fue anecdótico, sino profundamente transformador. Su gestión marcó un modelo de representación cultural que sigue vigente: la diplomacia entendida como ejercicio ético, creativo y sensible, capaz de promover el diálogo intercultural más allá de los intereses estrictamente políticos.
En suma, Rosario Castellanos nos legó una forma de hacer diplomacia con rostro humano. Su ejemplo es una invitación para repensar cómo un país se representa en el mundo: no sólo con tratados o discursos oficiales, sino también con la verdad poética, la empatía y la palabra crítica que construye puentes entre pueblos.

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