“Número dos”, de David Foenkinos

Agencias
Para entender la envergadura del trauma de Martin Hill, había que remontarse a la raíz del drama. En 1999, Martin tenía apenas diez años y vivía en Londres con su padre. Recordaba esta época como un tiempo feliz. En una foto, de hecho, aparecía esbozando una amplia sonrisa en forma de promesa. Y eso que los últimos meses habían sido complicados; su madre se había vuelto a vivir a París. De común acuerdo, para no separarlo de sus amigos, para no añadir otra separación a la separación, se había decidido que el pequeño Martin se quedaría con su padre. Vería a su madre todos los fines de semana y en vacaciones. Se elogiaba el Eurostar por el acercamiento francobritánico que suponía, pero también facilitaba una barbaridad la logística de las rupturas. A decir verdad, a Martin no le afectó este cambio. Como a todos los niños testigos de disputas, el espectáculo permanente de los reproches se le había vuelto insoportable. Jeanne había acabado aborreciendo todo lo que en un primer momento le había gustado de John. Le encantó su faceta artística y soñadora hasta que solo vio en él a un holgazán soberanamente excéntrico.

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