Una Ventana Literaria

Edgar Colmenares Sol [email protected]

Labios de fuego
El aroma de sus cabellos y el color de sus ojos embrujaron su alma, se dejó arrastrar por esos besos de fuego que alteraron sus pensamientos a las más oscuras pasiones. Maribel se dejó consentir, su boca se llenó de deseos y en el aire se respiraba le esencia del amor. La pared estaba tapizada de cuadros entre negro y blanco, parecía como si las dos chicas del cuadro, una a cada lado, estuvieran a punto de empezar una partida de ajedrez, las demás paredes estaban pintadas de un lila estilo feminista; Maribel sentada frente a Alonso, del otro lado de la mesa con una sonrisa exquisita, en sus manos la carta parecía un libro de los años noventa. Pidió su orden mientras que él le miraba la comisura de sus labios, ¡tenía unos hermosos labios pintados con un color atractivo!, trataba de encontrar el color de sus ojos. Ella hablaba de mil cosas vacías y él se concentraba en su belleza. Ella ordenó primero, un caldo tlalpeño, recomendó a su acompañante unos sándwiches compuestos. De tomar qué le sirvo, dijo el mesero queriendo ser cortés. Su figura escuálida y aburrida no le ayudaba. Los dos se miraron a los ojos, ¡por fin pudo ver sus ojos de miel!; entre la conexión idílica y el calor de la tarde, dijeron al flaco mesero: Nos tomamos una garra de clericot, dijo Maribel con esa sonrisa mágica. Va. Mediana, ordenó ella. La tarde calurosa los estaba sofocando, un ventilador que estaba justo enfrente de ellos giraba sus aspas de forma desordenada. El mesero apuró los pedidos, el restaurant estaba casi solitario; Maribel con su blusa coqueta a tres cuartas partes de su brazo y unos jeans apretados, mostraba la esbelta figura de su cuerpo, ¡era hermosa! Se entretuvieron entre millones de palabras huecas acerca de sus vidas, mientras Alonso planeaba la idea de cómo conquistar sus labios. Las manos del muchacho fueron ágiles al servir la merienda. En las copas vació con estilo el vino con frutas. Ella llevaba la delantera con el aperitivo, mientras, la conquista se gestaba. En un arrebato de locura se encendió la chispa, él se puso de pie y ella nunca supo en qué momento conquistaron sus labios con un fuerte beso; sencillo y suave primero, después fue historia. Los besos se consumaron en esos labios de fuego. Caminaron discretos por el Parque de la Marimba, la música más rica de todos los tiempos donde las maderas eran lo único que opacaban el canto de las aves. La noche los había atrapado y el murmullo del silencio reinaba entre los dos, mientras el bullicio se mezclaba con los danzantes. El lugar ardía de emociones mezcladas. Se comían con la mirada uno del otro, esa pasión desbordada estaba haciendo pausas intermitentes en cada célula de los instintos. Después de la media noche, cuando todo el recinto musical estaba casi desértico y a don Manuel del Carmen Vleeschower Borrás le hubiera gustado tener una estatua, se miraron a los ojos y se dieron un beso fugaz. Cada uno caminó en direcciones diferentes: una siguiendo los reflejos de la luna y el otro, las sombras del sol naciente.

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